Plan de rescate

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-¡Yo doy más!
-¡Yo doblo la cantidad!
-¡Agregue un cero más por mi parte!

El ambiente en el salón de subastas se había caldeado en un momento y la gente gritaba cifras cada vez más altas mientras el par de ex-generales se achicaban en sus asientos en un intento de no llamar la atención de sus antiguos colaboradores.
-Esto es una barbaridad. Cuanto antes salgamos de aquí, mejor... ¿Zarbon me estás escuchando?
-Intento ver quién de estos desalmados se va a llevar a esa pobre criatura.
Dodoria resopló harto. Miró por encima de su hombro una vez más comprobando que, tal y como había visto cinco minutos antes, junto a las dos puertas se encontraban Gas y Oil.
-Como nos vean nos vamos a meter en un buen lío. Bien por ellos directamente o bien por Freezer en cuanto se lo cuenten. ¡Y tú estás preocupado por un mísero huevo! ¡¿A quién le importa cuando estamos en riesgo así de repente?!
-¡A mí me importa! -siseó Zarbon prestándole toda su atención por primera vez desde que habían sacado el huevo al escenario -. ¡¿Por qué no lo entiendes?!
-¡Porque debería importarte más tu vida ahora mismo que salvar un maldito huevo! ¡¿Cómo vas a cuidar nada si tenemos una amenaza de muerte sobre nuestras cabezas?!

Dodoria se quedó con el aire atorado en su garganta al escucharse decir aquello y automáticamente ver el dolor reflejado en el rostro ajeno.
-Lo... Lo siento, Zarbon. Pero es que la situación de repente se ha vuelto en nuestra contra y me he puesto nervioso... -susurró tratando de enmendar los gritos que le había dado al tiempo que acercaba su mano a la del otro para agarrarla y dar más énfasis a su disculpa.
Pero nada de eso sirvió, pues Zarbon apartó la mano para echarse por encima del pelo la seda que llevaba atada a las muñecas y se levantó de su asiento con cuidado.
-Quédate aquí y sal junto al tumulto de la gente -dijo tajante con la mirada clavada en el estrado -. Me da igual quién lo compre, no se lo llevará.
-¿Qué? ¡Zarbon!

El hombre rosado vió con horror cómo su hermoso compañero se daba la vuelta y caminaba muy digno hacia la salida del salón de subastas, como si se hubiese hartado de aquello. ¡Le iban a ver! ¡¿Qué se suponía que estaba haciendo?!
Contuvo la respiración casi sin darse cuenta cuando Zarbon estaba llegando a la puerta que tenían más cerca, cambiando su mirada del peliverde al miembro más fornido de los Heata que estaba apostado contra la salida.
Sin embargo, Oil no le prestó la más mínima atención cuando pasó por su lado, estando completamente absorto en la decisión de la subasta, viendo si efectivamente ellos se llevarían aquel codiciado botín.

Cuando salió fuera del salón, Zarbon soltó un suspiro que compartió con su compañero al ver que había salido sin llamar la atención, y acto seguido se alejó de allí. No sabía dónde estaba el sitio que pretendía encontrar, pero sus pasos se mantuvieron firmes mientras caminaba por el edificio, inspeccionando todo minuciosamente para hallar la sala que buscaba.
Debía de estar cerca del escenario, así que se encaminó hacia la parte donde se suponía que estaba y buscó alguna puerta que pudiese dar a un almacén.
-¿Dónde mierda está? -masculló irritado al no ver ninguna indicación que pudiese darle una pista. No había nada por ningún sitio... -. Maldita sea.
-¿Necesita algo?

Zarbon se sobresaltó ligeramente al escuchar una voz dirigirse a él, pero al momento vió la oportunidad que estaba buscando para encontrar su objetivo. Se dio la vuelta y puso una mano en su pecho que acompañó de una falsa expresión de alivio.
-Menos mal que hay alguien por aquí que puede ayudarme -dijo acercándose al guardia que le había hablado -. Verá, he adquirido unas joyas en la subasta y me gustaría poder recogerlas ya, pues mi transporte sale en apenas unos minutos.
El guardia frunció el ceño y negó con la cabeza.
-Debe esperar a que finalice el evento. Si tiene prisa puede ir a recepción y escribir los datos del lugar a donde quiere que le manden sus joyas.

El párpado de Zarbon tembló al recibir esa respuesta negativa. Si le iban a poner impedimentos, tendría que ir con todo desde ese mismo momento.
-¡Pero señor guardia! -se abalanzó con desesperación sobre su interlocutor y le agarró con fuerza del uniforme -. ¡Imagine que lean mal mi dirección y me pierden mis preciadas joyas! ¡O peor! ¡Que las rayen durante el viaje y me las entreguen dañadas! ¡¿Cómo podría marcharme sin asegurarme que están a salvo entre mis manos?!
El guardia fue a negarse de nuevo a pesar de los grandes ojos suplicantes que le miraban con intensidad.
-Lo lamento, pero... -sus palabras se perdieron en aquella inmensidad dorada, aunque enseguida recobró su actitud firme -. No puede hacer eso. Las normas dictan que debe esperar a que la subasta llegue a su fin para poder recoger los objetos adquiridos.

Maldades que se entrecruzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora