Mirada de zorro, llanto de dragón

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El día siguiente estuvo lleno de la misma rutina. Me sentía muy cansada, y no solo por no haber podido dormir bien, sino porque las pocas fuerzas que realmente conseguía tener, las gastaba a primera hora en el entrenamiento con Hvitserk, y después en la Arena. Harald incluso llegó a exigirme que mostrara un semblante mucho más vivaz que el que tenía al momento de entrar al gran salón para la comida.

—No olvides que soy una Doncella Escudera —le dije—, no una maldita princesa a la que tienen que cuidarle los modales.

—Ese punto es totalmente cuestionable, querida. Y si no quieres ser tratada como tal, más te vale no darnos motivos para estar sobre de ti.

Una vez que me senté en la cabecera de la mesa, fingí la sonrisa más apacible que pude, pues las miradas de todos estaban sobre mí.

Ryker insistió en que conociera a todos los inversores para no volver a meter la pata de una forma tan descomunal al no saber con quiénes estaba tratando.

Por dentro, estaba gritando, y ni siquiera a las estúpidas voces en mi cabeza les importaba. Ese día en particular estaba siendo un tormento para mí, aunque para los demás, era un día increíble para la industria, y sobre todo, para la red de los Grimborn.

Traté de convencerme de que todo estaría bien a la mañana siguiente, y que solo estaba pasando por un mal día como muchos otros que ya había tenido. Pero mi cabeza tampoco se dejaba engañar tanto, y sabía perfectamente que no era cierto.

De todas las personas con las que tenía que estar, solo Hvitserk se percataba de lo infeliz que era, y quizá tampoco imaginaba cuánto. Solo yo era consciente del esfuerzo que hacía para seguir aparentando la misma fortaleza cada vez que me despertaba. Pero incluso así, ni siquiera yo podía comprender exactamente porqué mi cuerpo se comportaba como lo hacía. Mi pecho no paraba de picarme por dentro, y mi corazón latía tan frenéticamente aún cuando estaba a solas y relativamente <<en calma>>.





En el barco de camino a la siguiente base, continué con mi costura para intentar distraerme. Cuando sentía que mi cabeza estaba desviándose hacia una dirección dañina, me picaba algún dedo con la aguja para que ese agudo ardor me despabilara. El último pinchazo que me di me dolió tanto que fue inevitable no maldecir.

—¡Mierda! —gruñí y me llevé el dedo a la boca para limpiar la sangre.

Sin querer, llamé la atención de Hvitserk, quien volvió a instalarse a unos metros de mí.

—¿Qué no la costureras tienen una especie de caparazón para evitar eso? —preguntó.

—Se llaman dedales. Y, por si no te has fijado, no soy una costurera. A duras penas conseguí robarme hilo y aguja que encontré en casa de Declan.

Mi respuesta, aunque malhumorada, hizo reír ligeramente a Hvitserk.

—Pues entonces deberías tener más cuidado si no quieres terminar con la mano llena de agujeros.

Me resistí a rodar los ojos y simplemente contesté:

—Debe ser por la marea... Comienzo a detestar los viajes en barco.

—No puedes decir eso si eres una vikinga; navegar está en nuestra genética.

Resoplé.

—He navegado con mejores métodos.

Come fly with me (Hipo y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora