15. Angus

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Después de una noche larga, pensando, sin poder apenas pegar ojo,llamó a la puerta Cornelia, con el desayuno. Aquella mujer era la alegría personificada.

—Toma cielo —dijo con todas las confianzas, como si le hablase a su hijo—. Lo he sacado del microondas hirviendo para que te llegara calentito —Y destapó una taza humeante mientras le dedicaba una amplia sonrisa—. Como no sabía qué te pones en la leche te he traído de todo, café, cacao, azúcar... Ah, y zumo de naranja con tostadas de mantequilla o de mermelada, tienes para elegir.

—Gracias. Estoy muerto de hambre —dijo, intentando creérselo,aunque odiaba el zumo de naranja de brick. Le sabía a química después de haber probado el natural, y con naranjas frescas.

—Vaya, sí que debes estarlo —dijo Cornelia, retirando el carrito de la cena, que estaba intacta—. Tienes que comer más. Estás muy delgado y vas a coger una anemia de caballo.

—Ya lo sé, pero es que anoche no tenía hambre. No me encontraba muy bien. Hoy estoy mejor —respondió, levantándose de la cama y acercándose a curiosear el carrito que le había subido Cornelia mientras ella no paraba de hablar.

—Te he traído un libro dietético, mi favorito, tiene platos realmente exquisitos y fáciles de hacer, aunque... a lo mejor tú hubieras preferido uno sobre coches o motos, ¿no?

—No tengo ni idea de motor, así que, cualquier libro me viene bien. Gracias —contestó él, indiferente ante aquel libro que hablaba de comidas cuando lo que menos tenía era hambre.

—Ah, el doctor me ha dado esto para ti —Y se sacó del bolsillo del delantal una tableta de pastillas blancas pequeñitas—. Dice que es para el dolor de cabeza y garganta. Pero... —hizo una pausa mirando alrededor, como temiendo que alguien más pudiera oír la conversación—. Si quieres saber mi opinión... —dijo bajando aún más la voz—. Yo no me las tomaría. Ese matasanos lo único que sabe es dar calmantes y tranquilizantes que te dejan tonto para que no te des cuenta de lo que hace. Si realmente te duele la garganta...—se dirigió de nuevo al carrito del desayuno, señalando una taza—. Haz gárgaras con esto. Te he exprimido un par de limones,pero no se lo digas a nadie, y le he añadido miel. Es lo mejor que hay. Pero debes mantener el secreto porque la miel la pagamos aprecio de oro y tu abuela no nos deja que la usemos cuando nos dé la gana, sólo en ocasiones especiales y para invitados especiales, ya me entiendes —Y le guiñó un ojo, tirándole la tableta de pastillas a la bandeja del desayuno y llevándose hasta la puerta el carrito de la cena—. Después de hacer unas cuantas gárgaras, te lo puedes beber tranquilamente, que es bueno también para limpiar el estómago —Y salió de la habitación, canturreando como había venido.

Rüdiguer se quedó pensativo. Como en la película de Matrix. Tomarla pastillita o hacer gárgaras. Decidió esperar a ver cómo le sentaba el desayuno y luego ya tomaría una decisión. Odiaba tomar decisiones. Tomar decisiones no es elegir algo, sino rechazar lo demás. Y a él no le gustaba rechazar nada, no quería cerrarse puertas. Las necesitaba todas. Y las necesitaba bien abiertas.

A mitad de desayunar apareció por su habitación el viejo chófer.Llamó a la puerta con un sonido apenas audible.

—Adelante —dijo Rüdiguer, mientras se terminaba la tostada de mermelada que se había preparado, pero como nadie abría la puerta al final se levantó para ir a abrirla él mismo.

—Buenos días, señor —dijo Angus, que así se llamaba el chófer,sosteniendo la gorra con las dos manos pegadas al pecho e inclinando la cabeza a modo de reverencia—. Espero no haberle despertado.

—No. Tranquilo —repuso él, abriendo la puerta de par en par e invitándole a pasar—. Estaba desayunando. ¿Vamos a algún sitio?

—No. Y perdone que le haya interrumpido —se disculpó Angus sin entrar—. Si lo prefiere puedo volver en otro momento.

ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora