72. La investidura.

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A Rüdiguer le vino de perlas quedarse a solas con el Rey, porque tenía una proposición que hacerle y no quiso perder tiempo en soltarla.

—Supongo que sabrá que me va a nombrar conde en contra de mi voluntad. ¿No? —le dijo, cuando se hubieron quedado solos.

—Pues no. No sabía nada. ¿Cómo es eso? —preguntó el monarca, un tanto asombrado, entrando en el gallinero para observarlo más detenidamente.

—¡Venga ya! —protestó Rüdiguer, tratándolo como si fuera un amigo de toda la vida, porque no se le daba muy bien aquello del protocolo—. ¡Este condado es un grano en el culo para el país! ¡Y todo el que es nombrado conde acaba muerto! ¿Quién quiere jugarse la vida por esto? —dijo sin pensar— ¡Uy! Eh... perdón —quiso disculparse después, ante su respuesta tan espontánea.

El Rey se lo quedó mirando fijamente un instante. Rüdiguer creyó que se había enfadado por la manera en que le había hablado.

—Pues ahora, cuando seas conde, podrás remediar este grano en el culo para el país —contestó muy seriamente—. Aunque... tengas que enfrentarte a tu abuela.

—¿Cómo? —quiso saber Rüdiguer ansioso.

—Cediéndolo a la corona. De esta manera sus habitantes pasaran a formar parte únicamente del estado y no tendrán que pagar dobles impuestos. Lo anexionaríamos a alguno de los condados vecinos, tal y como figura en los mapas, como ya habrás podido observar, y asunto resuelto. Se acabaron las disputas y, por lo tanto, tu seguridad será la de cualquier otro ciudadano. Es tan fácil como firmar un papel.

Rüdiguer se quedó un buen rato pensativo. Parecía demasiado fácil pero no lo era. Había muchos cabos sueltos.

—¿Y qué pasará con la condesa? —Quiso saber después

—Nada. Perderéis el título, por supuesto, y las tierras ya no serán vuestras. Tendríais que recomprar la mansión y los terrenos de los que quisierais obtener beneficios y...

—Un momento —Interrumpió al Rey—. ¿Tendríamos que comprar lo que ya es nuestro? ¿Qué mierda de pacto es ese? —soltó tal y como le vino a la cabeza. Y esta vez no se disculpó.

El Rey se lo quedó mirando atónito ante tal respuesta.

—¿Se sorprende? ¿Quién aceptaría un trato así? —añadió Rüdiguer.

El monarca sonrió como si lo hubiesen pillado haciendo trampas en el juego.

—Supongo que un conde joven e inexperto, al que le da igual el condado que va a heredar y lo único que quiere es fastidiar a su abuela, por ejemplo —le dijo claramente.

Rüdiguer se sintió aludido y no pudo evitar mostrar cara de mosqueo ante aquella falta de respeto y de seriedad. Aún no lo había nombrado conde y ya estaba intentando engañarlo.

—Pues se ha equivocado de persona. Lo siento —dijo todo serio—. Yo estoy dispuesto a negociar la cesión del condado, pero tendría que aceptar una serie de condiciones. ¿No pensará que se lo voy a regalar al estado por la cara?

—No, ya veo que no —dijo el Rey un tanto incómodo, porque no estaba en su terreno y en realidad aquel muchacho, cuando se ponía serio, lo intimidaba bastante—. Pero bueno, tenía que intentarlo —aclaró, aparentando jovialidad tras la tensión que se adivinaba en su rostro.

En una pelea cuerpo a cuerpo sería muy probable que acabase por los suelos antes que él. Y allí no había nadie más. Sus guardaespaldas estaban inspeccionando el salón donde se iba a celebrar el acto y él se había escaqueado diciéndoles que iba al baño. Tal vez se había arriesgado bastante quedándose a solas con "El salvaje", que cuando quería sí que sabía cómo asustar. Su decepción inicial al descubrirlo fue infundada. En realidad sí que era un salvaje. Más bien era un gatito, dócil y sumiso en apariencia, pero que enseguida sacaba las uñas cuando se cabreaba.

ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora