GO AHEAD (APOKALYPSE)

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Capítulo 1: KILÓMETRO 55

Había oscurecido cincuenta minutos atrás.

También estaba empezando a llover.

Glenn pedaleó más deprisa por sobre la carretera, el sitio estaba prácticamente abandonado rodeado de árboles, con la carretera corriendo en paralelo a un riachuelo. El sitio, casi en silencio excepto por algunas pocas aves que volaron buscando resguardo de agua.

Pedaleó con todas sus fuerzas.

Tenía esa angustiosa sensación que le quedaba luego de haber visto una película de terror, el miedo mezclado de mala manera con la vaga certeza de que en realidad todo estaría bien. La velocidad que tomó su bicicleta por un momento le hizo creer que era verdad, hasta que la cadena se rompió.

Sobre el kilómetro 55, la bicicleta hizo una cabriola y el chico salió volando un par de metros al lado de la carretera.

En el suelo, gimió, maldijo, y se levantó, descubriendo con terror que su pantalón se había roto a la altura de la rodilla y estaba sangrando. Cojeando, de a saltos, fue por su bicicleta para levantarla y allí descubrió lo que había pasado, y quiso llorar, pero ya no era un niño, había cumplido los dieciocho hacía diez días. Sorbió por la nariz mirando con desesperación alrededor en busca de una caceta de teléfono para llamar a su mamá, probablemente, pero el sitio estaba desierto tanto de vehículos como de construcciones. El pueblo más cercano, Augusta, estaba a más de seis kilómetros.

Mirando, abatido, descubrió entonces humo saliendo de alguna chimenea entre los árboles y sonrió; una casa y quizá un teléfono para llamar a su madre. Con el dolor de la rodilla punzando, jalando su bicicleta, fue para allá. Mientras caminaba recordó haber oído sobre la cabaña a las afueras de Augusta, de niño solía escuchar historias siniestras sobre el hombre que vivía allí. Aunque cuentos de niños, las historias siempre inmiscuían a un paletero, mujeres, sexo, drogas, sangre, animales muertos, y a veces hasta rituales satánicos.

Se estremeció, incluso dudó en seguir, pero sus pies siguieron andando hasta que finalmente apareció delante de él una cabaña que no se parecía en nada a las historias, excepto porque bajo la oscuridad de la noche, con la lluvia cayendo, sí le dio miedo. Con todo, salía una cálida luz del interior. Cojeó hasta la puerta principal y llamó a la puerta.

Un instante después, la puerta se abrió y asomó por ella un joven hombre completamente extrañado, sin duda desacostumbrado a visitas inesperadas y, en realidad, desacostumbrado a la existencia de nadie por allí.

—Perdón por molestar, yo... —empezó Glenn.

—¿Qué mierda te pasó? —preguntó el hombre enarcando una ceja. Era joven. Glenn calculó que pasaba apenas de los treinta, alto, de espalda ancha, cabellos largos y oscuros y ojos de acero pulido. Muy lejos al hombre de los relatos que siempre iba con sangre seca encima, éste hombre vestía una camiseta blanca limpia, pantalones deportivos a la cadera, oscuros, e iba descalzo.

—Se rompió mi cadena —explicó.

El hombre miró hacia la bicicleta y asintió en comprensión: lo observó un momento como evaluando si Glenn podía o no ser peligroso, y finalmente abrió la puerta haciéndole un gesto con la cabeza para que entrara; era curioso, se dijo el chico coreano, porque claramente el dueño de la cabaña era más grande y fuerte que él, no había modo que Glenn pudiera significar un problema.

—¿Puedo usar tu teléfono? —preguntó, entrando.

—En la esquina.

—Gracias...

DESUS. Daryl y JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora