VOY A SOPLARLE A LAS NUBES

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CAPÍTULO 1: Misántropo

No es un misántropo, pero a veces se siente como si, hoy, por ejemplo, es uno de esos días.

Ha tenido un día lento intentando reparar el viendo Thesaurus Vervoide con el que trabaja, pidió por línea las cosas que necesita para terminar de reparar las costuras de la pasta y el pegamento especial para hojas de cuatro gramos... y le acaban de avisar que su entrega se retrasa nueve días, ¡nueve!, y le quedan únicamente un par de semanas para entregarlo: para colmo, ha discutido con su chico. Duncan también tiene días malos y son peores cuando tienen juntos días terribles.

Harto, decidió salir a dar un paseo y se detiene en un pequeño café; es sábado por la mañana, hace un sol caliente tan propio de Georgia y un viento frío tan común a finales de septiembre. El viento sopla fuerte, la calle está casi vacía, tranquila, y agradece la tranquilidad que obtiene.

El café tiene gente, todas las mesas ocupadas, pero en la mayoría son personas solitarias entretenidas en sus móviles, libros, computadoras o papeles que leen entretenidamente. Sus nervios regresan poco a poco mientras sorbe su americano. Por hoy, odia Georgia, haberse mudado siguiendo a Duncan a pesar de que éste tiene mamitis y su mamá odia a Paul, detesta a la gente. Odia la terrible necesidad de la humanidad por existir, pero el café lo aquieta y la tranquilidad de una mañana tibia lo empieza a relajar. Poco a poco.

Entonces, de pronto, las voces, un montón de pequeñas voces chillonas y molestas entonando en coro—: Pato, patito, pato, de cola a pico, se mueve, se mueve, se mueve, contigo y conmigo...

La letanía, molesta, llega a sus oídos diez segundos antes de que una docena de pequeños monstruos en miniatura, con sus uniformes rojos y sus delantales azules, den la vuelta por una esquina al otro lado dela calle, formados uno detrás del otro, sujetándose entre todos por los hombros, son realmente pequeños, llegan acaso a la rodilla de la chica que los conduce como quien dirige la marcha de una orquesta, ella es rubia, sonriente, y no llega a los veinte, canta con los niños. Pato, patito, pato, de cola a pico...

Paul calcula que los demonios que cantan a todo pulmón sin pudor alguno y sin importarles que estén molestando a más gente, deben tener cinco años, tal vez. La rubia se detiene en el cruce de calle cuando el semáforo indica el alto peatonal.

Una voz alta, rasposa, grave y fibrosa, desde detrás de la marcha, grita «¡escopeta!», y, acto seguido, los niños se convierten en estatuas, sonriendo, riendo, pero completamente petrificados. El hombre que cuida cerrando la marcha, se adelanta mirando a cada niño,asegurándose de que no se muevan, es alto, es guapo, tiene los largos cabellos negros enmarcando su rostro de pómulos altos y la mirada de un azul acero pulido.

Jesús sorbe de su café y lo sigue con la mirada, está a escasos diez metros de él, puede mirarlo perfectamente, con su camisa blanca a laque le ha arrancado las mangas dejando ver los brazos fornidos y quemados por el sol, usa vaqueros que se le ajustan un poco, las gafas para el sol como diadema en su cabeza.

El hombre y la rubia comparten una mirada, el hombre mira el contador del semáforo para transeúntes y regresa su atención a los niños.Uno estornuda y, acto seguido, el hombre lo alcanza, lo carga levantándolo por las axilas y el niño se retuerce mientras se ríe.

"Cacé un pato", dice el hombre, y el niño se ríe más, con más fuerza. Risa chillona y aguda. El hombre lo lleva hasta atrás de la cola y, acto seguido, en el espacio que se ha quedado los pequeños se apresuran a cerrarlo. El semáforo cambia, la rubia retoma el canto y los niños le hacen el coro.

—Pato, patito, pato, de cola a pico—: la larga fila de pequeñas bestias cantoras se aleja atravesando la calle y caminando por la acera siguiente; Jesús está en medio de enojarse insultado por la interrupción de la paz que estaba por conseguir, y embobado siguiendo con la mirada al hombre que marcha detrás. Suspira, respira, y bebe café.

DESUS. Daryl y JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora