Rüdiguer es reclamado por su abuela como heredero de un condado que detesta, pues será la diana humana de los enemigos de su familia, que ya se han cargado a todos sus antecesores. Así que tratará de hacer todo lo posible, por las buenas o por las m...
Sedurmió pensando en Jowy y soñó con ella. Soñó que estaban en lapiscina de Javi, cuando fueron a darle el cambiazo a la cinta. Era surecuerdo más bonito, y su subconsciente lo recompensaba regalándolesueños fabricados con aquel recuerdo muy a menudo. Estaban en elagua, desnudos completamente, y Jowy se ponía cariñosa. A él leperdía esa mirada de tigresa que tenía cuando se le acercabalentamente. Le gustaba cómo lo miraba, y si encima le soltaba algunafrasecilla de las suyas, buf, lo ponía de cero a cien en cincosegundos. Total, soñó que lo hacían allí, en la piscina, comosucedió en la realidad, pero con gestos y palabras diferentes. Lotípico que se podía haber dicho o hecho pero que no se hizo. Peroen el sueño sí, en el sueño todo valía y salían a relucir lasfantasías más íntimas, las más inconfesables. Hizo que Jowy seestremeciera infinitamente y gritara de placer al llegar al orgasmo.Él también disfrutó del momento como si hubiese sido real. En sucerebro tuvo un orgasmo de lo más vivo. Fue tan intenso el placerque despertó con el corazón acelerado.
Pero,a pesar de saber que estaba despierto, seguía sintiendo ciertoplacer en su miembro. Tal vez no se había despertado del todo,pensó. Pero levantó la cabeza y allí encontró a Novalie,acariciándoselo con la boca, semidesnuda. Contemplar el cuerpo de lachica, con sus curvas exuberantes y sus pechos redondeados y prietoslo excitó aún más. En el sueño estaba de lo más relajado pero enla realidad se puso nervioso enseguida.
—Para,que voy a llegar... —le dijo con la voz entrecortada del placer.
—Puesllega, que de eso se trata ¿no? —contestó ella, mirándolo con sumirada felina cargada de deseo impaciente.
—¿Ytú qué?
—Yoya he llegado —contestó ella sonriéndole maliciosamente.
—¿Cuándo?—Se sorprendió él.
—Mientrasdormías —dijo riéndose abiertamente—. Pero... si me esperas,podría llegar otra vez.
Nose lo pensó mucho. Era demasiado placentero como para echarse atrás.Se dejó llevar y que fuera lo que tuviera que ser. Además, la chicase lo merecía.
—Puesvenga, sube que estoy a punto... —dijo él jadeando ya.
Encuanto hubo terminado de pronunciar la última palabra, rápida comouna gacela, trepó por su cuerpo colocándose sobre él, con unos movimientos rítmicospropios de una danza africana que hicieron que tuviera un orgasmocomo nunca lo había tenido. Él se corrió enseguida, pero aguantóun poquito para que ella llegara también.
Exhaustospor la pasión se abrazaron suavemente al terminar y se quedarontumbados mirando al techo, intentando recuperar el ritmo derespiración habitual, sin decir nada, sin pensar en nada.
Senotaba que Novalie tenía mucha experiencia. Sabía exactamente loque tenía que hacer, cuando y como. Y Rüdiguer tenía mucho queaprender. Estaba preocupado e impaciente por saber si había cumplidolas expectativas que ella tenía respecto a aquello. Pero era incapazde preguntárselo ni de sacar el tema siquiera. Pensó que el tiemposería el que le daría la respuesta de la manera más elegante. Sidespués de aquello Novalie pasaba de él, pues lo entendería, nonecesitaba que nadie le dijera que era un novato, ya lo sabía. Y sipor el contrario, aún le hacía un mínimo de caso... sería porquetal vez aprendía rápido y en el fondo no estuvo tan mal. No le diomuchas más vueltas al asunto porque estaba agotado y se quedódormido de nuevo enseguida.
Cuandodespertó ya estaba solo. Se quedó un poco decepcionado, le hubiesegustado hablar un ratito con ella, aunque se muriera de la vergüenzapero, necesitaba confirmar que no lo había soñado, que había sidoreal. Las sabanas estaban manchadas, pero eso no significaba nada, aveces se corría en sueños él solo y aquella pudo haber sido una detantas. Sin embargo estaba de buen humor, estaba relajado, estaba másamable, a pesar de lo que pasó la noche anterior con Tage, del cualni se acordaba, ni quería acordarse en aquellos momentos. Se levantócon la sonrisa puesta y, tras darse una ducha rápida en los aseoscomunes de la buhardilla, donde se duchaban y aseaban los empleadosque dormían allí también, salió a pastorear su rebaño a pesardel frío invierno, como si se tratase de un hermoso día deprimavera.
Cuandovolvió a casa, a la hora de comer, tras haber arreglado el rebaño yhaber recogido los huevos que habían puesto las gallinas parallevárselos a Tess, en la mesa, Novalie lo miraba de reojo y siemprecon la sonrisa puesta. Él se ponía nervioso porque la tenía casienfrente.
—Bueno,para ya, ¿no? Me estás poniendo nervioso —le dijo al final, sinpoder contenerse más, pero no podía dejar de sonreír.
—Esque no tengo nada mejor que mirar —contestó ella, con aquella carade pillina que solía poner y que a él le encantaba, provocándole.
Losdemás, que ya estaban acostumbrados a escuchar cómo ella le tirabaa la yugular y él se defendía castamente, los miraban como siestuvieran viendo un partido de tenis y escuchando una radionovelamientras comían.
—Aver si aún le voy a tener que cambiar el sitio a Per —dijo él, yaponiéndose colorado, sabedor de que todos estaban pendientes de suspalabras.
—Eh,a mí no me metáis por el medio —dijo Per, que se sentaba casi alfinal de la mesa, al saberse aludido—. A no ser que sea para hacerun trío, claro —añadió riéndose.
Todosse rieron. Hasta Tess y Cornelia que eran las más mayores y las queponían paz y orden cuando las conversaciones se subían demasiado detono.
—Pero...Vosotros dos estáis muy contentos esta mañana... —observó Permetiendo baza para pincharlos un poquito como tanto le divertía.
Enrealidad sentía celos de Rüdiguer porque Novalie, que follaba comonadie, lo hubiera menospreciado para tirarle los trastos a él.
—Aver si ha habido moje... —Y dejó caer la frase mirándolos dereojo.
Rüdiguerenseguida se encendió como un candil y se puso nervioso, sin saberdónde meter la cabeza para no delatarse. Novalie en cambio sonreíacomo ella sabía, picaronamente, con su mirada maliciosa.
—Ati te lo vamos a contar —dijo ella al fin, mirando al plato de lacomida, sin darle más importancia al asunto.
—¿Vamos?¿Has dicho "vamos"? —dijo Per, dejando de comer y observandoatentamente las caras de uno y otro.
Rüdiguerno sabía disimular, se lo notaba todo enseguida.
—¡Joder,joder! ¡Que ha habido moje, señores! —Empezó a hacer el idiotacomo si fuera el pregonero real—. ¡Un brindis por el condesito!¡¡Porque ya haya salido del monasterio!! —Gritaba, levantándosede la silla y alzando su vaso lleno de coca-cola.
Losdemás le siguieron el juego y se levantaron también para brindarpor ellos entre carcajadas, Novalie incluida, con lo que le divertíaavergonzar al pobre Rüdiguer.
—Alfinal vais a hacer que vuelva a comer con mis tías —dijo Rüdiguer,sin saber dónde esconder la cabeza, fingiendo un enfado que nadie lecreía con aquella sonrisa siempre puesta en los labios aquel día.
Hastaque apareció por la puerta de la cocina el mismísimo Mágnum, queborró las sonrisas de todos con solo una mirada. Venía a porRüdiguer. Su abuela quería verlo de inmediato en su despacho. Elasunto parecía serio. Pegó dos cucharadas rápidas de su plato y selevantó tras coger una manzana para ir comiéndosela por el camino.
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