CANDLELIGHT (2)

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CAPÍTULO 4

Para esos momentos había visto mucho de Daryl Dixon, lo había visto jugando con niños, lo había descubierto durmiendo en la sala con su perro, lo había visto durmiendo a mi lado y bostezando como un león, inclusive lo había visto limpiando sintiéndose mal por dejar que todo lo hiciera Leonarda. Pero nada se comparó como aquella noche en que, estando en mi día de descanso, y luego de pasar la tarde preparando el cuadro que regalaría a Dixon, en mitad de la noche bajé por un bocadillo con el antojo que me provocaba el bebé, y descubrí a Daryl cómodamente sentado en un sillón cerca del ventanal abierto.

Bajo la luz de una lámpara de pie, con los pies desnudos encima de un taburete, y unas gafas puestas, el hombre estaba tranquilamente leyendo.

Me acerqué y miré por sobre su cabeza el libro que leía; era del cuidado de los bebés, una especie de guía básica desde cómo cambiar pañales hasta las etapas de crecimiento. Parecía un buen libro, comenté suavemente y él dio un respingo, me miró avergonzado y cerró su lectura.

—Voy a ser un pésimo padre —me dijo.

Leonarda y yo teníamos una idea completamente opuesta, le aseguré.

—¿Y si tengo un hijo y descubro que soy como mi padre? —Recordé sus cicatrices y me molesté.

—No —lo detuve—, no se me ocurre nada más alejado a tu padre que tú.

Daryl me miró.

—Voy a contratar una niñera, pero cuando esté con él no quiero arruinarle la vida, aunque esta cosa dice que...

—Lo harás bien —le interrumpí y me incliné besando su cabeza—, estás listo para ser papá. Créeme.

Los primeros días que había estado en aquella casa, mientras rondaba el sitio conociendo el hogar, lo primero que quise conocer fue su biblioteca; Dixon tenía una colección de libros variopintos, la mayoría best seller, novelas policiacas y de terror y de romance, y en medio de todos esos, descubrí un libro que me llamó la atención... un libro para los sobrevivientes de maltrato infantil.

El pelinegro no pareció muy convencido, fue a decirme algo más, sin embargo, no pude prestarle atención. El bebé se movió. La sensación fue extraña, curiosa, no dolorosa, pero definitivamente rara. En cuestión de un segundo pensé Está vivo, como si fuera una novedad, y, Dile.

—Se está moviendo —solté.

En acto reflejo, el hombre estiró una mano y tocó mi vientre, el bebé se movió para él y Dixon sonrió; no sólo estaba vivo, nos estaba escuchando, aunque no podía pensarlo, de algún modo instintivo sabría quienes somos, reconocería nuestras voces y podría entender los sentimientos.

—Hola, bebé —dije.

—Ey, lil'baby —dijo él—, soy pa'.

Se movió un poco más antes de acomodarse en paz. Daryl me había pedido que me mudara a su casa para poder estar en estos tipos de momentos. Casi me sentí orgulloso de mí mismo de poderlo dejar disfrutar de esos pequeños momentos que recordaría toda su vida aunque el bebé los olvidara.

Al otro día, Leonarda se burló de nosotros por nuestra tonta emoción de sentir al bebé moverse, con mis cinco meses encima, no había hecho realmente estómago y la mujer aseguró que con tan poco espacio era lógico que sintiéramos al bebé tan rápido.

En mi trabajo, sólo Bertie y Lorena se emocionaron cuando supieron que el bebé se estaba moviendo. A Alex no lo perturbó ni un poco, a diferencia de cuando le conté que mi contrato se extendería un poco para poder amamantar al bebé. El enfermero me miró con asombro y me dijo que era una mala idea.

DESUS. Daryl y JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora