SUNSHINE MEMORIES

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La princesa "del valle de hierro, Eliana Rossel y Cincosoles", cuyo verdadero nombre era desconocido para los plebeyos, con sus rubios cabellos de sol de invierno, con su piel blanca sonrosada por el calor de finales de abril, con sus gises ojos de mirada decidida, vestida con un corto vestido rosa de holanes inmensos, casco duro,rodilleras y coderas, colocó su patineta en la orilla de la barranca de concreto, pisando la punta sin temor alguno, y luego simplemente se dejó caer; la sensación de vértigo la hizo sonreír, amaba el aire contra sus cabellos y ahogándola en la cara más que nada en este mundo, excepto que su papá, claro está. Su padre, el Rey Negro de los Bosques Profundos, Cazador de Orcos y Asesino de Demonios, cuyo reino era el Octavo Infierno del Sur.

Cuando la velocidad empezó a descender, bajó un pie y se impulsó otra vez.

Atravesó el canal de concreto de ida y vuelta subiendo y najando las olas de piedra lisa.

De pronto, de la nada, un pirata; un enemigo.

El niño, sobre sus patines, cayó después de hacer una pirueta justo enfrente de ella y la colisión fue inevitable.

Ella salió volando y él cayó precipitadamente golpeándose contra el concreto. Y un segundo después, apenas el mundo dejó de dolor y moverse, Owen se levantó de un salto volviéndose contra la niña gritándole si no se había fijado, no podía ir por allí metida en su mundo de ensueño, no estaba sola en el parque.

¿La respuesta? La niña dio un grito de guerra y se lanzó sobre de él arremetiendo contra el niño golpeándolo en una embestida completa, su cabeza justo contra el estómago de Owen. Ella era pequeña, sólo tenía cinco años, pero él estaba en patines y nada pudo hacer para evitar caerse y apenas golpear de vuelta su espalda contra el suelo, pronto se encontró peleando por su vida mientras el pequeño demonio rubio daba juramentos de marinero.

El pelinegro, sentado en la banca del parque, frunció el ceño en el mismo momento en que vio a su hija chocar contra el niño, pero los golpes y esas cosas eran inevitables y parte de las heridas de guerra si quería practicar patineta. No pretendía ir siquiera a ella a no ser que lo llamara, pero entonces Robbin se levantó y arremetió contra el pobre enclenque flacucho con el que había chocado, y se armó la guerra.

—¡Papaaá! —llamó por su vida Owen, y un instante después Rovia ya estaba allí, mirando sin comprender la escena, sujetando con cuidado y firmeza a aquella pequeña, apartándola sin ningún problema mientras ella seguía soltando patadas y zarpazos—, ¡iba amatarme!, ¿chocó conmigo y ni siquiera me pidió disculpas!

—¡Ven aquí y ya te doy tus disculpas! —gritó Robbin.

Owen iba a decir algo más, probablemente pedirle a su padre que se la llevara lejos y la entregara a la policía, pero apenas abrió la boca su voz quedó ahogada por una poderosa carcajada, oscura y grave como un rugido de león, rasposa. Daryl, a tres pasos ya de ellos, reía como si la escena fuera hilarante, y su hija, al escucharlo, dejó de pelear, miró a su padre inflando las mejillas y luego, de la nada, echó a reír con él.

—¿Es tuya? —preguntó Jesús al perfecto desconocido, y Daryl asintió.

Jesús sonrió a la sonrisa retorcida de aquél hombre y le entregó a su hija, quien la cargó en un solo brazo dejando que la niña se acomodara sentada sobre de él. Owen se sintió vagamente traicionado, acababa de entregar a la fiera con su entrenador, en lugar de darlo a la policía y ponerlos a salvo.

—Tienes una niña hermosa —dijo Paul señalando con la mirada a la niña despeinada.

El moreno estrechó los ojos un segundo, sólo un instante, pero luego asintió agradeciendo el halago y señalando con la mirada a Owen le dijo algo que sonó a «El tuyo tampoco está tan mal».

DESUS. Daryl y JesúsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora