53. La timba II

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Entonces, la puerta se abrió bruscamente, sorprendiéndolos, y apareció el joven guardaespaldas pelirrojo que, al verlos allí sentados cómodamente charlando, pareció relajarse un poco. Saludando con un levantamiento de cabeza al amigo rico se dirigió a Rüdiguer.

—Tu abuela me ha dicho que no me separe de ti, ni a sol, ni a sombra. Que te ha dado una mala noticia y teme que vuelvas a intentar suicidarte —dijo con voz sofocada, como si hubiera venido corriendo a buscarlo.

—Ah, ¿sí? ¿También vas a dormir conmigo esta noche? —contestó Rüdiguer, pitorreándose un poco de él—. Eso me vendría muy bien porque llevo mucho tiempo sin mojar y a lo mejor... ¿Quién sabe? Igual confundo tu culito blanco con el de una jovenzuela... —añadió, empezando a descojonarse en su cara.

—¡Para el carro, tío! No pienso dormir contigo —le atajó el joven, aparentando seriedad pero riéndose por dentro, como hacía siempre.

—Es una lástima. Tal vez si se corriera el rumor de que soy gay, las pijas esas no querrían casarse conmigo —pensó Rüdiguer en voz alta de nuevo, pasando a un tono más triste.

—¡Ni lo sueñes! —dijo Fredrik—. A los gays se los rifan porque así todos pueden seguir con sus amantes en secreto.

—Pues que bien —contestó irónicamente, y volvió a dirigirse al guardaespaldas—. De todas maneras no hace falta que me sigas por todas partes. No pienso suicidarme. Tengo muchas cosas que hacer y... antes me llevaría a la vieja por delante.

—¿Sí? Pues me ha dicho que otras veces... —Insistió Niclas, que así se llamaba el joven pelirrojo.

—Lo de otras veces fueron accidentes —le cortó en seco.

—¿Conductor kamikaze en la autovía? —le recordó Nikke con tono burlón.

—Allí estaba hasta arriba de tranquilizantes y otras cosas que me daban los matasanos que contrató mi abuela para curarme la depresión —Se defendió el condesito—. Me equivoqué de carril, ¿vale? Eso es todo. Suerte que me estampé contra un muro. Si me llego a llevar la vida de alguien por delante no me lo hubiera perdonado nunca. ¡Ah! Y si me ves deambulando por los tejados, tampoco te asustes: No voy a saltar. Simplemente me gusta pasear por allí. Se ven muy buenas vistas. Y se respira aire puro, no como el de dentro del "castillo del terror", que está podrido, como todo lo demás —concluyó desganado.

—Eres un tío muy raro —dijo el joven Nikke para sí mismo, pero en voz alta.

—Por algo me llaman "El salvaje". ¿No? —Se defendió él.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó después de observar la mesa y las balas de paja dispuestas como taburetes, pero sobretodo, después de ver cómo terminaba de liar el cigarrito el creído de Fredrik.

—Pues si no eres ciego ya lo estás viendo —contestó el amigo rico, al que no le caía muy bien.

—Vamos a jugar al pócker —aclaró Rüdiguer con tono cordial, echando una mirada reprochadora a su amigo—. Lo hacemos todos los jueves. Si quieres puedes quedarte... siempre y cuando no te vayas de la lengua porque si no...

—Si no ¿Qué? —se envaró Nikke, ante aquel falso tono de amenaza.

—Pues ya sabes... tendría que eliminarte —contestó Rüdiguer, simulando pegarse un tiro en la sien con una pistola, mientras miraba a su amigo y empezaban a reírse cómplices.

—Me quedaré, pero porque aquí no hay mucho donde gastarse el dinero, no por tus amenazas. ¿Está claro? —contestó el guardaespaldas, que siempre aparentaba más seriedad de la que sentía en realidad.

—Me encanta este tío —dijo Rüdiguer a Fredrik partiéndose el culo, refiriéndose a Nikke.

Niclas era más joven, tendría apenas diecinueve años, y era el último contrato que había firmado su abuela hasta la fecha. Lo escogió por su energía y juventud, por su temple y su capacidad de reacción en situaciones críticas. Lo necesitaba como guardaespaldas de su nieto y tenía que estar preparado para los peores momentos. Además su composición física era bastante parecida a la del condesito y estaba en buena forma, por lo que le sería más fácil seguirlo cuando éste intentara escaquearse de la manera más inverosímil posible y en el momento más inesperado, como había hecho otras veces con los otros guardaespaldas súper cachas, como armarios, y por lo tanto más torpones. Aunque luego siempre volvía. Era su manera de probarlos.

Le caía bien. Cuando se lo presentó su abuela le costó no reírse de aquel niñato que jugaba a ser un hombretón, pensando que lo torearía a la menor ocasión. Pero luego le demostró que estaba bien preparado, tanto física como mentalmente. Y disfrutaba poniéndolo a prueba con nuevos retos y misterios que resolver. Le estaba cogiendo cariño. Sobretodo por la manera tan natural con la que lo trataba. Como si fueran amigos de toda la vida. Le gustaba que lo trataran así. Que fueran francos y directos con él. Y no por ello era maleducado, había sido iniciativa de Rüdiguer, que no le gustaba que le llamaran de usted, ni le vinieran con reverencias, ni alabanzas que, a su parecer, no se merecía. Por supuesto, delante de su abuela no le soltaba aquellas contestaciones que a él tanto le divertían y se contenía un poco. Debajo que aquella cara de rectitud y seriedad siempre había una sonrisa escondida que Rüdiguer sabía descifrar con sólo asomarse a sus ojos.

La siguiente que apareció por la puerta fue Stephanie. Abriéndola despacio y pasando a hurtadillas, como si no quisiera que nadie la viera.



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El Salvaje; Rüdiguer en Aguas Negras


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ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora