12. De regreso al Castillo del Terror.

6 3 0
                                    

Al final consiguió dormir un poco. O tal vez fuese gracias al Nolotil que le había dado Ulrich, que le había calmado el dolor de cabeza y le había bajado la fiebre. Pero, aún así, se despertó temprano. Como en aquella época casi siempre era de noche, pues le resultaba muy difícil calcular la hora, pero escuchó ajetreo en la cocina y se levantó a ver quién era.

Emma estaba preparando el desayuno. No tardaron mucho en levantarse los demás y desayunaron todos juntos aprovechando que estaban de vacaciones. Rüdiguer seguía con mala cara, más pálido de lo normal, con sudores fríos, dolor de cabeza y de garganta, y notaba como se le estaba yendo la voz. Al parecer se había resfriado con tanto caminar por la nieve con aquellos zapatitos de mierda y los calcetines mojados.

Ulrich se dio cuenta enseguida, y se ofreció a llevarlo hasta la puerta de su casa, ahora que sabía donde vivía. Pero a él no le hacía mucha gracia porque alguien podría verlo y no le interesaba que lo conocieran, porque si le hacían preguntas podría contestar algo que a él no le conviniera. Sin embargo, se encontraba realmente mal, así que al final accedió. Näthan le dio una tarjeta suya al despedirse, donde figuraba su dirección y teléfono, por si algún día necesitaban sus servicios en la mansión de su abuela. Nunca venía mal hacerse clientes.

Cogieron el modesto monovolumen de Emma y, por el camino, Ulrich le fue contando cómo era la vida allí. Las costumbres que tenían, las fiestas que celebraban, como funcionaban los colegios e institutos, las salidas laborales de tal o cual carrera, lo que hacían los jóvenes para divertirse, y un poco de todo. No era tan diferente de lo que él conocía. Pero aquellos datos le ayudaban bastante a hacerse una idea de las condiciones que le iba a proponer a su abuela. No pensaba seguir de brazos cruzados cuando lo que estaba en juego era su vida. Necesitaba protección y conocimientos. Y él estaba ansioso por saberlo todo, por absorber cualquier información referente a sus enemigos como si fuera una esponja en el desierto.

Ulrich le contó también que su sueño era montar una granja para autoabastecerse y no necesitar el dinero para sobrevivir. Era su utopía. Era su forma de revelarse contra un gobierno demasiado controlador que los asfixiaba a impuestos, según él. Tenía las ideas claras y los conocimientos necesarios pero le faltaba el dinero para llevarla a cabo. Enseguida a Rüdiguer se le ocurrió que podría hacer lo mismo, era una buena manera de invertir el dinero, pero además pondría un huertecillo donde poder plantar ricos tomates y lechugas para hacerse esas ensaladas que tanto echaba de menos, con árboles frutales, naranjos, nispereros, perales, manzanos, etc.

La fruta que había probado desde que llegó le sabía a plástico.

La mejor comida fue la que le ofreció Emma mientras estuvo en su casa. La comida de la mansión era una auténtica bazofia, y casi siempre le llegaba fría a la mesa porque la cocina estaba a tomar por saco del comedor y por el camino se enfriaba todo. Le parecía mentira que, con tantos adelantos y tanta tecnología de la que presumían por allí, aún no hubieran inventado la manera de comerse la sopa caliente. Además el menú era muy repetitivo, mucha carne de caza que le regalaban los amigos de su abuela para obtener sus favores, que casi siempre venía aliñada con algunos perdigones que aparecían sueltos por el plato o se le metían entre las muelas cuando pegaba un bocado. Todo aliñado con setas, de varios tipos y cocinadas de varias maneras, pero setas al fin y al cabo. También abundaba la carne de granja industrializada, donde los animales comen pienso todo el rato y no tienen ni medio metro cuadrado para estirar las patas. Y mucho pescado: arenques, bacalao, salmón. Condimentado de cuarenta mil formas y acompañado de guarniciones varias, pero por muy bonito que lo pintaran seguía siendo pescado, y seguía teniendo raspas y espinas por doquier.

Hablando, hablando, el camino se les hizo corto y cuando quiso darse cuenta se hallaban frente a la verja que delimitaba el recinto de la mansión de su abuela. Había evitado por todos los medios que supieran quién era y, al final, lo habían llevado hasta su misma puerta. Pero Ulrich era listo y como no le gustaba mucho el aspecto de la mansión prefirió parar en la puerta, no quiso entrar porque presentía que Rüdiguer no quería que lo vieran con él, y porque era un muchacho precavido y no sabía cómo se lo tomarían, o si sospecharían que él tenía algo que ver con los secuestradores.

ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora