109. Persecución

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Lovio.

Se le quedó mirando seria, asustada casi.

Como llevaba el cascopuesto no lo reconoció, pero sentía que ya la había cagado. ¿Aquien se le ocurre entrar en una iglesia sin quitarse el casco cuandohasta los más de pueblo se quitaban las boinas? Enseguida llamó suatención, normal.

Se puso a mirar a todas partes, nervioso, sinsaber cómo disimular. Ella permaneció allí de pié, sin perderlode vista, estudiándolo. Cuando terminaron de cantar, la profesoradespidió a los chicos diciéndoles que fueran puntuales, que losesperaba mañana a las diez allí. Jowy se acercó a la profesora yle susurró algo. Enseguida las dos miraron en su dirección.Rüdiguer aprovechó para salir fuera con los niños y sus padres,como si fuese el familiar de alguno de los chicos, pero antes desalir vio como uno de los niños se quedaba con ellas y Jowy lepasaba la mano por la cabeza cariñosamente mientras hablaba con laprofesora. Seguramente había ido a recogerlo. Sabía que solíatrabajar cuidando niños cuando no tenía otra cosa. Aquel chiquillotendría unos seis años y posiblemente tuviera que llevarlo a sucasa, por eso la sillita en la bici.

Cuandosalió fue directo a hablar con Nikke.

—Meha visto —dijo Nikke antes de que le dijera él nada—. Salía conla sillita para engancharla a la bici y cuando me ha visto se haquedado petrificada mirándome y ya no la ha puesto, ha pegado mediavuelta y se ha ido otra vez dentro.

Nikkesí que se había quitado el casco, por lo que le había visto lacara y su cabellera pelirroja tan cantarina.

—Amí también me ha visto —confesó Rüdiguer pensando—. Menos malque no me he quitado el casco. Pero está claro que ahora intentarádespistarnos.

—Ah,¿Pero piensas seguir con esto? ¿Por qué no le dices quien eres deuna vez y terminas con el rollo? La pobre parecía asustada. Le estashaciendo pasar un mal rato y cuando te la eches a la cara secabreará, y con razón.

—Yalo sé —admitió Rüdiguer suspirando, como si estuviera entre laespada y la pared y no tuviera claro qué hacer—. Es que... meresulta tan difícil —dijo pensando en voz alta.

Justo en esos momentos Jowy salió de la iglesia, sola, desató la bici, subió en ella, y antes de empezar a pedalear les lanzó una mirada desafiante, como si los retara a seguirla. Nikke se puso el casco y arrancaron las motos. Jowy pedaleaba fuerte y enseguida los condujo a un parque donde había rampas para hacer skate. Se dirigió hacia un grupo de chavales que estaban sentados en uno de aquellos bancos con sus monopatines y al parecer la conocían. Estuvo hablando con ellos y de vez en cuando alguno miraba en su dirección, discretamente. Luego uno le prestó un casco y unas rodilleras.

—¿Qué va a hacer? —preguntó Nikke sorprendido.

—Nos va a despistar —confirmó Rüdiguer, que parecía divertido. Siempre le había gustado perseguirla, jugar al gato y al ratón. No había encontrado presa más difícil y le llenaba de orgullo comprobar que lo seguía siendo.

—¿Tu crees? —preguntó Nikke desconcertado ante la cara de satisfacción y miedo a la vez que tenía Rüdiguer.

—Seguro —contestó sonriendo como un idiota.

—¿Y no sería mejor dejar de seguirla para que se marche tranquila y mañana volver al ataque? ¿No has dicho que los niños cantarán en el coro mañana?

—Sí, pero a lo mejor ella no estará. Mañana es sábado y los padres del niño talvez no trabajen y puedan ir a verlo y a recogerlo. Hasta el lunes que vuelva a la facultad no tenemos nada.

—Si nos despista tampoco tendremos nada.

—Lo sé —Afirmó pensativo. No tenía escapatoria.

ETHEL, El heredero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora