104. La pianista

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Se sintió patético.

Estaba tan obsesionado con ella que hasta lehabía parecido oírla entre las voces de la gente de la cola y delmurmullo de la lluvia. Seguramente habían sido alucinacionesproducidas por el cansancio y el agotamiento, porque ya era casi launa de la madrugada y aquel había sido un día muy estresante. Habíaestado nervioso todo el día esperando hablar con la chica del coropara nada.

Se sentía frustrado. Su cabeza estaba embotada y no podíapensar con claridad. Y allí no adelantaba nada, parado junto a unosextraños que lo miraban desconfiando de él, con su pelo largo yhabitualmente sedoso convertido ahora en una maraña negra y pastosaque le caía sobre los ojos pegándosele a la cara por la lluvia ysus ropas caras parecían las de un vagabundo pordiosero chorreandoagua como si no tuviera dinero para comprarse un paraguas.

Estabaaturdido, estaba desorientado, ya ni siquiera sabía en quédirección debía caminar para volver a su hotel y ponerse algo seco,cuando alguien abrió una puerta al otro lado de la cola y, junto condos hombres fuertes vestidos de camareros, con una enorme bolsa debasura, salió el sonido de un piano. Los camareros entraronenseguida, cerrando la puerta. Callando el piano.

Buscandoun poco de paz y relax, traspasó la cola sin mucho esfuerzo porquelas personas que la componían se hicieron a un lado para dejarlepasar sin que los tocase siquiera, como si tuviera la lepra,siguiendo aquellas breves notas del piano que se habían escapado porla puerta opaca y metálica que se escondía en un zaguán grafiteadoy estrecho, ideal para soltar una meadita cuando la vejiga aprieta.

A simple vista no hubiera imaginado que allí se escondía unapuerta. Parecía la puerta trasera de algún local, porque no teníapomo ni manivela. La abrió metiendo las uñas entre el marco y lapuerta, haciendo un gran esfuerzo para no rompérselas y poderintroducir después los dedos hasta conseguir abrirla. Efectivamentese oía un piano, y por supuesto aquello era la puerta de atrás deun local de copas con música en vivo que él no tenía en su lista.

Seencontró en un pasillo donde había unos aseos que apestaban a oríny apenas estaba iluminado por una luz anaranjada que colgaba deltecho simulando los farolillos chinos. Siguió el sonido del piano,al que pronto acompañó una voz femenina. Al final del pasillo seabría un pequeño bar, oscuro y cutre, el tío de la barra se lequedó mirando sorprendido. Era lógico que no esperara tenerclientes que aparecieran por la puerta trasera.

Aquellavoz... era la misma voz. Se le aceleró el corazón de repente.

Unafigura oscura y voluminosa cantaba "Someone like you", en uninglés perfecto, sentada frente a un piano negro de cola. Se acercóatravesando el humo de los cigarros que atufaban el recinto y que leimpedían ver con claridad y se sentó en una de aquellas mesassolitarias a contemplar aquella figura oscura, cubierta con una capanegra, con la capucha puesta, que tocaba el piano y cantaba con unavoz tan triste como su corazón.

Nose oía nada más. Todos callaban y escuchaban. Las mesas del fondoya tenían las sillas boca arriba y una chica con una fregona estabaapoyada en ella, escuchando y mirando abobada la actuación. Alparecer estaban a punto de cerrar. En las otras mesas sólo habíahombres solitarios ahogando las penas frente a un vaso medio vacío.Algunos de ellos acompañados por fulanas sobonas, viejas y arrugadascomo una pasa, que intentaban ganarse unos eurillos de la únicamanera que sabían.

Aquellavoz era SU voz. Un poco más madura, más curtida, quizás másdesgarrada, pero era su voz. Estaba seguro.

La respiración parecíafallarle algunas veces ante tal nerviosismo.

ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora