T4E08: Tini

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Los días laborales eran un dolor de cabeza para Tini, pero tenía esa mala costumbre de comer y desgraciadamente, comer no salía gratis.

El restaurante-bar en el que laboraba significaba que tenía que aguantar chicos odiosos que intentaban invitarle un trago a diario. La mayoría parecía desistir, pero uno que otro se volvía un acosador recurrente. Al final, todos se iban.

Los amigos de Tini eran escasos, pero la conocía medio mundo menos a veinticinco en Xalapa. Sus contactos eran de lo más variados, desde vagabundos hasta supervisores de un puesto de taxis, desde vendedores ambulantes hasta dueños de locales en los múltiples callejones de la ciudad. Tenía mucha facilidad social, pero no por ello le agradaba en realidad la gente. Es decir, bien podía rodearse de personas, pero se estresaba constantemente cuando no podían leerle la mente y saber lo que quería.

Desde que se metió a estudiar letras, su vida parecía haber tomado un nuevo giro, pero a los pocos meses, se dio cuenta de lo equivocada que estaba. Después de todo, la carrera no era para gente que quería volverse escritora y ella quería escribir en latín, de ser posible. Ahora, tan sólo se limitaba a ser una compañera que a veces estaba y a veces no. La poca gente que llegó a hablarle, terminó sin saber de ella a los pocos días: todo era tan aburrido, tan monótono, tan carente de interés...

Entonces entró el chico: demasiado lindo para el gusto de Tini, a quien le atraían los hombres "que se vieran como hombres". Heteronormados, de pelo en pecho, robustos y de barba cerrada. Ese no lucía así. Se veía más bien como un niño lindo blanquito, con el cabello rizado y un look de rockerito que no convencía a Tini en lo absoluto. Ese chico, de la edad de sus compañeros de clases, no se veía para nada como lo que Tini buscaba, pero aún así, tenía cierto encanto, una especie de magnetismo nato para llamar la atención, pues un par de hombres al fondo del local voltearon a verlo unos segundos para después seguir en lo suyo.

La mesera que trabajaba en el mismo turno que Tini se le quedó viendo un rato antes de recordar que debía ir a limpiar un par de mesas. Tini fingió que no tenía cierto interés en él hasta que, como si fuera casualidad, el chico se acercó directo a la barra.

— ¿Me das un Black Moon? - Pidió el chico, mirando atentamente hacia la puerta de entrada, algo nervioso.

— ¿Un mal día? - Preguntó Tini, mitad por cortesía, mitad con algo de interés, lista para dejar de conversar con él en cuanto dijese algo que la aburriera. Quería algo nuevo, algo interesante. Algo que nunca le hubiesen dicho.

— Corté con mi novia. Su vecino y ella traían algo y se atrevió a ocultármelo en mi cara. Ya no estaba dispuesto a tolerar eso por más tiempo, así que le dejé las cosas en claro y me fui.

— Suena como una perra. ¿Vivían juntos? - Se atrevió a preguntarle Tini, intentando empatizar con él.

— No, vine de visita. Somos de fuera y ella estudia aquí. Resulta que estuvo haciendo ojitos con ese imbécil por meses cuando yo no estaba.

Tini resopló. Una vez le pasó algo así y cuando su novio se enteró y quiso cortarla, ella se vengó, dejándole la espalda como pasión de cristo y robándose a su mascota. Eran otros tiempos, ella era una adolescente recién salida de la secundaria y camino al bachillerato, impulsiva, briaga de libertinaje y sin nadie que le pusiera un freno: él, era un chico que hacía no mucho había salido de la preparatoria y se dedicaba a quién sabe qué. En teoría, una relación de esas no habría estado bien bajo ningún contexto, y Tini lo sabía en ese entonces, pero poco importaba.

— Ah, ya entiendo. Sí, qué perra. ¿Quieres otro?

El chico se negó, empujando el vaso hacia Tini. "Bien", pensó ella. No se iba a embriagar tan temprano.

Literatura según KaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora