El Aguijón de Hela

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Nunca pensé que alguna vez llegaría a experimentar un miedo mayor al que sentí el día que DunBroch acabó con Kattegat. Y sin embargo, los dioses continuaban burlándose de mí.

Cada partícula de mi ser se estremecía con las ideas que entre mi mente y las siniestras voces sacaban respecto a lo que me esperaba al atravesar esa puerta. Y el rostro afligido de Declan al lado mío tampoco ayudaba a tranquilizarme.

Ryker me tomó fuertemente del brazo y empujó la puerta para obligarme a entrar.

—Esper... —trató de decir Declan, pero fue inmediatamente interrumpido por el mayor de los Grimborn.

—Si no quieres terminar de perder todo lo que te queda, más te vale dejar de entrometerte. 

Dicho eso, fui bruscamente dirigida al centro de la oficina mientras la puerta era cerrada para quedar entre las penumbras de aquella habitación que ya se me había hecho lamentablemente recurrente visitar.

Y para terminar de romper mi cordura, en la oficina no solamente se encontraba el Consejo, sino varios hombres que reconocí tanto del campamento de Ryker, como por haber trabajado con ellos en misiones. Y cuando entre toda esa manada de hombres visualicé a una mujer sumamente conocida para mí, específicamente la que me ayudó a salir de Vanaheim, sentí que el mundo se me caía encima.

¡No! ¡No! ¡No!

Pese a que quería encontrar una respuesta, por muy sutil que fuera, Rayla evitaba a toda costa hacer contacto visual conmigo. Y por mucho que debía comprender que no podíamos levantar la mínima sospecha de nuestra complicidad, estaba tan aterrada que lo único que pedía era sentir que tenía un aliado en esa habitación.

—¡Siéntate! —ordenó Viggo, con la voz tan dura como un golpe.

Obedecí, totalmente sumisa. 

Rígida y nerviosa, aguardé a que comenzara el bombardeo de preguntas, amenazas o gritos, incluso las tres juntas. Pero tal pareciera que Viggo planeaba disfrutar de mi posición tan patética durante unos buenos segundos. 

Detrás de su escritorio, jugó con una de las piezas de su tablero de Mazas y Garras; la movía en círculos con su dedo e intercalaba su mirada entre la pieza y yo. Cuando finalmente habló, lo hizo con una mueca en su rostro que fácilmente podía confundirse con una sonrisa.

—Parece que después de todo este tiempo, _______, no te queda claro cómo funcionan las cosas aquí. —Permanecí callada para evitar decir algo que pudiese inculparme—. Por más que se te ha llenado de privilegios y se te trató por mucho tiempo como a una princesa, aún decides ir en contra nuestra. No importa cuántos castigos se te impongan, siempre regresarás a esa maldita rebeldía e insubordinación con la que pisaste por primera vez esta base. ¿Qué tienes que decir al respecto?

 ¿Qué tienes que decir al respecto?

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Moría por mirar a Rayla. Moría por encontrar de nuevo en ella a esa aliada y compañera que estaba para mí. Necesitaba sentir que no estaba sola. Y pese a todo eso, me resistí a mirarla y afrontar la situación por mí misma a sabiendas de que ella estaba ahí.

Come fly with me (Hipo y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora