108. Jowy?

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Yentonces la vio.

Sucorazón le pegó un bote dentro del pecho. ¡Hasta dejó derespirar!

Estabaguapísima con aquel corte de pelo que dejaba su melena rizada a rasde nuca, dejando a la vista su esbelto cuello de cisne que lofascinaba. Se quedó pasmado mirándola. ¡En realidad no estabagorda! Y tampoco era un fideo. Le pareció maravillosa la manera enla que rellenaba los pantalones vaqueros que llevaba. E intentóadivinar su deseado cuerpo bajo el suéter ancho que lucía. Seguíagustándole llevar la ropa ancha. Cuando él la conoció estaba unpoco acomplejada de flaca, pero ahora estaba estupenda. No obstante,nunca le gustó llamar demasiado la atención, por eso siempre vestíadiscretamente. Llevaba al hombro una mochila y caminaba con la mismagracia de siempre. Iba con otros compañeros, supuso, y se reía ycharlaba con ellos amistosamente.

Leencantaba verla sonreír, pero aún tenía en la retina la imagencutre de la pianista acabada de la otra noche. Sabía que era ella,eran sus manos. Quizás todo formase parte de un disfraz, como el denegra, o la gordura. Tal vez simplemente estaba interpretando supapel, que nada tenía que ver con su vida real. Pero... ¿cual erasu vida real? ¿La chica alegre y feliz estudiante de medicina con unfuturo prometedor? ¿O la mujer anónima, siniestra y oscura, quetocaba el piano en locales cutres, sumida en una profunda tristeza ymalgastando su talento y su voz?

Dejósus reflexiones aparte y se centró en su siguiente paso. Con elpulso tan acelerado no se le daba demasiado bien pensar.

Podríair hacia ella y decirle "hola" simplemente, pero, no sólo no seatrevía, si no que además no lo veía oportuno puesto que noconocía a sus acompañantes y tal vez no le conviniera conocerlos nique lo conozcan. Por no decir que estaba cagado ante la idea dehablarle. De momento prefirió observarla un poco más para averiguarqué relación mantenía con cada uno. Se dirigían tranquilamentecharlando hacia el parking de bicis. La chica morena que losacompañaba se despidió de ellos y se marchó a pié en la mismadirección que había caminado LB minutos antes. Los tres chicos sequedaron un rato más hablando con Jowy mientras uno de ellosintentaba sacar su bici de entre aquel amasijo de hierro que formabael conjunto de las bicis mal aparcadas y amontonadas de mala manerajunto a las demás.

Losobservó atentamente buscando signos de mayor o menor confianza conella. Posiblemente alguno de ellos fuese su novio, o su amigopreferido, o... el amor de su vida. La idea lo aterraba. Pero sucomportamiento era de lo más natural. Hablaban, se reían del queintentaba sacar su bici de entre las demás, mientras aquel soportabasus chistes con humor. El tío rubio, vestido y peinado como Ken, elnovio de la Barbie, con el suéter fino color amarillo colgandocuidadosamente de los hombros para lucir bíceps bajo aquel polo azulpastel, era el que estaba en el centro de los tres, y el que más sereía. Los otros no parecían tan pijos. El que ya había conseguidosacar su bici, vestía ropas anchas, de colores apagados, gris yverde militar, con pantalones kaki dos o tres tallas más grandes dela suya, no llevaba gorra de rapero porque no podía meter en ellalas rastas que lucía, pero era el complemento que le faltaba. Y eraal que más miraba Jowy. El otro era un tipo del montón, con gafas,camiseta roja con unas letras estampadas y pantalones vaquerosnormales y corrientes, era el que menos hablaba y el más invisible,como él.

Cuandoel de la bici se despidió de ellos diciendo groserías y mandándolosa paseo con otras palabras, fue a ella a la única que le chocó lamano con su saludo particular ante la mirada de envidia de los otrosdos, que se quedaron hablando con ella un rato más y, aunque nohacía ademanes significativos, al Ken se le veía cierta pluma. Talvez ellos eran los maricones con los que actuaba de vez en cuando,según lo que Nikke escuchó en el bar del hotel. Luego fue ella laque se dirigió hacia una bici mientras continuaban con laconversación, que no podía escuchar con claridad desde aquelladistancia, pero le parecía algo más seria que al principio. Sicogía su bici se largaría a alguna parte y tenía que seguirla.Necesitaba a Nikke. LB ya no era tan necesaria. Así que lo llamópor teléfono para que volviera a su posición inicial para tenercubiertas las dos posibles salidas por las que ella podría ir.

Entoncesse dio cuenta de que la bici de Jowy era la misma en la que LB lehabía dejado la nota. La estaba desenganchando y aún no habíareparado en el papelito en cuestión. Se despidió de sus amigosdesde aquella distancia, ellos no bajaron de la acera, y se fue en ladirección donde Nikke estaba esperándola. Su bici era una mountainbike normalita. Pasó junto a Nikke y este le dejó bastantedistancia para que no sospechara que la seguía, y luego arrancó lamoto para ir detrás. Rüdiguer hizo lo mismo. Emplearon la mismatáctica que cuando siguieron a LB. Nikke la seguía durante un parde manzanas y se desviaba dándole el relevo a Rüdiguer queaguantaba otro par de manzanas más. Con la dificultad añadida queella, al ir en bici, cuando encontraba un semáforo en rojo, sebajaba y cruzaba andando, para volver a subir más adelante y seguirmientras ellos tenían que esperar a que cambiara a verde.

Todoiba normal hasta que, de repente, se metió por un callejón peatonallleno de gente. Nikke, que iba en esos momentos el primero, dudó enseguirla con la moto porque llamaría demasiado la atención, asíque se detuvo en la acera pero sin perderla de vista, hasta que loalcanzó Rüdiguer. El callejón en cuestión era un atajo que tomabapara llegar a una calle paralela a la que iban. Cuando la vierongirar por aquella esquina ambos se apresuraron a pegar la vuelta a lamanzana para volver a retomar la persecución.

Nikkeno entendía porqué Rüdiguer no la abordaba ahora que estaba sola yse le presentaba de una vez. No sabía a qué demonios estabaesperando. Y Rüdiguer tampoco. Simplemente tenía miedo. Miedo deque el tiempo hubiera hecho un borrón de él en su cabeza y apenasfuese para ella un esbozo de lo que fue. Necesitaba volver aconocerla. Averiguar si tenía alguna posibilidad. Pero habíaarriesgado mucho viniendo hasta España y no se iba a ir de manosvacías, simplemente necesitaba su tiempo para hacerse a la idea yesperar el momento propicio, pero sin encantarse oliendo rosas,porque en cualquier instante la podrían volver a perder y hasta ellunes no iría a la facultad otra vez, que era lo único seguro quetenían de ella.

Algirar la esquina de la manzana por donde la habían perdido aún lesdio tiempo a ver cómo, tras aparcar su bici en la puerta, concandado y todo, se metía en una iglesia sencilla y humilde,construida en los bajos de un edificio de pisos. Ellos pararon lasmotos un poco más atrás, para no levantar sospechas.

QueRüdiguer supiera, las iglesias y ella no se llevaban muy bien. ¿Aqué habría ido a la iglesia? No creía en Dios, no tenía fe,siempre decía que creería antes en Superman, sin embargo lasiglesias la atraían, no la religión, si no el edificio en sí, y loque encontraba en su interior: paz.

MientrasNikke se quedaba con las motos, Rüdiguer se atrevió a entrar en laiglesia con miedo y dudoso. Ni siquiera se quitó el casco, sentíavergüenza sin él, se sentía vulnerable. En la iglesia un coro deniños practicaba una canción: Caresse sur l'ocean. De la películade los chicos del coro. Y no lo hacían nada mal. Los dirigía unamujer mayor. Jowy esperaba sentada en uno de los bancos de delante,mirando paciente, junto a unas cuantas mujeres más y algún que otrohombre, que supuso que serían los padres de los niños. Cuandoterminaron volvieron a empezar de nuevo tras varias instrucciones dela profesora. Jowy se levantó sin hacer ruido, como sin querermolestar, y se dirigió a la pared, donde había una sillita de niñopara acoplar a la bici. La cogió y por la orillita de los bancossalió fuera sin reparar en su presencia. Seguía siendo invisible yeso le gustaba, y sobretodo lo tranquilizaba. Pero no sabía si saliro esperar a que se fuera, confiando en que Nikke la seguiría. Sisalía podría tropezarse con ella de cara y se moriría en el actode un infarto porque el corazón ya no le podía latir más deprisa.Pero ella volvió enseguida, con la sillita.

¿Porqué no la enganchó en la bici? ¿Para qué la había cogido sino?El caso es que la volvió a dejar donde estaba, visiblementenerviosa, mirando a todas partes y a todos, hasta que le tocó a él.

¿Porqué no la enganchó en la bici? ¿Para qué la había cogido sino?El caso es que la volvió a dejar donde estaba, visiblementenerviosa, mirando a todas partes y a todos, hasta que le tocó a él

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ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora