La flor de la locura

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No había otra sensación en mi boca que no fuera la del sabor amargo. De hecho, esa era la palabra que mejor describía mi estado de ánimo y también el cómo se sentía el ambiente en la habitación.

Mis ojos pesaban y mi cuerpo pedía a gritos poder descansar, pero sabía que mi mente no estaba de acuerdo o me habría dejado dormir aunque sea un poco. Y aún con el cansancio, mis sentidos seguían estando alertas, por lo que mi oído detectó el momento en el que alguien se acercó a la cabaña.

El espacio no era tan grande, así que podía escuchar muy bien a las Escuderas hablar con Hvitserk en la entrada.

—Ha llorado toda la noche —decía Elin—, pero no nos dejó entrar a verla. Salió en la madrugada con una caja y nos dijo que no la acompañáramos, aunque vimos que se dirigió al bosque.

—Cuando se fue, aprovechamos para entrar y vimos un poco de sangre en la cama, pero ella no parecía estar lastimada. Además, no comió nada de lo que le trajeron.

¡Agh, qué chismosas! No eran así mientras estaba Katrina.

A las únicas que escuchaba hablar era a las Escuderas. No estaba segura de si Hvitserk les contestaba en voz muy baja o simplemente no lo hacía. Aún así, ya podía imaginarme su postura parcialmente relajada y su mirada seria.

—Pudo haber sido otro ataque de pánico —añadió Ingrid—, y lo que sea que había en esa caja se lo provocó.

Pegué mi cabeza a la pared, sintiendo cómo mi enojo incrementaba y mi paciencia disminuía. Mi problema no era con las Escuderas, pero estaba por serlo si no cerraban la boca.

¿No sabrán que puedo escucharlas o simplemente les vale un carajo?

Tras un par de diálogos más de ellas, finalmente escuché a Hvitserk murmurar algo ininteligible. Seguido de eso, el sonido de sus pisadas acercándose me hicieron recobrar la compostura y me pegué más contra la pared, apretando con firmeza mi arco. En cuestión de segundos, tocaron suavemente la puerta.

—Mi Señora —habló una de ellas—. Hvitserk llegó.

Esperé unos momentos para crear la ilusión de que no estaba junto a la puerta. Cuando abrí, escondí mi cuerpo haciéndome hacia un lado, y detrás de él escondí mi arco. Apenas Hvitserk entró, cerré rápidamente a mis espaldas, activé las cuchillas para dejarlas salir y apunté hacia él. Tras el sonido metálico, el castaño se giró con el semblante ligeramente confundido. Tuvo que haber sido por la expresión en mi rostro, pero podía jurar que Hvitserk estaba pensándose su comportamiento.

—¿Qué hac..

—¿Tú se los entregaste? —pregunté, con firmeza y severidad.

—¿Perdón?

—¿Tú les entregaste al dragón? —hablé pausadamente.

—¿Al Terror Terrible?

—¡No quieras verme la cara de estúpida! ¿Fuiste tú?

Él se relamió los labios, lo que le obligó a guardar silencio por un par de segundos. Aún así, se mantuvo tan sereno como podía, analizándome con detenimiento.

¡Cuánto envidio el temple de este cabrón!

—No... ¿Eso es lo que te tiene así? ¿Se lo llevaron?

Mi ceño se frunció, lo que en automático acentuó el dolor de cabeza que no se había esfumado en toda la noche. Mis ojos se sentían irritados y mi boca estaba seca, además de que las náuseas hacían que mi estómago y mi garganta tuvieran una acidez apenas soportable.

Come fly with me (Hipo y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora