23. Per

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Continuaron caminando hacia la casa en silencio durante un buen rato.Entraron por la puerta de atrás, atravesaron el patio porticado dela torre y se metieron en el ascensor. Rüdiguer normalmente prefería subir por las escaleras, pero aquel día estaba molido y se dejó llevar por la comodidad.

—¿Te hace un trago? —le ofreció Per, marcando el segundo piso,tras marcar Rüdiguer el primero, donde estaba su habitación—. En mi cuarto tengo un pequeño arsenal —añadió después con un poco de temor por si se chivaba a su abuela—. Un tío no debería pasar el día de su cumpleaños trabajando como un esclavo y encima no poder brindar siquiera por que cumpla muchos más. ¿No crees? —le dijo para intentar convencerlo.

La puerta del ascensor se abrió en el primer piso y Rüdiguer estaba indeciso. Al final dejó que se cerrara y subió al segundo, con Per.

—Bueno, pero un trago ligero y me bajo —explicó, ante la mirada sonriente de Per—. No te vayas a pensar que vas a tener sexo conmigo tan pronto, que nos acabamos de conocer —bromeó, empezando a reírse

—Está bien, llegaremos hasta donde tú quieras —contestó Per, riéndose también de su propio comentario y siguiéndole la bola al condesito, del cual empezaba a rumorearse que podía ser gay porque todavía no se había liado con ninguna chica de las del servicio,como solían hacer todos los señoritos, solteros, casados y de todas clases, y más aún teniendo algunos bomboncitos entre las internas.

El ascensor llegaba hasta el segundo piso y luego había que subir hasta la buhardilla por las escaleras. Llegaron a su habitación con la risa puesta debido a los comentarios obscenos que venían diciendo mientras llegaban. La buhardilla era de pasillos estrechos y puertas pequeñas. Parecía el pasillo de un barco o un tren donde, si te cruzas con alguien, te rozas por narices a no ser que ambos caminantes sean un fideo cabellín.

La habitación de Per era modesta, como todas las demás. Apenas tenía un armario, una cama y un escritorio o mesita. Por supuesto no tenía baño, para eso estaban los baños y duchas comunes repartidos a lo largo de toda la planta, separados por sexos, eso sí. Pero bajo la cama guardaba una caja de cartón llena de botellas de licores varios. Coñac, whisky, tequila, ron, vodka, anís, mistela y hasta sacó luego una de vino tinto de Jerez del alfeizar de la ventana,donde lo había puesto para que estuviera fresquito.

—Como has vivido mucho tiempo en España esta me imagino que te hará más ilusión. ¿No? —le dijo Per enseñándosela todo orgulloso—. Es auténtica, me la ha enviado por mensajería un primo mío que se fue de vacaciones la semana pasada. Pero no te quedes ahí, siéntate —le ofreció, dando dos palmaditas sobre la cama.

Sacó de la mesita dos copas y un sacacorchos. En aquella habitación olía a marihuana por doquier.

—Joder, tío. Eres el vicio en persona —dijo Rüdiguer sosteniendo su copa mientras Per se la llenaba hasta arriba—.Apenas llevas quince días en esta casa y ya tienes el pisito montado¿Eh?

—¿Por qué crees que he preferido contrato de interno? Mis viejos me agobiaban demasiado —dijo moviendo la copa en círculos para airear el vino antes de meter la nariz en ella, como si fuera un experto catador—. Hasta destruyeron mi pequeña plantación de María que había montado en el cobertizo. Son la hostia. ¿A ver qué daño les hacía creciendo allí tranquilamente?

—Y seguro que te has traído mercancía aquí ¿verdad? Este tufillo no parece ambientador de pino —adivinó Rüdiguer partiéndose el culo de su comentario.

—Pues sí. ¿Quieres probar? —dijo sacando un porro ya liado que tenía guardado bajo la almohada—. Este lo reservaba para esta noche, pero por ser tu cumpleaños creo que lo compartiré contigo.Si quieres, claro —añadió, buscando un mechero por alguno de sus bolsillos—. Oficialmente eres mi primer invitado —Encendiendo el porro y pegando la primera calada para pasárselo a Rüdiguer después.

—Ten cuidado con quien invitas porque hay mucho trepa suelto por ahí y se podrían chivar a mi abuela —le advirtió amablemente mientras cogía el porro suavemente y pegaba una caladita pequeña.No estaba acostumbrado a fumar, y menos aún aquella hierba tan fuerte. Se le paró el humo en la garganta y tuvo que toser para tirarlo.

—Veo que no tienes mucha experiencia, ¿eh? —Se reía Per levantando su copa en el aire como para emitir un brindis—. Por que cumplas muchos más... y yo que los vea —Y chocaron sus copas bebiéndoselas de un trago y volviendo a llenarlas después—. Si alguien se chiva ¿Qué es lo peor que me puede pasar? ¿Qué me despidan? Pues adiós. ¿Sabes? Si tuviera miedo de eso no te habría invitado a subir porque tú eres el primer sospechoso —continuó hablando Per, haciendo pausas para pegar caladas al porro y pasárselo de nuevo a Rüdiguer que observaba atentamente cómo lo hacía Per para aprender—. Eres el condesito, como te llaman por aquí, y te estás ganando fuera la fama de salvaje por excentricidades como las de hoy. Pero me caes bien, no eres el típico niño rico y mimado,cursi y repipi que monta un pollo si se mancha la camisa con algo asqueroso. Eres guay, tío.

—¿Estas intentando declararte? —dijo Rüdiguer muerto de la risa y colorado como un tomate ante tanto halago inesperado—. Ya te he dicho antes que no habría sexo en nuestra primera cita, ¿eh?

—¿Ni la puntita siquiera? —contestó Per contagiado de su risa,siguiéndole el juego de colegas gays.

Se acabaron la botella de vino y el porro entre los dos. Y Rüdiguer,con el estómago vacío todo el día, más la falta de costumbre a la María, tenía un mareo impresionante cuando intentó levantarse para irse a su habitación muerto de sueño y de cansancio. Per lo tuvo que acompañar porque no se fiaba de dejarlo solo y que se cayera por las escaleras con el pedo que llevaba. Lo tiró en su cama travesado y se quedó frito al instante. Por supuesto que todos los habían oído bajar, tanto en la buhardilla como en el segundo piso, donde intentaron ser más sigilosos sin conseguirlo porque de vez en cuando les entraba la risa tonta y no la podían contener.

Por la mañana tenía un dolor de cabeza insoportable. Como no había bajado a desayunar, Cornelia le había subido el desayuno en el carrito y fue la que lo despertó. Tenía un aspecto horrible. Sucio de tierra y sudor, apestando a humo de María mezclado con alguna que otra gotita de vino que había derramado sobre sus pantalones en uno de los últimos brindis, más ojeroso que de costumbre, aparentaba veinte años más.

 —Ya me imaginaba yo que al final sí que habría fiesta —dijo ante la mirada aturdida que ponía, como situándose—. No hay más que ver la pinta que tienes hoy, hijo. Este Per es un liante ¿a que sí? —Como vio que se frotaba las sienes continuó hablando para espabilarlo—. Venga, te he traído café calentito para quitar esa resaca en un plis plas. Una ducha fresquita y como nuevo. Ya verás—Que no sabía qué más decir para animarlo.


—Gracias Corny —dijo levantándose para desayunar. Estaba desmayado.

—¿Corny? —Se sorprendió ella ante la abreviatura que le había puesto—. Hum, me gusta —Y sonriendo y canturreando salió de la habitación.

Tras el café y la ducha salió a correr como todas las mañanas.Como hacía buen día también se atrevió a tirarse al lago a nadar un rato, quitándose toda la ropa, excepto los calzoncillos que, como eran oscuros podrían pasar por bañador perfectamente. No todos los días aparecía Mágnum con un albornoz preparado, así que luego se ponía la ropa seca otra vez, sin secarse ni nada y se iba corriendo a cambiarse. Pero esos baños en el lago lo dejaban nuevo. Después se acordó de su rebaño, pero antes se sentía en deuda con su abuela por haber accedido a su petición y subió a la torre trasponerse ropa seca para darle las gracias.


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ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora