Room 53 (2)

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CAPÍTULO 4

El calor de agosto era simplemente insoportable.

Apenas terminó su jornada, el hombre se sentó en los escalones de la casa,junto a la cafetería, y encendió un cigarro disfrutando del viento fresco que soplaba a aquellas horas mientras el sol se ocultaba.

—¿Se puede saber qué diablos estás haciendo? —soltó Rovia bajando los escalones y le arrancó el cigarro de los labios.

El cigarro causaba cáncer, le espetó, tenía un montón de químicos tóxicos, raticida incluido, y él menos que nadie en este mundo podía darse el lujo de estar inhalando esas cosas; el moreno lo contempló mientras le daba aquél sermón. De algo se iba a morir y si de todos modos iba a hacerlo quería hacerlo con sabor a nicotina en la boca, trató de defenderse, pero Rovia sólo frunció el ceño y se cruzó de brazos. Luego, Jesús se inclinó más cerca del hombre y le dijo que mejor se fuera levantando, había preparado lacena para ambos (Duncan tenía una "cena de trabajo" y Paul no lo estaba esperando), había pasado la tarde entera cocinando para el moreno, inclusive había buscado una de esas recetas super nutritivas de las que todo el mundo estaba hablando.

—¿En qué momento se supone que tu comida es menos tóxica que mi cigarro?

Jesús abrió enorme los ojos y le dio un golpe juguetón en el hombro. Luego le conectó un par de golpes más que hicieron reír al mayor sacudiendo los hombros, e iba a golpearlo una tercera vez, sin embargo, el pelinegro detuvo el golpe sujetándole la mano y tiró de él derribándolo sobre sus piernas.

Paul dio un suave chillido, pero se dejó derribar con una breve risa.

Se sentó cómodamente y se volvió hacia el moreno, fue a reclamarle siguiendo el juego, con todo, apenas vio sus ojos de cerca, decidió en un segundo que en realidad lo que tenía que hacer era besarlo.

Paul acercó su rostro, y el moreno lo apartó suavemente.

—¿Me estás rechazando? —murmuró Rovia.

—Estoy salvando tu matrimonio —sonrió un poco el moreno—. Créeme, no valgo la pena. No puedo darte lo que quieres, no importa lo que quieras. —No tenía el dinero de Duncan, no tenía la juventud de Duncan, no podía arrastrarlo a la cama y darle el mejor sexo de su vida, y no podía darle un tiempo que quizá ni él mismo poseía.

Cuando vio morir a Danny, en aquella sala de hospital vacía, Daryl había decidido que quería morir solo, sin nadie que le llorara, sin nadie que le acompañara en ese último día, no quería arrepentirse de nada ni lamentarse por nadie, quería morir y que el doctor se diera cuenta de su muerte cuando hiciera su ronda, punto. En aquellos días pensó en dejarse morir, y por alguna loca cuestión dejó que Rick y Carol lo convencieran de tomar el tratamiento y «echarle ganas». Salió adelante y la enfermedad, a la postre, le trajo más amigos, más conocidos, un trabajo estable, una casa, incluso le devolvió a su hermano que abandonó el negocio de las drogas para venir con él al saber que se estaba muriendo. El trabajo y los amigos también le trajeron gente nueva, Paul entre todos. Era un buen muchacho y sabía que estaba sucediendo algo entre ellos, no era idiota, podía notarlo, sin embargo, el castaño era joven y tenía mucho por delante, no podía encadenarlo a un hombre con sentencia de muerte. De todo aquello no supo qué pensó en voz alta ni qué se guardó para sí mismo, pero de pronto Rovia se puso serio y le acarició el rostro con impresionante cariño—: Vas a morirte de viejo y voy a estar allí contigo, Daryl Dixon.

Daryl lo miró enarcando una ceja. Respirando su aliento.

Juntó su frente a la de Rovia y cerró los ojos un momento, luego dijo:

DESUS. Daryl y JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora