El cantar de la Huldra

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—¿Alguno de ustedes va a explicarme en qué demonios estaban pensando? —se exaltó Viggo, chocando su puño contra la madera del escritorio.

Mordí mi labio inferior, pensativa, mientras analizaba la situación. Jack no despegaba la mirada del piso y Declan hacía el esfuerzo por retenérsela a Viggo.

—Bueno... —intentó comenzar Declan.

—¡De todas las cosas irresponsables y estúpidas que les pedí que no hicieran! —bramó el jefe, con la piel erojecida por el enfado— ¡Se los advertí! Les advertí que no podían echarlo a perder. Fui muy específico con lo cuidadosos y discretos que tenían que ser, ¡y aún así lo arruinaron! 

—Podemos explicarlo —dijo Jack, nervioso.

—¡Claro que lo harán! —gruñó el Grimborn— Una declaración de guerra inminente amerita más que una explicación. Al parecer no comprenden la gravedad de lo que hicieron y las consecuencias que esto tendrá. Gorm no solo sabe que fueron ustedes los que hicieron tal estupidez, sino que sabe que yo estuve detrás todo el tiempo y aún peor: ¡sabe a qué los mandé! —las venas del cuello de Viggo se sobresaltaban al igual que las de su frente, sus ojos estaban casi desorbitados y su respiración era tan irregular como su cordura— Gorm sabe que ahora poseo los mapas de sus bases y estará preparado. Además de que ahora que sabe que traicioné los acuerdos de paz con todos los clanes cazadores no dudará en atacar cualquiera de mis bases.

—Yo inicié la pelea —dijo Jack de forma atropellada, levantando la mirada por primera vez.

—Hipo estaba ahí —escupí, intranquila—. Si él me veía lo complicaría todo. Por eso Jack lo hizo, para cubrirme.

El rostro de Viggo se endureció y ensombreció. Los demás miembros del comité se sorprendieron y jadearon. Declan tragó saliva y cruzó los brazos tras su espalda.

—No estoy hablando de la pelea —pronunció Viggo lentamente, con el timbre áspero—. Estoy hablando de la idiotez de dejar que Balder los descubriera y haberlo amenazado fuertemente. ¡Como si ustedes no tuviesen nada que perder!

Mis mejillas comenzaron a arder. Los ojos de los hombres del comité sobre mí me hicieron estremecerme. Aidan no paraba de comerse a Declan con la mirada, con el pálido semblante rígido.

—Creímos que matarlo lo empeoraría —dijo Declan, aparentando firmeza.

—¡Habría sido mejor siempre y cuando nadie supiera quién lo asesinó! ¿Es que no pudieron pensar en eso? Y para empezar, no tuvieron por qué llegar a esa situación si hubiesen hecho su trabajo de pasar desapercibidos.

—¡Habría sido mejor siempre y cuando nadie supiera quién lo asesinó! ¿Es que no pudieron pensar en eso? Y para empezar, no tuvieron por qué llegar a esa situación si hubiesen hecho su trabajo de pasar desapercibidos

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—Cuando me llevó al sótano tuve que buscar la forma de quitármelo de encima para poder buscar los mapas —expliqué, lo más claro posible.

—Tiene razón —añadió Declan—, el tipo estaba a nada de violarla frente a todos. 

Come fly with me (Hipo y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora