El último deseo Parte 2

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No tardé en percatarme de aquello que extasió al albino, pues allí, a pocos metros a la distancia, unas manchas luminosas comenzaron a brotar en el cielo. En cuestión de segundos se volvió todo un espectáculo de luces verdes y moradas que emanaban luz y se movían a un compás majestuoso.

—Dioses... —susurré completamente arrobada por tan inefable panorama.

La aurora boreal intensificó su fulgor, y sus colores se volvieron entrañables.

El espectáculo nos mantenía con la vista adherida a él, sin embargo aún teníamos el aliento suficiente para hablar.

—No exagerabas, sí se pone mejor. Dudo que desde los archipiélagos tengan una vista como esta —dije sin dejar de mirar el cielo y la cortina de luces en movimiento.

—Como me gustaría que Arendelle la tuvieran.

Su respuesta me dejó ensimismada en mis pensamientos, permanecimos en silencio hasta que el fenómenos cesó, al cabo de unos minutos. Entonces me animé a hacer esa pregunta que más de uno en el grupo tuvimos desde que llegamos.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Seguro —cambió de posición quedando con todo el cuerpo de frente a mí.

—¿Por qué están aquí? ¿Por qué no están en Arendelle?.. Bueno, Arendelle el reino, no la extensión, como tú le dices —hice el esfuerzo por explicarme lo mejor posible, pero mis palabras fueron torpes, aunque agradezco que él hubiese captado la idea.

Pensó unos segundos y respondió.

—Es una larga historia...

—Igual que la noche —levanté mis pómulos en una sonrisa sencilla.

Lo convencí, pero antes de responder suspiró con cansancio.

—Verás, Elsa era la única en la familia con ésta especie de poder, sabes a lo que me refiero. Ella podía hacer cosas increíbles con sus manos, podía hacer nevar, formaba muñecos de nieve, congelaba cosas, todo era muy inocente mientras fuimos niños, siempre jugábamos juntos... —perdió su mirada en algún punto imaginario mientras narraba, noté como poco a poco el brillo de sus ojos disminuía y eso me pareció alarmante—. Desde el principio mis padres y ella notaron que sus emociones influían bastante en su peculiaridad pero siempre supieron como mantenerlo moderado. Claro que siendo una niña a veces se sentía confundida, triste, enojada, pero jamás hizo algo que pudiera dañar a alguien. Yo tenía seis años cuando, un día jugando, por accidente uno de sus "disparos" me golpeó en la cabeza, caí inconsciente. Cuando desperté mi pelo castaño se volvió completamente blanco, de mi ropa salía escarcha y mi temperatura estaba por los suelos... Pero de alguna forma supe controlarlo, desarrollé una variación del mismo don que Elsa, sólo que yo no podía hacerlo con mis propias manos, sino con aquello que sostenía al momento del impacto.

—El cayado... —musité digiriendo sus palabras.

Asintió, tragó saliva y continuó.

—Yo también tuve que aprender a controlarlo, aunque no fue tan difícil. Sin embargo, conforme Elsa crecía se volvió complicado, debía reprimirse para no congelar las cosas. Nadie en el reino, ni en el castillo a excepción de mis padres sabían sobre lo que podíamos hacer, lo manteníamos oculto por miedo a que nos acusaran de hechicería y en general por no dañar a nadie ni causar controversia. Elsa comenzó a usar guantes y a mi me confiscaban el cayado muy seguido así que por un tiempo lo tuvimos bajo control —hizo una pausa y suspiró repetidas veces para tomar aire—. Pero entonces fallecieron mis padres... Jamás en mi vida me había sentido tan solo —resopló con angustia, clavando sus ojos en sus dedos nerviosos—. La única familia que me quedaba se alejó, ya no la veía en el castillo, nadie lo hacía. Algunas veces, cuando Elsa debía atender ordenes del consejo o tenía que asistir a sus preparaciones para ser reina, yo me escabullía en su cuarto y allí encontraba respuestas, respuestas de por qué cuando dejaba verse lucía tan fría y serena, allí era dónde podía descargarse, su habitación estaba hecha un desastre, había hielo en todo el cuarto, picos de hielo como si intentase protegerse de algo. Sentí compasión de ella en repetidas ocasiones porque sus emociones eran las que la delataban, mientras que yo sin mi bastón no hacía gran cosa. Bastaron tres años para que la tensión se redujera, ella estaba consciente de que con tanto peso sobre sus hombros no podía desmoronarse así que se volvió extremadamente dura...

Come fly with me (Hipo y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora