Aquel libro que le había traído Cornelia le dio una idea. Tenía dietas pensadas para adelgazar o para mantenerse en forma, con las calorías de cada alimento según haya sido cocinado o aliñado, y pensó en confeccionarse su propia dieta para engordar. O más bien para ponerse fuerte, porque lo que le había pasado con la moto había sido bastante humillante. Así que se puso manos a la obra, haciendo una lista de los ejercicios que tenía planeado hacer para ponerse en forma.
Un poco antes de la hora de comer pasó el doctor para examinarlo. Y le volvió a dejar otras pastillas, rosas, para la congestión nasal.Aquel hombre sólo sabía recetar pastillas. Ni recomendaciones, ni consejos, ni nada. Como si las pastillas fuesen milagrosas. No le caía bien.
Enseguida subió Cornelia con la comida.
—¿Cómo está hoy mi chico favorito? —dijo entrando en la habitación, con su buen humor característico—. Hoy tenemos puré de patatas con zanahoria y ternera. Y lo traigo calentito, calentito —anunció, empujando el carrito hasta la mesa y retirando el otro—. Vaya, veo que te has bebido el limón. ¿A que está bueno?
—Buenísimo —contestó mirándola—. Quería pedirte un favor —dijo luego, tímidamente.
—Dispara.
—Verás. Ha venido el doctor y me ha dado unas pastillas para la congestión pero... he leído en este libro que las infusiones de romero, tomillo y laurel también son buenas... y he pensado que... a lo mejor... —No sabía cómo pedirle que le subiera una, pero Cornelia lo captó enseguida.
—Hecho —dijo guiñándole un ojo—. Te la traeré enseguida, con la excusa de retirar el carrito. Creo que tenemos de todo eso por ahí abajo, tendré que mirar a ver donde lo guarda Tess, que es la jefa de la cocina —Y se dispuso a marcharse porque al parecer tenía prisa, seguro que también tendría su comida preparada y se le estaría enfriando.
—No hace falta que lo subas ahora. Si quieres bajo yo dentro de un rato a la cocina...
—Buf, no te lo recomiendo —interrumpió ella—. Tess tiene muy mal genio y no le gusta tener mirones mientras trabaja. Después de comer las señoras y los enchufados, comemos nosotros allí, y siempre hay mucha faena hasta por lo menos las tres o las cuatro. Incluso a veces empalmamos la retirada de la comida con el inicio de la preparación de la cena, según el menú. La cocina no para, querido.
—Está bien —dijo resignado—. Pues cuando te venga bien y no tengas tanta faena. ¿Vale? Ah, y me traes otro libro que este ya me lo he acabado —dijo después, pero le dio la impresión de que estaba siendo un mandón con tantas ordenes y no quería parecerse a su abuela—. Bueno, si te viene bien —añadió, para suavizar su petición.
—No hay problema —sonrió ella, cerrando la puerta al salir.
Con las emociones de por la mañana estaba muerto de hambre y devoró el plato, rebañándolo con pan y todo, como a él le gustaba, aprovechando que no había nadie mirando. Cornelia le subió la infusión enseguida, prometiéndole el libro con el carrito de la cena.
Con la barriga llena se echó una buena siesta y justo al poco de despertar aparecieron por allí Steph e Inna, a hurtadillas, como en las veces anteriores. Estuvieron hablando y les demostró cómo se podía abrir la caja de las fotos sin la llave, para impresionarlas un poquito.Ellas le contaban cosas de su vida cotidiana, las clases que daban,los deportes que practicaban. Hípica, críquet, y deportes pijos de ese estilo. Y sobre todo, lo más interesante, eran los rumores y cotilleos que circulaban por el castillo del terror, como se habían acostumbrado a llamar a la mansión. Alice, la camarera buenorra, que parecía que iba a reventar el uniforme, se había enrollado con William, el mecánico más joven, sacado de un anuncio de colonia para hombre, siempre con los dos botones de arriba de la camisa abiertos, aún en pleno invierno. Le contaron también que el jardinero se jubilaba el mes que viene y estaban ansiosas por ver qué nuevo jardinero joven contrataba su abuela para sustituirlo. Por lo general, los empleados jóvenes eran estudiantes y no querían estar internos, preferían ir y volver, y casi siempre trabajaban sólo por las mañanas y por las tardes las dedicaban a estudiar. Pero aún así, había unos cuantos que no tenían dinero suficiente para buscarse un piso en el pueblo más cercano y convivían con ellos, claro que así, sólo podían estudiar por las noches y a distancia, luego se presentaban a los exámenes y... suerte. Muchos de ellos se habían sacado una carrera y se habían ido de allí, a buscarse un trabajo de lo suyo, como es lo normal. Por eso siempre había algún nuevo al que gastarle putadas y que pagaba las inocentadas de todos.
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ETHEL, El heredero.
Novela JuvenilRüdiguer es reclamado por su abuela como heredero de un condado que detesta, pues será la diana humana de los enemigos de su familia, que ya se han cargado a todos sus antecesores. Así que tratará de hacer todo lo posible, por las buenas o por las m...