Regreso

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Una cápsula del Imperio se estrelló con gran estruendo contra la superficie de un planeta bastante alejado de cualquiera de las bases. Un planeta al que uno de sus habitantes volvía después de muchos años.
-Espero que ésto no resulte en un problema aún mayor -masculló mientras salía del artefacto volador.

Echó a andar mientras refunfuñaba el no poder ir volando, pero no le quedaba más remedio si no quería que las gentes del lugar se alarmasen al ver el uniforme del ejército de Freezer... Así que se marchó del lugar donde había aterrizado resoplando por tener que recorrer un largo camino a pie hasta su destino.

-Maldita sea... ¿Y ahora qué?
Tras un buen rato de caminata, el hombre se hallaba finalmente frente a la puerta de entrada de una casa.
Los nervios le corroían por dentro. Sabía lo que tenía que hacer, sabía que no podía quedarse fuera... Así que no le quedaba más opción que hacer frente a una de las situaciones que más había temido de un tiempo a esa parte.
-Venga, no será para tanto -murmuró intentando calmarse mientras llamaba a la puerta.

Apenas unos pocos segundos después, la puerta de la casa se abrió dejando ver a una criatura muy parecida a él aunque más baja y con la piel de un rosa palo en lugar de rosa chicle como la suya.
Él tragó saliva e hizo un intento de sonrisa mientras levantaba una mano para saludar.
-Hola ma-
-¡Dodoria!

Él abrió mucho los ojos e intentó echarse hacia atrás cuando vió que la mujer se lanzaba a su cuello para abrazarle, pero el dolor de su herida impidió su huida y terminó apretujado entre los brazos de su madre.
-Mi niño -susurró ella apretando aún más su agarre como si así se asegurase de que realmente estaba allí... Y de que no se le volvería a escapar.
-Ya no soy ningún niño -respondió con mala cara Dodoria -. Y además, me estás haciendo daño.
Ella entonces se separó y le miró a la cara con el ceño fruncido.
-Pues menudo soldado, que un simple abrazo le hace daño -le recriminó.
-Eso no... ¡No es eso! -estiró de su coraza para dejar visible las vendas que le cubrían y la miró ofendido -. Me estabas haciendo daño por culpa de la herida.

Un jadeo de horror salió de la garganta de la mujer al ver que su hijo tenía gran parte del torso vendado.
-¿Cómo... Qué te ha pasado? -susurró mirándole con angustia en los ojos.
-La última misión se complicó...
Dodoria calló al ver la severidad con la que le miraba su progenitora, imaginando que le reprocharía por millonésima vez el que se hubiera unido al ejército hacía ya tantos años.
-Anda, entra -le dijo con un movimiento de cabeza que le invitaba a pasar a la vivienda y un tono de voz que no admitía réplica -. Que me tienes contenta.

Al cabo de un rato, habiéndose puesto Dodoria ropa de la que conservaba en su habitación y con menos nerviosismo encima, ambos estaban en la cocina con una bebida caliente recién hecha entre sus manos.
-¿Has venido entonces para recuperarte?
Dodoria la miró por encima de su taza con dudas de si era buena idea responder a una pregunta que obviamente iba a derivar en un interrogatorio sobre su trabajo.
-Supongo que sí -murmuró bajando la mirada.
Ella se quedó mirándole en silencio unos segundos y terminó suspirando. No era una buena idea tener una conversación con la que temía que ocurriría lo mismo de la última vez. No quería volver a estar años sin saber de su hijo por haber discutido.

-Bueno -dijo observándole ahora
con una expresión relajada -, sea como sea... Me alegro de que hayas venido.
Dodoria esbozó una tímida sonrisa levantando un poco la vista para mirar a su madre a los ojos.
-Pero, ¿sabes? -siguió ella girándose hacia los fogones y dejando su taza a un lado -. Que estés convaleciente no te va a librar de ayudar. Así que ven aquí y haz la cena conmigo. Los chicos no tardarán en llegar.
Él rió entre dientes y se acercó para hacer caso a la orden de colaborar. A pesar de las circunstancias, se sentía bien volver.




Maldades que se entrecruzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora