57. Vamos de excursión.

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Las hermanas buenorras comenzaron a trabajar a primeros de agosto y, en cuanto pisaron la casa, Per las puso al día con los planes que tenían. Aunque Alva y Per ya no estaban juntos, habían quedado como amigos desde antes de las vacaciones. Alva estaba liada ahora con William, el camarero de anuncio de colonia para hombres que, aún en pleno invierno, siempre llevaba los dos botones de arriba de la camisa desabrochados. Alice había vuelto con novio formal. Un amigo de su familia. Un buen chico que no tenía ni idea de cómo era Alice en realidad, pero a ella le apetecía sentar la cabeza y tener hijos antes de que se le pasara el arroz, como solía decir, a pesar de que aún no llegaba ni a los treinta. Rüdiguer cada vez que la miraba se acordaba de aquel día en la poza. Pero ella, como estaba medio borracha seguramente lo habría olvidado. De todas maneras, casi era mejor así, porque él no pretendía tener nada serio con ella.

Así que, un día, Per llenó la parte de atrás de la Renault Express de Alice de sacos de abono que apestaban a vaca cosa fina, y Rüdiguer se camufló entre ellos, bien al fondo, tapándose con unos sacos vacíos para que no lo vieran los de seguridad. Per y Alva también iban en el vehículo. Como era su jornada laboral no podían salir dela casa sin una buena excusa porque Mágnum, que no se había ido de vacaciones, los tenía muy bien controlados. Así que, Alva fingió cortarse en el brazo echándose un sobrecito de ketchup del que le había sobrado de la noche anterior cuando fue con William a la hamburguesería más cercana a cenar, y restregándoselo de forma alarmante para que pareciera grave. Per fingía estar taponándole la hemorragia mientras su hermana Alice conducía hasta el ambulatorio más cercano puesto que el Doctor y las enfermeras tampoco estaban en aquellos momentos en la casa ya que la vieja no los necesitaba.

Cuando pasaron por la puerta, el vigilante les preguntó para qué llevaban los sacos de abono si iban al ambulatorio.

—Es que no me ha dado tiempo a descargarlos, es abono de casa de sus padres —dijo Per al vigilante—. No veas qué boñigas hacen sus vacas, tío. Y los jardines de la condesa necesitan algo fuerte para brotar.

—Está bien —gruñó el vigilante, molesto por las confianzas que se tomaba Per.

Cuando se alejaron de la mansión todos se pusieron a gritar porque el plan les había salido bien. Pero Rüdiguer no salió de su escondite hasta bien alejados, porque sabía que había cámaras de vigilancia hasta en la carretera.

Alice condujo un buen rato hasta llegar a la ciudad de Orebro, donde suponían que habría sucursales del banco con el que operaba la vieja, el Swedenbank. No tardaron en encontrar una pero, antes de entrar tenían que cambiarse de ropa porque los cuatro apestaban a boñiga de vaca. Estaba incluido en sus planes, por eso se habían llevado una mochila cada uno con ropa de recambio y colonia, mucha colonia.

Aparcaron cerca de la estación de tren y se cambiaron en sus baños. Alice y Alva aún estaban más espectaculares con su ropa de calle y les propusieron reunirse en el centro comercial más cercano cuando acabasen con sus asuntos en el banco, para no ir todos en cuadrilla y llamar más la atención, así ellas se daban mientras una vuelta para ver tiendas. A Rüdiguer le pareció buena idea. Cuanta menos gente mejor.

Fue al banco en cuestión con la cartilla y sacó casi todo lo que había,que apenas ascendía a 3.500 coronas. No sin antes ponerle mil y una pegas, los muy agarrados, ni que el dinero fuera suyo. Recordó que al sueldo que le daba su abuela le había restado los gastos de los desperfectos que ocasionó su rebaño, más el precio de la esquila,el macho y el tratamiento para sus ovejas. Lo tenía todo apuntado en una libretita.

La deuda con Per era de 5.000 coronas, con lo cual aún le faltaban mil quinientas. Per no sabía que era lo único que tenía, se pensaba que estaría repleta de ceros a la derecha, y Rüdiguer dejó que lo siguiera pensando. Lo tenía todo previsto. Se había traído también la cartilla de la cuenta que se abrió en Älvdalen, cuando lo secuestraron, pero no quería que Per se enterara de que tenía otra cuenta por ahí. Sin embargo, no había manera de deshacerse de él.El tío parecía su sombra. Aprovechó también para pedir su firma digital y así poder controlar su cuenta desde Internet, ahora que sabía que podía contar con la colaboración secreta del mozo de cuadras, alias: El informático.

ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora