Días después, Tini fue a buscar a una de sus amigas más cercanas en la facultad, Alex, directo a la puerta de su departamento. Ambas pretendían buscar trabajo juntas y, desde que Tini consiguió un piso en donde caer muerta, la vida mejoraba poco a poco.
Alex se la pasaba una buena cantidad de tiempo asistiendo a entrenamientos de Alba Dorada: Tini no lo veía realmente necesario, pero tampoco demeritaba el entusiasmo de su amiga. A menudo, la veía llegar de los entrenamientos con uno o dos moretones y sus manos poco a poco se empezaban a endurecer debido a los callos.
Hoy, llegó hablando de algún operativo que hubo a las afueras.
— ¿Segura de que no me estás hablando de antier?
— No, no. O sea, pareciera que sí, pero es que hay operativos muy seguido en las mismas áreas y yo he ido a ayudar a varios. Nos dan una remuneración por cada delincuente arrestado, pero no es la gran cosa. Hasta que no tenga mi placa, tendré que buscarme un empleo real.
— Suena raro tener a estudiantes universitarios haciendo el trabajo de la policía - Criticó Tini - Pero si a ustedes les funciona...
— Bueno, recuerda que no hay muchos policías desde la invasión de Xalapa - Le señaló Alex - Es decir, muchos murieron peleando y a otros los fueron a sacar a rastras de sus casas. Yo...
Alex se quedó viendo al horizonte, totalmente en blanco durante algunos segundos, hasta que volvió en sí y observó fijamente a Tini. No era la primera vez que le ocurría.
— ¿De nuevo la cabeza? - Preguntó ella para cerciorarse.
— Sí.
A Alex la habían operado hacía años y por una negligencia, le ocasionaron daño cerebral. Tardó meses en recuperar el habla y aún así, a veces parecía congelarse en su lugar. Hacer uso de la fuerza constantemente y ser una peleadora amateur no eran precisamente las mejores ocupaciones para alguien como ella pero, de nuevo, Tini no iba a decirle cómo vivir su vida.
— ¿Vamos a la plaza entonces? - Preguntó Tini.
Alex asintió.
Aunque para Tini era algo común pasearse por la ciudad, Alex, quien venía de un pueblo a varias horas de Xalapa, no estaba tan acostumbrada como su amiga. En su pueblo, muchas películas llegaban años después de su estreno, pocos tenían carro nuevo y muchos aún se movían a caballo y el único medio de transporte frecuente era una camioneta de carga con la parte de atrás atestada de gente. El campo era la principal fuente de trabajo, y muchos hombres jóvenes solían buscar empleo en la ciudad más cercana, mientras que las chicas de por ahí, o buscaban estudios, o buscaban marido. Era un pueblo chico.
Por eso, cada que Alex se paseaba por las calles de Xalapa, siempre que entraba a un centro comercial, no podía evitar fijarse en todo, asomarse en cada local y emocionarse como si fuera la primera vez. Ahí había probado las hamburguesas de franquicias caras que no llenaban pero sabían bien. Ahí había ido al cine con amigos varias veces, tantas como su precario presupuesto de estudiante podía permitirle.
Ahí, iba a pedir empleo, precisamente.
Ambas presentaron sus solicitudes de empleo al mismo tiempo y pasaron a entrevista con una supervisora de cuarenta años, expresión amargada y respiración pesada.
Ambas habían escuchado que trabajar en un cine era beneficioso para ellas: películas gratis cada cierto tiempo, horarios flexibles ideales para estudiantes y una paga mediocre, pero decente si tenían algunos gastos cubiertos, como era el caso de Tini, al menos.
No pasaron ni siete días desde que dejaron sus solicitudes cuando ambas fueron llamadas a trabajar. Ahí, pasaron monótonamente unas pocas semanas atendiendo clientes, despachando en dulcerías, limpiando las salas después de una función, revisando mochilas por si alguien intentaba meter un pollo asado al interior de la sala (ocurría más veces de lo que uno se esperaría en una jornada)...
Alternando la escuela con el trabajo, escuela y trabajo, escuela, trabajo y escuela otra vez, Tini pronto perdió el interés inicial en su empleo y terminó cubriendo sus horas de trabajo como si fuera una zombi, en automático y con las mínimas energías: comer de las palomitas que quedaban al final del día era una de las pocas prestaciones que nadie te mencionaba cuando trabajabas en un cine y, aunque no siempre se podía, casi todas las noches, ambas, junto con los demás empleados universitarios en el personal (es decir, casi todos), terminaban dándose un atracón con la comida que ya no podían vender para el día siguiente. Nada se desperdiciaba.
Hasta que un día, atendiendo en dulcerías, Tini reconoció a uno de los clientes. Iba saliendo del cine con una chica: escuchó que irían a un bar en el centro de Xalapa. Casualmente, Tini conocía todos los bares en el centro de Xalapa y la gran mayoría de ellos era de mala muerte.
No habría pasado a mayores, pero el chico en cuestión se llamaba Adrián y Tini lo recordaba bien por ser un golpeador al que conoció el mismo día que a Kai. Era el ex novio de esa chica que pasaba mucho tiempo con él, Toph. ¿Tan pronto estaba libre?
Tini dejó su puesto. En dulcería había otros tres chicos atendiendo y fue corriendo a taquilla, donde Alex y otros dos vendían boletos. Era un miércoles, así que no habría problema si se escapaban unas horas hasta que acabara el turno. Si Tini tenía razón, todo esto valdría la pena.
Tres cuartos de hora después, ambas estaban en un bar de mala muerte del centro, como Tini se esperaba: habían pedido un vaso de caña sabor fresa cada una y Tini observaba fijo a Adrián, quien hablaba con una chica blanquita, de largo cabello lacio, rubio teñido con raíces castañas, bien maquillada, con cara de no estar acostumbrada a estos ambientes.
— ¿Qué hacemos aquí, Cris?
— Fíjate en ese idiota. Intentó golpear a la amiga de un amigo hace un tiempo. Ya está libre y parece que se le olvidó la lección.
Alex trató de levantarse para buscar pelea, pero Tini puso su mano sobre los hombros de su amiga.
— No. Así no. Aún no.
Tini sacó su teléfono y buscó en la cámara alguna opción que le permitiera grabar en buena resolución con tan poca luz. Cuando encontró lo que buscaba, llegó a tiempo para captar en video cómo Adrián dejaba caer algo de polvo, probablemente una pastilla triturada, al interior del vaso de su acompañante.
La chica ni siquiera sospechó: parecía querer impresionarlo y se fondeó el vaso. Adrián pidió otro igual, aunque no sería necesario realmente. No era la primera vez que Tini sabía de bebidas adulteradas en ese bar, pero una cosa era ver a un rockerito aleatorio caer noqueado cada noche, y otra muy distinta era ver a un conocido abusador drogando a una chica para quien sabe qué.
— Ahora. Saca tu tarjeta de Alba Dorada. Acabo de llamarle a mi amigo.
Ambas se pusieron de pie y caminaron hacia su mesa.
— Amigo, creo que nosotros cuidaremos de ella ahora.
Adrián volteó a ver y se levantó de la mesa de golpe, listo para la violencia, pero Alex lo volvió a sentar poniéndole ambas manos sobre los hombros, ejerciendo bastante fuerza sobre él.
— ¿Me recuerdas? - Sonrió Tini.
Adrián se veía nervioso: la chica frente a él no entendía bien lo que ocurría, pero se veía mareada, desorientada, como si fuera a caer sobre la mesa en cualquier momento.
Las puertas del bar se abrieron de par en par, en ambos accesos. Agentes dorados. Kai, en específico, escoltado por otros dos. Tini reconoció a uno de ellos: se llamaba Franco y según había escuchado, era muy bueno en su trabajo.
— Hola de nuevo, amiguito - Saludó Kai al llegar junto a Adrián y, volviéndose hacia Tini, preguntó también si ella tenía las pruebas o tendrían que soltarlo si la chica estaba bien.
— Descuida. Lo grabé.
— Alex - Saludó Kai a la chica - Puede que te hayas ganado un ascenso.
— Fue Tini quien me trajo - Reconoció la chica, con solo un poco de alcohol en la sangre.
— Entonces solo un bono para ti y... ¿segura de que no quieres una credencial de la agencia?
Tini contestó que lo pensaría. Primero, había que llevar a casa a esta pobre chica.
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Literatura según Kai
Novela JuvenilKai ha logrado marcharse de su pueblo natal para estudiar en la universidad que siempre ha querido. Ahora, quizás no tiene que preocuparse por un gran enemigo ni a una pandilla de asesinos, pero eso no significa que deba preocuparse menos por las co...