CAFÉ CON LECHE

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LATTE PARA DOS

Todo converge. Las cosas suceden. Cada acción tiene una respuesta, Karma, lo llaman, pero también es la ley de equivalencia, el efecto mariposa. Pero hay algo más, algo mil veces mayor a todo eso, tiene que haberlo.

Es la mañana del 17 de febrero del 2014.

Es una mañana soleada y helada en partes iguales.

Nevó temprano por la mañana y la nieve decoró el paisaje por un buen rato, pero ahora la nieve se derrite y la gente pasa, camina, continúa con sus vidas. Los enamorados que no se vieron el catorce, aprovechan este día para alguna cita tardía, o quizá se pasean de las manos de sus amantes.

Paul está sentado en solitario en aquella pequeña mesa de madera fuera de la bonita cafetería Mimi, lleva dos suéteres y una playera de cuello alto, usa bufando y gorra. Sus largos cabellos le caen cubriéndole las orejas y se calienta las manos con la taza del café latte que está tomando: sus muy cristalinos ojos azules persiguen por un instante a las personas que caminan en la calle.

Es una hermosa mañana invernal, y él está sentado en una mesa parados. Se imagina por un momento que está esperando a alguien, que ese «alguien» llega tarde, pero eso no lo enoja, lo divierte, y cuando su chico llegara él sólo le sonreiría y le diría que pidió un latte para dos.

Su latte es individual, por supuesto, y él no tiene ninguna cita, ni siquiera tiene un enamorado: peleó y terminó con su último novio hace poco más de una semana, y no lo extraña, fue una relación un poco hartante, frustrante. Jesús jamás le puso verdadero entusiasmo a la relación y Alex lleva un estilo de vida con el que Paul poco o nada tiene que ver, nada que hacer. Ninguno va a cambiar. Y cada vez que algo se torcía entre ellos, Paul se aferraba a pensar: En algún lugar tiene que haber alguien perfecto para mí.

Es la mañana del 17 de febrero del 2014.

El estúpido reloj pulsera que le regaló Carol le marca las 11:18, odia esta porquería, aunque tiene tiempo y nada urgente, de alguna manera Daryl no deja de mirarlo y siente que tiene prisa.

Es una mañana fría y muy nublada.

La gente sensata se ha quedado en su casa.

Los pocos desgraciados que caminan por la calle son los asalariados que detestan sus vidas y sus trabajos. Si el pelinegro trabajara en oficina, también lo odiaría. Nevó temprano por la mañana y la calle atascó las avenidas por un buen rato, pero ahora la nieve se derrite y la gente avanza como míseros fantasmas con chamarras en lugar de sábanas blancas, sólo los enamorados que no pudieron verse el catorce parecen felices de sus existencias, o tal vez se pasean del brazo de sus amantes. El moreno llega al café "Mimi" y coge la banca exterior que está junto al cenicero y el calentador, lleva un suéter y una chamarra de cuero encima. Sin bufanda ni nada extra, odia el exceso de ropa y preferiría morir de hipotermia que ponerse tontos guantes o un estúpido gorro de tela. Lleva los oscuros cabellos negros cubriéndole las orejas. Se sienta a la mesa y enseguida viene una chica a atenderlo.

—Café con leche —dice a ella. ¿Por qué mierda la gente insiste en llamarlo late si sólo es café con leche, a fin de cuentas, sin importar su tonta preparación? La joven se va y lo deja a solas en la mesa, una mesa para dos.

La joven vuelve con su latte y lo deja solo mientras él enciende un cigarro y fuma.

Por un momento imagina que no está solo y hay alguien delante que le mira con ojos despejados y una fina sonrisa. Daryl se disculparía por llegar tarde, la cadena de su motocicleta se atascó con nieve y lodo y fue un asco salir de la 26...

DESUS. Daryl y JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora