Melancolía

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—¿Cómo está? —pregunté apresuradamente.

—Estable. Puedes entrar a verlo.

Subí el peldaño hacia la puerta, y cuando recordé a Eret, me giré nuevamente hacia él y le hice una seña con la cabeza para que me acompañara.

Al entrar, pasé por una especie de recibidor donde algunas personas se encontraban sentadas, todas con lesiones menores que no requerían demasiada atención. Se sorprendieron al verme, pero mi paso fue tan rápido y firme que ni siquiera me importaron las miradas que tenía encima.

La curandera nos dirigió a la habitación en la que estaba Jack. Apenas la puerta se abrió, el rostro de mi amigo apareció en mi campo visual; lucía cansado, pero al mirarme, esbozó una pequeña sonrisa.

Luego de aproximarme a la cama, me senté junto a él y tomé su mano.

—¿Cómo te sientes? ¿Qué fue lo que pasó?

—Me siento mejor de lo que debería —dijo.

Su mirada azul se dirigió primero hacia la curandera, después notó a Eret y su entrecejo se frunció.

—Afortunadamente —comenzó a explicar la mujer de grandes pómulos—, sus heridas fueron más superficiales de lo que parece; no se rasgó ningún músculo, ni tocó ninguna arteria importante. Sin embargo, perdió mucha sangre y eso va a alentar su recuperación. Además, pude notar que recién se recupera de algunas heridas más graves, y por ello necesitará estar bajo observación.

—¿Por cuánto tiempo? —pregunté.

—Al menos cinco días.

Suspiré, intentando sentir alivio.

—¡Dioses, no sabes lo preocupada que me tenías!

—Los dejo a solas para que platiquen —avisó la curandera.

—¡Espere! —exclamé e intercalé mi mirada entre Eret y ella— ¿Podría revisarle la mano? Se golpeó muy fuerte y no le ha parado el dolor.

—No hace falta —refutó inmediatamente el pelinegro.

—Insisto.

—¿Tú, insistiéndome? —enarcó una ceja, divertido— La última vez que lo hiciste, tenías como dieciséis años y me suplicaste para que te llevara de contrabando a la cacería a la que Nick faltaría por ayudar a tu padre con unos asuntos.

—¡Ni me lo recuerdes! No casé nada y, para variar, Nick se acabó enterando.

Ambos compartimos un par de risas por aquella anécdota, la cual no sabía que alguna vez iba a recordar de una forma tan nostálgica.

—Por favor —dije, volviendo al asunto anterior—. Es lo menos que puedo hacer por ti luego de haberme defendido.

Eret suavizó su mirada y dejó de protestar. Entonces, me dirigí nuevamente a la curandera.

—Pagaré todo el tratamiento que necesite, al igual que el de Jack.

Antes de que Eret pudiese negarse, le indiqué a la castaña que procediera con su respectiva consulta, haciendo que me dejara a solas con Jack. Tras cerrarse la puerta, me giré al albino, que tenía una cara de total confusión e intriga.

—¿De Kattegat? —inquirió.

—Sí, es una larga historia. Dime, ¿qué fue lo que ocurrió?

Jack resopló antes de comenzar.

—Todo estaba tal cual Rayla me había descrito. Burlé a los únicos dos guardias y entré sin problema hacia las bodegas. El problema no fue entrar, sino salir. Tenían a dos dragones en cada bodega, dentro de jaulas resistentes, y yo estaba preparado para eso. Pero no pensé que tuvieran una táctica de precaución en caso de que los dragones escaparan, y es que pusieron trampas para osos con gel de Pesadilla Monstruosa que se encendía en cuanto la trampa se activaba.

Come fly with me (Hipo y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora