Capítulo 1

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Eros


—Podemos finalizar este asunto en un lugar más discreto —sugirió un hombre de amplios hombros, lo cual le confería una apariencia ligeramente amenazante. Aunque carecía de cabello y su voz sonaba escéptica, sus palabras llevaban consigo una cierta expectativa. Le concedió un último sorbo a su jarra de vino y se aseguró de beber hasta la última gota antes de golpear la jarra con fuerza contra la mesa, como si aquello lo hiciese ver más intimidante—. Eres lo suficientemente astuto como para ayudarme con la entrega del paquete, ¿verdad?

El joven y sombrío muchacho, quizás de unos veintipocos años, se encontraba sentado frente a él, observando la manera en la que el vino de su propia jarra se mecía con delicadeza, formando ondas que se distorsionaban con el sonido de la voz. Estaba claro que no había tomado ni un simple sorbo.

Había estado esperando esa propuesta durante días, incluso más de lo que había planeado en un inicio, por lo que se podía vislumbrar un destello brillante en sus ojos. Anhelaba con fervor concluir ese trabajo cuanto antes, y sabía que ese día y ese momento eran los adecuados para hacerlo. Debían serlo.

—Por supuesto —respondió con firmeza.

Se encontraban en una taberna de renombre en Garrajal, y el individuo con el que el joven estaba intentando hacer negocios era propietario de varios bares cercanos. El grandulón se encontraba rodeado por varios hombres, cada uno más imponente que el anterior, emitiendo una atmósfera de seriedad y temor a su alrededor. Estaba claro que tenían cara de pocos amigos.

—Entonces sígueme —sentenció el hombre, relamiéndose sin modal alguno las últimas gotas de vino de sus labios y levantándose de su asiento. Al instante, los guardaespaldas a su lado se tensaron, dirigiendo todas sus miradas hacia el muchacho, quien parecía no darles demasiada importancia—. No es necesario, no sería capaz de siquiera tocarme un pelo. —El chico tuvo que hacer un pequeño esfuerzo por no reírse ante tal expresión—. Miren esos brazos débiles, no podría ni con un insignificante insecto.

—Pero, señor —susurró uno de los custodios, acercándose a su oído. Sin embargo, el muchacho logró agudizar lo suficiente su escucha como para oír claramente sus palabras—: No me inspira confianza, no recomiendo que se quede a solas con el chico. Quizás Lyan no sea...

—¿Acaso insinúas que debería temerle a alguien tan patético cómo él? —gritó con furia, enfrentándose cara a cara con su guardaespaldas.

—No, señor, jamás me atrevería. Pero yo recomendaría que...

—Está bien —intervino el chico, esbozando una sonrisa traviesa—, no tengo problema si ellos escuchan la información que obtuve. Aunque he de decir que es algo delicada.

—No. —El jefe se dio la vuelta y se dirigió hacia el mostrador de la taberna—. Volveré enseguida, no se atrevan a acercarse, ¿me oyeron? El chico viene conmigo.

—De acuerdo —respondió el líder de los guardaespaldas, clavando sobre la nuca del muchacho una mirada penetrante.

El hombre lo condujo detrás del mostrador y, tras asentirle al tabernero, este se hizo a un lado. En una esquina de la pared, yacía una puerta que pasaba bastante desapercibida. La atravesaron y fue en ese momento cuando el joven pudo echar un primer vistazo al paquete que tanto buscaba.

—Ahora que estamos nosotros dos solos y dado que ya viste la mercancía, necesito los datos.

Lyan deslizó su mano hacia el bolsillo derecho, de donde extrajo con cuidado un reloj de arena excepcionalmente elaborado. Giró el artefacto y lo posó con delicadeza boca abajo, sobre una de las numerosas cajas dispersas por el lugar. Con una cadencia constante, los diminutos granos de arena comenzaron a caer, uno a uno. Observó con paciencia el lento descenso de los diminutos granitos, consciente de que requería algo de tiempo. Su mirada regresó a la mercancía frente a él, y una sonrisa de anticipación iluminó su rostro. Aquel hombre se encontraba estupefacto ante aquél accionar y estuvo a punto de reprochárselo, cuando el muchacho se decidió por hablar.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora