Después de cenar algo riquísimo pero que no se atrevió a preguntar qué era, le prepararon en el sofá unas cuantas mantas y se lo arrimaron a la chimenea, que estuvo encendida todo el día. La familia de Näthan se acostó en cuanto termino un programa de la tele que les gustaba, y él se acomodó en el sofá para intentar dormir, pero sin conseguirlo. Estaba cansado, pero tras la comida y la cena ya había repuesto fuerzas y no tenía sueño, precisamente, porque se había tirado casi un día entero durmiendo en aquella oscura habitación donde lo tenían encerrado. Tenía la cabeza demasiado aturdida y preocupada como para poder conciliar el sueño. Se sintió desgraciado por no haber podido tener una familia normal como aquella, como todas aquellas familias con las que había pasado tantos veranos en España, cuando lo acogían en los hogares de algún compañero comprado para la ocasión. Habían transcurrido cuatro meses desde que llegó a Suecia y el tiempo parecía haberse estancado allí. No había hecho grandes progresos. Había dejado de practicar natación, o cualquier otro deporte, estaban demasiado ocupados entrenándolo para la cena de navidad, poniéndolo al día con los protocolos y los personajes que se iba a encontrar, para no meter la gamba, que le habían absorbido todo su tiempo. Haciéndole llevar una vida aburrida y sedentaria. Y en aquellos momentos necesitaba respirar. Por eso no tenía ninguna prisa en volver a casa, si es que se le podía llamar así. Para él parecía más bien el palacio del Conde Drácula, lleno de salas de tortura, donde nunca estaría cómodo, ni siquiera en su habitación, porque siempre había algún empleado impertinente que irrumpía en su puerta con cualquier pretexto en las pocas ocasiones que se retiraba allí para descansar unos minutos antes de la siguiente instrucción. Se sentía agobiado, estresado. Necesitaba unas vacaciones. Quería volver a España. Cuanto echaba de menos todo.
Alejando sus utopías de la cabeza se obligó a concentrarse en el asunto que más le preocupaba por el momento: El dinero de su abuela. No pensaba dárselo, más que nada para joder, porque parecía ser más importante que su vida, por lo menos para aquellos dos falsos de mierda que había enviado para pagar su rescate. No se preocuparon en buscarlo, simplemente siguieron el rastro del maletín. Y no le extrañaría que todo fueran órdenes directas de su abuela, que por fuera le hacía creer que era su mejor amiga pero a sus espaldas, si podía, le clavaba la puñalada trapera. No se fiaba de nadie, ni de su sombra, ni de su subconsciente.
El caso era que ahora tenía una cuenta abierta de la cual no podía sacar ni una corona. Si su abuela cumplía su promesa de doblarle el sueldo que le pagaba a Hans por las clases de piano, talvez pudiera llegar a acumular una buena cantidad de ahorros. Nunca venía mal tener dinero disponible. Total, en febrero cumpliría los dieciocho y ya podría sacar dinero si le hacia falta, aunque no era su intención, prefería sonsacarle a su abuela lo máximo posible, como hacían los demás, e ir acumulándolo en aquella cuenta secreta.
Aburrido de pasear de un lado a otro del pequeño comedor, decidió tumbarse en el sofá, junto a la chimenea, y abrigarse con aquellas mantas que le habían dejado amablemente, para ver si conseguía sacarse aquel condenado frío de los huesos porque la ducha calentita no le había hecho mucho efecto y seguía congelado.
Las llamas de la chimenea no lograban calentarlo, ni siquiera las mantas a las que abrazaba. Sin embargo estaba sudando. Se secó la frente con la manga del suéter. Era un sudor frío, incómodo, desagradable. Pero no le dio importancia e intentó echar una cabezadita.
El bosque pasaba a su lado a toda velocidad, los troncos de los árboles se apartaban de su trayectoria como intentando esquivarlo, el sonido de unos pasos amenazadores lo perseguía muy de cerca. Un pequeño arroyo se deslizó bajo sus pies sin llegar a mojarlo. Por el rabillo del ojo distinguió una figura en la lejanía, en el lecho del arroyo, la niebla impedía ver con claridad de quien se trataba, pero se acercaba cada vez más, corriendo deprisa, corriendo de una manera que le resultaba demasiado familiar y dolorosa a la vez. Se detuvo para mirar, sin acordarse de los pasos que lo seguían. La niebla se disipó entre la figura que se acercaba y él. Unas piernas perfectas movían aquel cuerpo delgado con rapidez, mientras una cola de caballo se balanceaba de un lado a otro de la cabeza. De su cara emanaba una amplia sonrisa, pero sus ojos grandes se clavaron en algo o alguien que emergió del bosque, a su espalda: Los pasos amenazadores. Y pronto, esa sonrisa se tornó un rictus de seriedad y preocupación. Tomó impulso en una roca, a cámara lenta, volando por el aire, para ponerse en la trayectoria entre él y su amenaza, con una voltereta perfecta. Después cayó al suelo como si de repente dejase de ser una pluma y se convirtiera en plomo, golpeándose en las rocas del arroyo y salpicando agua a sus pies. Agua que luego se tiñó de rojo.

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ETHEL, El heredero.
Dla nastolatkówRüdiguer es reclamado por su abuela como heredero de un condado que detesta, pues será la diana humana de los enemigos de su familia, que ya se han cargado a todos sus antecesores. Así que tratará de hacer todo lo posible, por las buenas o por las m...