64. La Oveja negra

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Por la tarde, después de la siesta y antes de ir a echarle de cenar alas gallinas y las ovejas, solía ir un rato al gimnasio, a nadar un poco y desentumecer los músculos.

En aquella ocasión estaba Marie en la piscina, que al verlo llegar,enseguida se salió del agua y se cubrió apresuradamente con el albornoz. Pero no fue lo bastante rápida y Rüdiguer pudo observar algunos moratones en sus muslos y antebrazos. Se dijo para sí mismo que no era asunto suyo, que no tenía que entrometerse, pero la ira pudo con él y al final decidió confirmar sus sospechas.

Como Marie le huía, tuvo que correr por el pasillo para alcanzarla .Cuando lo hizo, le bajó el albornoz bruscamente ante el temor de la chica, que se quedó petrificada, dejando al aire sus hombros y brazos nada más. Bajo el bañador negro de abuela que llevaba, su piel blanquecina y flácida presentaba muchas zonas amoratadas y abultadas, algunas incluso con manchas amarillentas,otras más enrojecidas.

—¿Cómo te has hecho todo esto? —preguntó, cubriéndola de nuevo porque en el pasillo hacía frío.

—Eh...Me caí por las escaleras —contestó ella, con la voz temblorosa y sin mirarle a los ojos. Avergonzada.

—¿Sí?¿Cuántas veces te has caído por las escaleras? Porque aquí hay moratones de diferentes días —preguntó irónicamente—. ¡Dime la verdad, joder! ¿Te piensas que yo soy tonto o qué?

Ante la mirada inquisidora de su primo, Marie no pudo evitar echarse a llorar sin saber qué hacer ni qué decir. Por un lado no quería decir la verdad, pero por el otro deseaba que Tage sufriera lo mismo que ella.

Sin decirle una palabra más, la cogió de la mano y, tirando de ella, se metieron en el ascensor.

—¿Qué vas a hacer? —decía ella entre sollozos la chica—. Déjame en paz, por favor —suplicaba inútilmente.

Pero Rüdiguer hacía oídos sordos a sus suplicas. La llevó a trompicones y estirones, al salón de la Tv, de donde salían, en aquel justo momento, su abuela, sus tías y primas, que al verlos salir del ascensor se quedaron paradas y sorprendidas.

—Pero...¿Qué haces? —dijo su abuela ante el lamentable espectáculo.

Rüdiguer le volvió a bajar el albornoz sin decir ni una palabra, cabreado,para que todas vieran el cuerpo amoratado de su prima, mientras ella rompía a llorar desconsoladamente.

La cara de su abuela se endureció de una manera sobrecogedora. Sus tías y primas presentaban rostro de lástima y compasión, pero el de su abuela era la ira personificada. Todas, excepto las más pequeñas,comprendieron el motivo de aquellos moratones.

—¿Es que no vais a hacer nada para evitarlo? —preguntó Rüdiguer por fin, cubriendo de nuevo a Marie, que corrió a los brazos de su madre, que lloraba también—. ¿Es que os vais a quedar de brazos cruzados dejando que el tipo este liquide todo lo que vosotras habéis estado guardando todos estos años y por lo que habéis estado luchando? —continuaba, dirigiéndose a todas en general, pero mirando a su abuela—. ¿Es que vais a consentir que vuestros maridos, hijos, primos,padres, hermanos y nietos hayan muerto en vano?¿Nadie va a pararle los pies a este tío?

Todas permanecieron en silencio, mirándose unas a otras sin saber qué decir ni qué hacer.

—Sois más cobardes que mis ovejas —Terminó Rüdiguer, asqueado de tanta sumisión. Dispuesto a dejarlas por imposible.

—Aquí eres tú el pastor —dijo por fin su abuela, mirándolo fijamente.

—Te equivocas —la rectificó—. El pastor eres tú —contestó devolviéndole la mirada, esa tan seria que casi daba miedo—. Yo sólo soy la oveja negra del rebaño —Y pegando media vuelta se volvió a la piscina, a desahogarse nadando un buen rato, mientras su cabeza no dejaba de pensar en Marie, en lo que estaba sufriendo y en la manera de evitarlo que estuviera en su mano.

Su abuela se quedó pensativa, allí parada frente al ascensor, donde las había sorprendido su nieto con Maríe en aquel estado. Las demás ya se habían dispersado. Unas se habían ido a sus habitaciones,otras a la biblioteca o a la sala de música, pero ella se había quedado allí, meditando las palabras que le había dicho su nieto.Ella era el pastor, y los demás su rebaño, aunque él fuera la oveja negra. Siempre tenía que haber una oveja negra. Entonces; Tage era el lobo. Ahora sólo necesitaba encontrar un buen perro pastor que le parase los pies al lobo o, en su defecto, tendría que contratar a un cazador...

A su abuela tampoco le gustaba como llevaba Tage el condado y disfrutó mucho, pero en secreto, cuando su nieto le plantó cara. En el fondo lo quería, aunque muy en el fondo. Seguía pensando que él sería mejor dirigente para su condado, si no fuera por esas excentricidades que tenía de vez en cuando.

Después de meditar un buen rato, inmóvil frente al ascensor, a pesar del ir y venir de los empleados, su abuela decidió tener una charla íntima con Rüdiguer, y fue a buscarlo al corral de las ovejas, donde era más probable que estuviera a aquellas horas, dándoles la cena.

Allí lo encontró, hablando con aquel chucho asqueroso al que le tenía tanto aprecio, mientras les ponía un poco de pienso en el comedero y algunas sobras de las verduras de la comida que, seguramente, le habrían guardado sus amigas, las cocineras. El olor era casi insoportable. Olía a excremento de animal, a su aliento, a su piel sucia y su lana gris y rebozada de paja y tierra. Por no hablar del olor que salía del gallinero, que estaba contiguo. Pero ella hizo acopio de toda su dignidad y entró, cogiendo aire antes, para que nadie la viera hablar con él.

 Pero ella hizo acopio de toda su dignidad y entró, cogiendo aire antes, para que nadie la viera hablar con él

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ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora