Dos lobos peleando

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Ya había repasado cada grieta en el piso, pero aún así no despegué la mirada de ahí. Declan continuaba felicitando a la JC y contándoles lo que Viggo nos había dicho. Esta vez, yo no quise hacerlo.

Miré de reojo al rubio cuando este me codeó.

—_______, ¿quieres agregar algo?

Levanté la mirada fría hacia los chicos; algunos ya me miraban, otros miraban hacia el suelo al igual que yo anteriormente, en silencio.

—No creo que haga falta; todos aquí ya saben lo que pienso —respondí, apática.

Declan suspiró, cansado. 

—Como decía —continuó—, toda esta semana estudiaremos a los dragones de manera teórica. Pero a partir de la próxima, comenzaremos con las prácticas.

—Eso no es suficiente —pensé, en voz alta.

—¿Ahora sí quieres decir algo? —retó Declan.

Me giré para mirarlo, pero al hablar, lo hice bajo para que quedara entre nosotros.

—Yo los estudié por casi tres meses, y ni así estoy cerca de saberlo todo.

—Es lo que Viggo ordenó. —me miró con el mentón levantado— Él piensa que sobre la marcha se aprende mejor. Somos cazadores; no necesitamos saberlo todo, solo lo que nos es de utilidad para atraparlos.

—Y matarlos —enfaticé, entre dientes.

Declan se relamió los labios y se acercó a mi oído.

—Bienvenida a la industria, princesa.

Endurecí la mandíbula mientras él se reincorporaba y continuaba hablando con los chicos.

Sentí tantas ganas de darme la vuelta e irme. Sin embargo, el saber que dentro de la JC había personas de La Resistencia que estaban en la misma posición que yo, me hizo recapacitar sobre no dejarlos solos.

Cuando la lección comenzó, me percaté con cuidadoso asombro cuánto conocía Declan acerca de los dragones. No estaba segura de si algunos detalles que no tocó eran porque no los sabía, porque no le parecían importantes para cazar, o por el hecho de que estábamos cortos de tiempo. Comparé bastante sus explicaciones con las que Patapez daba cuando estudiaba con él, y el contraste me hizo querer llorar por la melancolía.

Ahora entendía todo... Me hizo tanto sentido que incluso llegué a comprender a personas como Declan. Les hablaban sobre los dragones como si fuesen bestias, y lo hacían de una manera tan convincente que hasta se me pasó por la mente que era cierto. Pero había bastantes verdades de las que no tenían ni idea, porque jamás se dieron el tiempo ni la molestia de averiguarlo. Entonces, me sentí muy afortunada por haber podido conocer el lado más precioso y noble de aquellos seres magníficos. Porque, como jinete, tuve la oportunidad de presenciar la verdadera esencia de los dragones, que estaba tan lejos de cómo los veían en este lugar.

Si tan solo pudiese enseñárselos, ellos entenderían...

Me limité a escuchar la clase de Declan, con la mirada perdida y apagada. 

—¿Tienen alguna duda? —cuestionó el instructor al terminar de dar la introducción a la clase Afilada.

—Astrid Hofferson monta un Nadder —dijo Henrik, con su mirada puesta en mí—. ¿Cómo se protege contra el veneno de las púas del dragón?  ¿Tienen alguna clase de protección en caso de que se vuelva loco o...

Al ya tener mi atención de vuelta en la clase, respondí, firme:

—Su nombre es Tormenta. Y Astrid jamás ha tenido que protegerse porque la conexión que hay entre ellas dos es inexplicable y lo suficientemente fuerte como para confiar la una en la otra. Así funciona ser jinete.

Come fly with me (Hipo y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora