Al descubierto

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En uno de los pisos de una de las capitales del planeta Furora, unos ojos magentas analizaban las fotos que mostraba su teléfono. Todo eso no le gustaba nada, sentía que se le aceleraba el corazón al mismo tiempo que se le iban las fuerzas. No es que tuviera miedo de que el novato pudiera robarle la fama, no... Temía que le quitara la vida, a él y a toda la población.
-Estoy seguro... De que este tipo con pinchos era quien le estaba llamando aquel día por aquel artilugio que llevan los soldados del Imperio en el oído -susurró mientras que con manos temblorosas ampliaba la imagen.
No sabía mucho sobre el Imperio, ni quiénes eran ellos exactamente... Pero sí estaba seguro de algo: eran peligrosos. Tras el incidente en el restaurante avisó a Heza de inmediato, pero él se había negado a despedirle... ¡Negarse a sacarlo de sus vidas! ¿Acaso no quería ver la realidad?
-Es una maldita locura -se lamentó dejando a parte su teléfono y tapándose la cara con las manos -. Solamente espero que Heza no se equivoque con él, porque como sea yo quien lleva razón... Estamos condenados.

Sin embargo, aquel temor que inundaba la mente de Suisen no tenía cabida en el presente. Al contrario de lo que él pensaba, tanto Zarbon como Dodoria descansaban apaciblemente en ese momento.

Ambos miraban entretenidos un concurso de la televisión mientras devoraban un bol de fresas y trataban de adivinar las respuestas antes que los concursantes.
-¡Qué rabia! Es muy difícil saber ésto.
-Claro, la mayoría de preguntas son sobre cosas de este planeta y nosotros somos un par de forasteros.
-Pues entonces tendremos que pasar mucho más tiempo aquí...
Zarbon miró con una media sonrisa a su compañero.
-Menos mal que ni te planteabas dejar el ejército. Si lo hubieras hecho... ¡Ya te habrías impregnado por completo con las costumbres de este sitio!
-¡Oh, cállate! -exclamó el rosado medio en broma tapándole la boca para que dejase de burlarse.

Aquellos momentos de tranquilidad y pequeños piques eran realmente preciados para ambos. Ahora que podían reír y bromear entre ellos libremente, cualquier otro modo de vida se les hacía impensable.
-¿Realmente crees que puedes hacerme callar? ¡Para eso primero deberías vencerme! -rió el peliverde al tiempo que inmobilizaba los brazos de Dodoria apretando sus muñecas una contra otra y sujetándolas con fuerza con una de sus manos contra el respaldo del sofá mientras que con la otra le presionaba el pecho para dejarle con la espalda completamente hundida en el asiento.
Pero a Dodoria poco le importaba el oponer resistencia. Ver esa sonrisa arrogante en la cara de Zarbon al tenerle aprisionado era más que suficiente para él.

-¿Vas a quedarte ahí sin hacer nada?-preguntó Zarbon con el ceño fruncido -. Si no te resistes no tiene gracia.
-¡Oh, Gran Zarbon! ¡Ten piedad de mí pues aún no he probado todas las delicias que hay en este planeta y desearía tanto poder disfrutar de todas y cada una de ellas...! -exclamó con fingido dramatismo Dodoria, que no podía evitar sonreír durante su "magnífica" actuación.
-Dodoria... -Zarbon le miró con los ojos entrecerrados haciendo un mohín -. Eso no sirve ni para que me des pena.
-¿No doy el pego?
-Claro que no.
Dodoria se quedó pensando un momento y sonrió para sí antes de volver a hablar.
-Entonces habrás que mantenerme así toda la noche, me temo. Tendrás que cuidar de que no me escape... Y no podrás tener tu sueño de ocho horas.
El peliverde parpadeó un par de veces analizando aquello y le fue soltando poco a poco.
-Eres horrible, Dodo -dijo mirándole con pesar cuando le hubo soltado del todo.
El rosado se incorporó en el asiento y tras soltar una breve risa se puso en pie.
-Igual de horrible que tú -dijo tranquilamente mientras pasaba a su lado -. Yo me voy ya a dormir, te recomendaría que hicieras lo mismo. Tendrás que descansar para ir mañana a trabajar, ¿no?

Zarbon suspiró pesadamente ante la idea de tener que encontrarse al día siguiente con ese idiota de Suisen. Sí que necesitaría estar descansado para poder aguantar sus miradas llenas de rencor.
Se levantó del sofá y fue arrastrando los pies hasta el cuarto de baño, donde se apoyó en el marco de la puerta mientras observaba al otro cepillarse los dientes.
-No tardes mucho -murmuró Dodoria cuando terminó, dándole un suave apretón en el brazo al pasar por su lado.
Zarbon fue hasta el lavabo donde se observó en el espejo detenidamente, pasando una mano por todas sus facciones. Tenía buen aspecto: hidratado, descansado... Relajado. Sonrió a su reflejo y no se demoró mucho más para dejar sus dientes relucientes y reunirse con Dodoria en la habitación.

Maldades que se entrecruzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora