10. Älvdalen

7 3 0
                                    

Habían subido una colina y desde la cima se podían divisar a lo lejos unas cuantas casitas de madera de diferentes colores, repartidas entre la vegetación. Supuso que eso sería el pueblo. No terminaba de acostumbrarse a aquellos municipios tan escampados. En España, la mayoría de las veces, las casas se apelotonan unas junto a otras, formando pueblos compactos, con calles bien definidas de principio a fin. Allí, por lo poco que había visto en el coche desde el aeropuerto hasta la casa, los pueblos se componían de casas sueltas, repartidas por la montaña o por la llanura, según el terreno, y nunca sabías donde empezaba o donde acababa el pueblo en cuestión.

—Bueno. ¿Has pensado ya lo que quieres hacer? —Interrumpió sus reflexiones—. Eso de ahí es Älvdalen, te puedo dejar en la parada del bus que te llevará a Mora, allí puedes coger un tren. Pero si no sabes hacia donde vas lo tienes chungo, chaval —Y volvió a reírse de él—. Ah, pero eso sí, me has dicho que me comprarías la leña —dijo ya más serio.

—Por supuesto —afirmó Rüdiguer, empezando a hartarse de las risas del leñador.

—Si me dijeras quien eres en realidad tal vez mi mujer podría ayudarte. Ya te he dicho que ella se pasa horas y horas leyendo revistas y viendo la tele. A lo mejor ha oído algo acerca de tu secuestro.

No le apetecía nada meterse en casa del tipo aquel, pero pronto volvería a ser de noche y se orientaba fatal en la oscuridad. Necesitaba una dirección a donde dirigirse. Pero también necesitaba comer algo, comprarse otras ropas y, si fuera posible, darse una ducha calentita para ver si sus pies volvían a reaccionar. Se estaba quedando congelado bajo aquella manta. Y por supuesto tendría que deshacerse del maletín, que pegaba mucho el cante. Y Näthan no hacía más que presionarle para sacarle información que él no quería darle. No sabía quien era. Podría conocer a los secuestradores, en los pueblos pequeños se conoce todo el mundo. Claro que, también podría ser que los secuestradores no fueran de por allí y simplemente tuvieran una casita para pasar los fines de semana.

—Vale, comprendo que desconfíes de mí —añadió un rato después, viendo que no soltaba prenda—. Pero tú mismo has dicho que no tienes otra alternativa.

—Está bien. Hablaré con tu mujer —le dijo un poco obligado por la situación, después de sopesar los pros y los contras de meterse en su casa. Pero sabía perfectamente que no saldría en ninguna revista nada respecto a su secuestro, entre otras cosas porque oyó comentar al chófer que no habían dado aviso a la policía. Su abuela era muy dada a hacer las cosas de puertas para adentro, hasta que se le escapen de las manos.

Fueron a comprar la leña que le había prometido y luego, de camino a casa del leñador, que ni era leñador ni nada, le estuvo contando, como si lo conociera de toda la vida, que se les había roto la caldera poco antes de navidad y todavía no habían venido a arreglarla, por eso tenían que ir a coger leña, para encender la chimenea como los de la edad de piedra. También le estuvo contando que él era carpintero pero que estaba de vacaciones hasta que pasara el día de Reyes porque en invierno había poca faena en el taller. Rüdiguer escuchaba y callaba porque presentía que aquel tipo no sabría mantener la boca cerrada y cuanto más cosas supiera, peor para él. Deseaba pasar desapercibido, no llamar la atención, sobre todo mientras tuviese el maletín en su poder. Entonces pasaron por la puerta de un banco, una modesta sucursal del Handelsbanken.

—¿Qué piensas hacer con todo ese dinero? Se lo vas a devolver a tu abuela, supongo ¿no? —Que se había fijado en cómo miraba las puertas del banco mientras pasaban por delante—. Es un poco peligroso andar por ahí con un maletín tan llamativo, chaval. Tarde o temprano intentarán robártelo.

—¿Y qué me sugieres que haga? —Que ya lo tuteaba y todo.

—Podrías ingresarlo en el banco. Abrirte una cuenta y luego, cuando estés en casa, hacer una transferencia.

ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora