Kai bajó del autobús.
Toph, la única amiga que tenía en aquella gélida ciudad, bajó detrás de él. Ambos se habían inscrito a la universidad estatal, abandonando la ciudad de la que venían para hacer sus estudios universitarios en Xalapa. Kai en lengua y literatura; Toph en idiomas.
Para ser sinceros, ellos dos no hablaban mucho; en realidad, ni siquiera eran amigos antes, pese a conocerse y haber intercambiado palabras de vez en cuando. Sin embargo, Kai la apreciaba y respetaba lo suficiente; Toph era lista, educada (a veces a niveles exasperantes) y linda, aunque de mirada severa.
Kai era casi la contraparte de Toph: Era risueño, le costaba tomarse las cosas en serio y le daba por hablar todo el tiempo. El poco tiempo que llevaban hablando constantemente era durante el viaje de La Ciudad a Xalapa y dos semanas en las que se encontraban en los pasillos o veían películas un día sí y una semana no. Compartían algunos gustos, como las películas de animación japonesa o leer, pero no eran tan comunes como cualquiera pensaría al verlos llegar uno junto al otro a la facultad de letras.
Sin embargo, se conocían desde antes de llegar a la universidad y eso los hacía amigos.
Desgraciadamente, ya les había llegado la hora de separarse, pues cada quien tendría que reunirse con sus respectivos grupos.
— Te veo en casa - Se despidió Toph.
— Sí, te veo en casa también - Aceptó él mientras la veía perderse entre el mar de estudiantes de primer curso que buscaban su aula (como él), confundidos.
Tan perdido estaba que no se fijó cuando chocó con una chica más bajita que él (y un poco más alta que Toph), con corte de hongo y cabello de color verde. La chica dejó caer sus libros al suelo y por poco se cae ella también.
— ¡Perdona! - Exclamó ella, agachándose lentamente para recoger sus libros.
Kai se le quedó viendo mientras ella recogía sus libros mientras pensaba "no voy a agacharme a levantarlos, sería muy cliché de mi parte". Entonces observó que la pequeña mochila de tela en la que esa chica debió traer sus cosas se había rasgado, lo que explicaría por qué llevaba sus libros en las manos.
— ¿Te ayudo en algo? - Preguntó Kai tan pronto como ella se levantó.
— Ay, qué pene... ¡QUÉ PENA, QUÉ PENA! - Se alarmó la chica al darse cuenta de lo que había dicho.
— Soy Kai, ¿y tú?
— Ehhh... soy Hanna.
Kai vio de reojo el libro que estaba hasta arriba en la pila que sostenía Hanna.
— ¿También estás en lengua y literatura? - Preguntó Kai.
Hanna asintió.
— En la Unidad-A, ¿y tú?
Kai le dijo que también estaba ahí, lo que pareció aliviarla. Ambos buscaron juntos el aula en la que les tocaría su primera clase. Tardaron poco en encontrarla y una vez cruzaron la puerta, Kai pudo confirmar que en su carrera universitaria, había más chicas que chicos. De poco más de treinta alumnos, podía contar apenas a otros tres chicos aparte de él.
Kai siempre se había rodeado de chicas. Ya era así cuando cursó la preparatoria en La Ciudad. De todo su círculo social, la gran mayoría eran chicas. Vale, uno o dos amigos hombres eran bastante cercanos a él, pero por regla general, casi todas eran mujeres. Simplemente se sentía más a gusto con ellas.
Paneó rápidamente la habitación. Había una chica alta, curvilínea pero no muy delgada y con ropa bonita en la parte de atrás. Otra, delgada, con mirada feroz y cara de pocos amigos, frente al escritorio del profesor. Un par más, de tez morena, una con cabello ondulado y la otra de pelo lacio, maquillándose. La lista seguía y seguía.
Los pocos hombres que había llamaban mucho la atención. Uno de ellos tenía más de treinta años, otro tenía cara de chico malo y un par de piercings en una oreja y otro par en la nariz, y el último, de complexión gorda, moreno y leyendo cómics en la parte trasera del aula.
— ¿Conoces a alguien aquí? - Murmuró Hanna.
Kai negó con la cabeza. Aparentemente, Hanna asumía que él era de Xalapa. No, él venía de una sureña ciudad costera, bastante alejada de aquella fresca ciudad entre cerros y montañas.
Al poco rato, un profesor de aspecto jovial y cabello de pintura de Jesucristo entró y se presentó como Davriel, su nuevo profesor de Lengua Hispana. Lucía bastante alegre para ser un profesor, así que Kai intuyó que quizá no llevaba tanto tiempo en el puesto.
— Para empezar, asumo que esta es su primera clase del día.
— ¿A las ocho de la mañana? Probablemente - Murmuró la chica con cara de pocos amigos a la que Kai había visto antes.
Varios en el grupo soltaron risitas nerviosas.
— Así que me gustaría que se presenten con el grupo. Sí, como en primaria - Añadió el profesor Davriel al ver que la amargada estaba por volver a interrumpirlo - Y como tú ya hablaste, me gustaría que seas la primera en hacerlo.
La chica con cara de cadáver se puso de pie y volteó a ver a sus compañeros.
— Soy Vanessa, pero prefiero que me digan Nessa. Todos, díganme Nessa. No me provoquen, no me toquen y no me estén molestando.
Fue una breve presentación, pero le hizo saber a Kai que no le convenía meterse con ella (a menos que quisiera repetir la historia de hace años, cuando recién entró a preparatoria). No quería otros tres (en este caso, cuatro) años de martirio y peleas sin sentido.
— Mi nombre es Natanael Lizárraga, pero prefiero ser llamado el Maestro Cantor, pues mi máxima aspiración es ser el mejor poeta y hablar por la naturaleza entre mis hermanos - Se presentó el hombre de casi cuarenta años que estaba tomando clase con ellos.
Hanna y Kai intentaron no reírse. Al ver las caras de ambos, Nessa resopló y volteó a ver hacia otro lado.
— Creo que le caemos mal - Musitó Hanna.
— Creo que a ella le cae mal todo el mundo, no te lo tomes personal - La intentó tranquilizar Kai.
Hanna no se tranquilizó en lo absoluto.
Fue un inacabable día de clases.
Kai llegó con los pies hechos papilla a su departamento porque tuvo la grandiosa idea de irse a pie. Eran casi quince minutos en transporte público, lo que significó poco más de media hora a pie, en una ciudad llena de subidas y bajadas, con lomas y lomas a distintas alturas.
Para cuando llegó a su puerta, Toph ya llevaba ahí un buen rato, pues lo escuchó llegar y ya había cambiado sus zapatillas deportivas por chanclas, se había soltado el cabello y traía puesta una camiseta grande y holgada en lugar de la blusa que llevó a la facultad.
— Quizá no funcione tan bien eso de volver caminando para ahorrar dinero - Suspiró Kai al verla ahí de pie.
— ¿Quieres entrar a comer algo?
Kai asintió al tiempo que una sonrisa se dibujaba en su rostro; no vivían juntos, sino más bien en departamentos separados, pero uno al lado del otro. Todo lo que sus familias podían pagarle a un par de foráneos como ellos.
— Me encantaría.
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Literatura según Kai
Teen FictionKai ha logrado marcharse de su pueblo natal para estudiar en la universidad que siempre ha querido. Ahora, quizás no tiene que preocuparse por un gran enemigo ni a una pandilla de asesinos, pero eso no significa que deba preocuparse menos por las co...