Ajuste de cuentas

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Los ojos de Freezer observaban con incredulidad todo aquello. Alguien había hecho un vídeo ridiculizando a su mano derecha... ¿Qué pensarían de él por tener a ese esperpento como uno de sus mejores soldados, guardaespaldas y general? Aquello iba a repercutir en él y le iba a brindar mala fama. En ese momento sí que tenía razones más que de sobra para estar furioso con el peliverde.
-Ese imbécil... -gruñó rechinando los dientes.
Le iba a escuchar, vaya que sí. ¡Si no fuese tan caótico ahora él no tendría que hacer frente a lo que le iba a caer encima! ¡¿Cómo iban ahora sus clientes a confiarle nuevos reclutas?! ¡¿Y cómo les iban a temer en el universo si uno de sus generales había sido ridiculizado de aquella manera?!
-De aquí no va a pasar -siseó echando a andar para ir en busca de Zarbon.
Sin embargo, Frost le detuvo de inmediato agarrándole del brazo.
-Freezer, déjale. No creo que esté en condiciones de escuchar lo que tengas que decirle -dijo intentando contener la sonrisa triunfante que amenazaba con abrirse paso.
-¿Es que no lo entiendes, Frost? -repuso el emperador -¡Piensa en las implicaciones!
-Oh, vamos -contestó el azulado haciendo un ademán con la mano como no dándole importancia al asunto -. Si lo que te preocupa es que la gente no le tenga miedo... No hace falta mas que se ponga a gritar. ¡Verás como le vuelven a temer!
Freezer dejó escapar un gruñido disconforme. Era cierto que Zarbon se las arreglaba para inspirar temor pero...
-Venga, vayamos a descansar -añadió el pirata con una sonrisa cálida colgándose de uno de los brazos del tirano -. Seguro que tienes ganas de relajarte.
Freezer miró con cierta sospecha a Frost, pero por el momento lo dejaría pasar. No tenía pruebas para culparle de haber hecho ese "homenaje" a los estilismos de su soldado, tan sólo el profundo odio que sentía hacia él. Y además Frost pasaba todo el tiempo con él, así que tampoco es que hubiera tenido mucho tiempo para hacerlo...
-Está bien -terminó resoplando -. Vámonos... Pero después de cenar.
Frost asintió contento y se dirigió con el otro hacia su mesa.

Mientras tanto, en el pasillo de las habitaciones de los generales, Dodoria consiguió llegar hasta el dormitorio de su amigo y llamó suavemente a la puerta.
-Zarbon. ¿Puedo pasar?
Aguzó el oído para ver si escuchaba alguna respuesta, pero la habitación parecía estar en completo silencio. Y eso le inquietaba bastante.
Desbloqueó la puerta y entró lentamente, tratando de no hacer ruido por si daba la casualidad de que Zarbon se hubiera dormido.
Tras cerrar de nuevo la puerta, avanzó con cuidado hasta la cama donde pudo ver un bulto bajo las sábanas al que se escuchaba sollozar.
La tristeza y compasión parecieron llenarle por completo al ver la situación en la que estaba su amigo y sentó en el colchón junto a él, acariciando suavemente el bulto envuelto en sábanas que era el peliverde en aquel momento.
-¿Quieres... Hablar? -dijo el rosado en voz baja, imaginando que la respuesta sería un gruñido lleno de frustración.
Pero para su sorpresa, Zarbon desenterró la cabeza y negó con la cara compungida.
-No... N-no quiero hablar -susurró con los ojos derramando cantidad de lágrimas sobre el resto de su rostro.
Dodoria se inclinó un poco hacia él y le retiró los lagrimones pasando sus pulgares con cuidado por las mejillas del otro.

Zarbon sentía que el mundo se le venía encima. Cuando su señor le vió con el pelo rosa pensó que no podría haber nada peor... Pero estaba claro que se equivocaba. Porque ahora todo el universo le vería así. Y no sólo con ese horroroso tinte sino también... También...
-Todos me verán haciendo el ridículo -gimoteó -. Y con estas pintas...
Las lágrimas volvieron a fluir incesantes de sus dorados ojos, ahora completamente enturbiados y sin un sólo atisbo de brillo en ellos. ¿Acaso podía empeorar aún más? Lo dudaba mucho, aunque... Ya se había equivocado una vez.
Todo eso le superaba. A él le encantaba que le alabasen, pero a partir de entonces lo único que recibiría serían burlas. Por parte de todos. De todo el maldito universo.
Ese pensamiento no hizo más que empeorar aún más su ya maltrecho estado de ánimo y se tapó la cara con las manos, intentando retener de alguna forma sus llantos.
Pero apenas hizo eso, escuchó hablar de nuevo a su amigo:
-¿Quieres un abrazo?

Maldades que se entrecruzanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora