Ray
Lina, con una reserva de energía que parecía inagotable, tomó la mano de Ray y lo arrastró hacia un pequeño rincón donde reposaba un lago esquivo, camuflado entre una maraña de árboles extravagantes dispuestos en un baile caprichoso. Atravesaron un laberinto vegetal, donde la vista de Ray se limitaba a su propia sombra y, con algo de suerte, a la figura de Lina, quien, como siempre, parecía tener mapeada cada senda con una precisión asombrosa. A pesar de que existían pequeños lagos más cercanos, Lina insistía que conocía un lugar mejor y Ray, a medida que sus piernas protestaban por el esfuerzo, insistía en saber si habían llegado. Un estrecho sendero finalmente los llevó al punto exacto cuando el tenue susurro de las aguas rompiendo la quietud alertó sus sentidos. El bosque, envuelto en sombras, guardaba un silencio sepulcral, excepto por el eco de sus risas y el crujir de hojas secas bajo sus pies.
Ray se aproximó al lago mientras sus ojos se perdían en el vaivén de las aguas que danzaban de un lado a otro. Se abrazó a sí mismo en busca de calor, sintiendo el gélido abrazo del aire. Hacía frío. Demasiado frío.
—¿Estás segura de que esto es una buena idea? —inquirió Ray, con voz temblorosa—. No sé nadar y, además, ¿y si hay algún animal peligroso en el lago?
Lina carcajeó por todo lo alto. Sabía que se acobardaría, pero no lo dejaría salirse con la suya. En parte, esa había sido una de las razones por la que lo había alejado tanto de su super cueva preferida.
—No seas tan quejica —le respondió, mientras se quitaba las medias y los zapatos. Ray, al verla, hizo lo propio. Lina puso una mano sobre su hombro izquierdo para mantener el equilibrio, casi abrazándolo. Incluso su suave tacto estaba frío. Sus dedos parecían cubitos de hielo recién fabricados de las montañas, lo que hizo que el pequeño intentara alejarse de ella, pues sus vellos comenzaban a erizarse; sin embargo, ella se aferró aún más a él. No iba a dejarlo escapar. Esa noche era de ambos, ni siquiera la luna o las estrellas conseguirían interferir—. Además, los peces son muy simpáticos. Y el agua está templada. Y la oscuridad no importa. Lo único que tienes que hacer es mover los brazos y las piernas. Así. —Lina le mostró cómo hacer el movimiento de la braza.
—¿Así? —Ray imitó a Lina, pero se veía torpe y nervioso. Ella formó una sonrisa de lo más tierna y juguetona.
—No. Pero al menos es un comienzo. —Ray dejó de hacer los movimientos con los brazos, consciente de que se veía algo torpe, y agachó un tanto la cabeza. ¿Es que acaso iba ser un inútil en todo? Estaba a punto de quejarse de ello y volver a su cueva, pero Lina se adelantó—. Ahora... ¡Al agua! —Lina lo empujó al laguito, sin darle tiempo a reaccionar.
—¡Aaaah! —Ray gritó al sentir el agua helada mojar su ropa. Se aferró a Lina como si fuera un salvavidas. Ella aún no se había sumergido, pero comenzó a empujarla hacia adentro. Él intentaba salir, pero ella no se lo permitía—. ¡Eso no es justo! Ni siquiera me avisaste. ¡No quería entrar!
—Por eso mismo lo hice. Llorón.
—¡Está demasiado fría! —se quejó, mientras sentía que sus labios se volvían morados y, de manera involuntaria, titiritaba del frío. Ni Eleanor había sido tan cruel—. Voy a enfermarme y Eleanor me regañará seguro.
—No puede regañarte en la prueba —lo corrigió y Ray se mantuvo inmóvil algunos segundos, como recapacitando. Tenía razón. Lo había olvidado por completo.
—D-de acuerdo —respondió con voz entrecortada por el frío—. ¡Pero no vayas a soltarme!
—Tranquilo, Ray. No te voy a soltar... A menos que....
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Lazos de Sangre
Fantasy📚 Finalista en la Lista Corta de los Wattys 2024 📚 En el mundo de Azaroth, donde los límites entre la magia y la realidad se desdibujan, los destinos de los seres mortales están entrelazados con los caprichos de los Seres Ancestrales, quienes cons...