79. Grecia

9 3 5
                                        


Aquel verano, la vieja se lo llevó a una de sus islas privadas de vacaciones. No le gustaban los cambios y el último verano, dejándolo a él en la casa, se encontró a su vuelta un gallinero, un huerto,una empleada más y a todo el personal revolucionado.No quería que volviera a pasar.

Él, por supuesto, no quería ir. La playa nunca le gustó demasiado. El sol no era bueno para su piel blanca, se ponía rojo como un cangrejo y le escocía todo el cuerpo. Encima, la isla en cuestión estaba en un archipiélago griego, protegida del viento,que ni siquiera tenía buenas olas para aprender a hacer surf. Él había soñado con que aquel verano le dejara ir a España, aunque fuesen un par de días, hubiera tenido tiempo de sobra para localizar a Jowy, pero no pudo ser. Y no le convenía mucho poner resistencia porque ahora parecía que la relación con su abuela iba mejor y le interesaba tenerla de su parte para que, cuando hiciera el pacto con el rey, el batacazo fuese menor, pero eso ya se vería.

Eso sí, le sentó como una patada en los huevos descubrir que su abuela, aparte de la isla privada que tenía en las Islas Mauricio, donde fue el verano anterior, tenía más islas privadas,como era el caso de esta de Grecia, otra en Las Barbados, otra en Polinesia, y alguna que otra que no sería del dominio público. Le cabreó que no vendiera ninguna de ellas, que tendrían que valer un fortunón, para sacar su condado a flote y él tuviera que estar haciendo tantos sacrificios para ahorrar dinero y pensar de donde lo sacaban.

Cuando surgió el tema, sin llegar a discutir, la vieja le dijo que aquellas islas eran regalos que le habían hecho sus amantes y que no las iba a vender porque no eran del condado sino de su haber personal. Rüdiguer tomó nota. Ya estaba harto de perder el tiempo pensando qué hacer para rescatar un condado que estaba destinado al fracaso y a la anexión a otro, en lugar de pensar en como volver a España. Eso le dolió. Se prometió a si mismo no volver a sacrificar su tiempo por ellos. Tenía que crear su "haber personal", intocable.

Por supuesto aquel año no hubo súper vacaciones para sus tías y primas como el año anterior porque la economía no estaba para esos derroches, así que ellas, como las islas privadas de su abuela ya las tenían muy vistas y sabían que eran un muermo, pues se fueron a casa de sus padres, en Skeleftea y Malmö. Ingrid apuntó a sus hijas a un campamento de verano en Goteborg, la costa oeste que tanto les gustaba y ella se vino a la isla durante el mes de Julio pero volvió a la mansión en Agosto para controlar a los empleados y... porque se aburría.


De momento estaba allí. Aburrido como una ostra. En una mansión con las paredes de metro y medio de grosor, encaladas hasta el techo,llena de terrazas y ventanitas azules, con escaleritas de piedra por aquí y por allá, y una luz y un calor que lo obligaban a llevar las gafas de sol puestas todo el rato cuando salía al exterior, aunque fuesen las nueve de la noche, que era cuando se escondía. Ah, y crema solar protección 100, por lo menos.

La mansión estaba habitada todo el año por una familia que era la que la mantenía y la cuidaba. En la isla, por supuesto, no vivía nadie más. Contrató a dos camareros y una cocinera que venían en lancha desde Naxos, la mayor de las Cícladas, y la más cercana. La limpieza y mantenimiento de la mansión ya se encargaba la familia que vivía allí. Que por cierto sólo cobraba el verano que la vieja se dignaba a utilizar la casa. El resto del año el hombre tenía que dedicarse a la pesca y la mujer a lo que le saliera, para poder comprar comida y ropa, y gracias que no les hacía pagar un alquiler por vivir en su mansión.

Además,tenían dos hijas. La mayor ya estaba casada y vivía en Naxos, en aquel verano estaba embarazada de su segundo hijo. La pequeña era una bala perdida y no quería ni estudiar ni trabajar.

A su abuela no le caía muy bien. No le gustaba verla por allí holgazaneando, como si aquella casa fuera suya. La hacía sentirse una intrusa dentro de su propiedad. Pero a la chica le resbalaba todo. En plena adolescencia tenía que ser rebelde. Eso bastó para que Rüdiguer quisiera ser su amigo. Por dos motivos. Porque era lo más divertido que se podía encontrar por allí, y porque así cabrearía a su abuela un poquito, puesto que ya le había advertido de que era una mala compañía para él.

ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora