Capítulo 52

108 11 0
                                    

Eros y Ray

Bajo la ducentésima decimotercera luna, el sudor recae como frías gotas de sufrimiento y expectativa constante entre los aspirantes: ocho horas y tres lunas para la conclusión de la prueba. Treinta y seis aspirantes han perdido su fulgor, mientras que trece han conseguido activar su Fulgurien. Veinte Fulguriens a la espera de recibir su fulgor.

En medio del bullicio de la noche, en un claro alejado de la montaña, apenas iluminado por los destellos de las espadas, Eros y el pequeño Ray prevalecían en su entrenamiento diario. La noche parecía ser la mejor aliada de ambos.

—¡Vamos, Ray! —exhortó Eros una vez más, su voz resonaba entre los árboles como un eco desafiante—. Más gracia en cada movimiento, menos fuerza bruta.

—¡Que sí, que ya te oí las primeras cuarenta veces! —El pequeño se acuclilló para tomar su espada, la cual descansaba sobre el sedoso césped. Otra vez.

Ray se enfrentó una vez más a Eros; su pecho se hallaba agitado y pequeñas nubes de vapor escapaban de su boca con cada movimiento. El aire gélido se colaba en sus pulmones, cada inhalación parecía congelar su respiración en su recorrido sinuoso hacia su pecho. Sentía una extraña turbulencia en su interior, obligándolo a lidiar con los moqueos que resbalaban de su nariz. Era evidente que había capturado un resfriado, pero en medio de la prueba, no podía darse el lujo de ceder. Eleanor no lo reprendería, no mientras la prueba continuara su curso.

Ray contempló a Eros desde la distancia. Su rostro enmarcaba una sonrisa apacible y poco afable. Ni una gota de sudor empañaba su frente, lo que lo hizo apretujar sus pequeños dedos sobre el mango de su espada, los cuales apenas llegaban a cubrir todo su diámetro. Con los músculos tensos y la mirada fija en su mentor, alzó su espada con rabia. Dio un paso adelante, con un giro rápido y un golpe calculado hacia Eros, tratando de sorprenderlo. Su ataque fue rápido pero predecible, una estrategia que Eros ya había visto muchas veces antes.

Eros, con una sonrisa juguetona danzando en sus labios, esquivó el ataque de Ray con una facilidad pasmosa. Se movió con una agilidad felina, deslizándose hacia un lado con gracia y fluidez, como si fuera un baile bien ensayado.

El golpe de Ray cortó el aire con fuerza, pero encontró solo el vacío donde antes había estado su maestro. La espada de Ray terminó su trayectoria en el aire, sin nada que detener.

La expresión de Ray pasó de la rabia a la sorpresa, y luego a la frustración pura. Sus puños se cerraron con fuerza mientras la frustración volvía a burbujear en su interior.

—¡Pero, eso no es justo! ¡Estás jugando trucos! —se quejó el pequeño, como si aquello sirviera de algo.

—La perfección no se logra de la noche a la mañana —dijo Eros con un brillo travieso en sus ojos, mientras esquivaba otro ataque de Ray con facilidad. Tanta facilidad que el pequeño quedaba en ridículo—. La verdadera habilidad reside en la precisión y el ingenio.

—Ya lo he intentado todo —refunfuñó por todo lo alto y retomó su embestida hacia Eros.

—Si eso es todo lo que tienes, entonces ni siquiera deberías plantearte el ser un Centinela, niño. —El pequeño arrugó los pliegues de su nariz en señal de pura frustración y enojo. Tenía que vencerlo a como diese lugar, ¡no importaba cómo! —. ¡Vamos! Atácame con todo lo que tienes.

El pequeño se valió de un giro torpe y su espada terminó enredada en una rama cercana. Eros apenas pudo contener la risa, lo que hizo que el pequeño se enfureciera aún más.

—No te preocupes. Los árboles también son enemigos potenciales, ¿sabes? ¡Asegúrate de vengarte de ellos más tarde! —bromeó el joven asesino, mientras se alejaba algunos pasos, jadeando con sutileza.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora