El show

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Los afilados ojos de Tagoma observaron curiosos la escena que se había formado en un momento mientras una idea se trazaba en su mente, maquinando un plan perfecto para conseguir su objetivo de alcanzar un alto puesto en el ejército.

-Si sale bien... Podré ostentar el cargo que merezco -pensó con una sonrisa siniestra analizando a quienes serían sus víctimas detenidamente -. No volveré a ocupar un rango bajo.
Disimuladamente, llevó su mano hasta el bolsillo donde tenía guardado el frasquito que hacía nada había recuperado, tratando de disimular la expresión de satisfacción que se formó en su rostro al visualizar cómo su plan le iba a propulsar a lo más alto.

Ajenos a los pensamientos del soldado malva, la cafetería parecía haber vuelto a la normalidad, cada uno inmiscuido en sus propios asuntos, sin percatarse de que Zarbon no era el único que podía sembrar el caos allí.


Mientras tanto, los dos generales habían llegado ya a la enfermería y observaban en silencio a los médicos examinar las heridas que presentaba Zarbon.
-No tiene demasiada mala pinta -afirmó uno de ellos tras terminar de reconocerle -, de modo que no será necesario usar la máquina medicinal. Con el tratamiento adecuado, un vendaje y reposo será más que suficiente.
Zarbon se quedó con la mirada perdida en el suelo, sin prestar atención al otro médico que aún le rondaba las perforaciones del hombro y la rodilla; aunque pasó a hacerle caso cuando escuchó que se dirigía a él.
-Parece ser que está vez ha habido más suerte. ¿Verdad, general? Apenas si son rasguños comparados con heridas de otras veces -dijo con una media sonrisa que trataba de resultar tranquilizadora, o que al menos rebajara un poco la tensión.

Pero nada más lejos de la realidad. Zarbon volvió a fijar sus ojos en las baldosas manteniendo un semblante serio. A decir verdad, en ese momento le habría gustado mucho dejar sin aire a ese medicucho que se creía que podía mofarse de sus desgraciados accidentes. Pero para su mala fortuna, tenía terminantemente prohibido arremeter contra el personal médico... De modo que simplemente decidió ignorarlo.
El doctor suspiró pesadamente ante la falta de receptividad del peliverde y se marchó a ayudar a su camarada, dejando a solas a los dos soldados.

Dodoria se quedó con la vista fija en el lugar por el que se había marchado el clínico, pero giró la cabeza hacia su amigo al notar que le estaba mirando fijamente.
-¿Qué ocurre?
Zarbon frunció el ceño y respondió con una mueca de desagrado:
-¡Esos desgraciados han obviado lo peor de todo! ¡¿Qué hay de mi piel?! ¡No puedo quedarme así!
El ser rosado se llevó una mano al rostro incapaz de creer que su nuevo color le preocupara más que su hombro y su rodilla perforados.
-Zarbon... Eso se te pasará -dijo con aire cansado bajando la mano y volviendo a mirarle a los ojos.
-¿Cómo puedes afirmar tal cosa? ¡Te recuerdo que es obra de ese imbécil! -masculló rabioso -¡Dudo que se me vaya fácilmente!
Dodoria torció el gesto y se levantó del asiento situado al lado de la camilla donde se encontraba el peliverde.
-Si vas a seguir gritándome por algo que no es mi culpa y que además es una estupidez, me voy.
La desagradable y conocida sensación de una profunda ira golpeó a Zarbon tras aquella amenaza, de modo que apretó los dientes con rabia y desvió la vista para intentar aliviar esa opresión que comenzaba a expandírsele en el pecho al recibir la mirada reprobatoria del rosado... Aunque sin demasiado éxito.

Los ojos negros de Dodoria le estuvieron observando unos minutos a expensas de algún gesto que le diese una razón para quedarse; una mirada, un amago de agarrarle... Lo que fuera. Pero ante la falta de uno decidió dar media vuelta y marcharse.

Sin embargo, apenas dió un par de pasos tuvo el presentimiento de que se arrepentiría si se marchaba de aquella manera, dejándose llevar por un enfado tan estúpido.
Así que se giró levemente para comprobar si realmente debía irse o quedarse... Y no hizo falta más que un vistazo para que volviera sobre sus pasos, se sentara en el borde de la camilla y rodeara con sus grandes brazos a su tembloroso amigo, que apenas sintió el abrazo se giró hacia él y le devolvió el gesto como buenamente pudo con el brazo que no tenía herido.
-Te agradecería que no me gritaras por algo que no he hecho yo -dijo apartándole un poco al ver que los doctores volvían con lo necesario para sanarle.

Maldades que se entrecruzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora