Capítulo 12

237 35 0
                                    

Eros y June


El guardia se encontraba intercambiando palabras con el dueño de la taberna, pero parecía que no podía hallar lo que sea que estuviese buscando, por lo que decidió voltearse a indagar por su propia cuenta. Se abrió paso entre las diversas mesas, y zigzagueando corroboraba rostro por rostro. Pronto se acercó hacia Eros, quien lo observaba con seriedad, intentando exponer lo menos posible su rostro, el cual se mantenía tapado con una capucha. Él sostenía su navaja en su mano derecha, oculta debajo de la extensa mesa de madera y estaba expectante a lo que sucedía, dispuesto a actuar si fuese necesario.

—Estoy buscando a una mujer —le dijo el guardia—. Ella llevaba un vestido blanco con encajes, ¿la has visto?

—Hum... —Eros lo observó fijo a los ojos, simulando hurgar en su memoria—. Creo que si hubiese visto a una persona con esas características tan específicas lo recordaría.

En parte, una de las causales de haber hecho que Panam le hiciese una vestimenta nueva a June, era para evitar que fuese detectada a simple vista por los guardias. Algo que le daba cierta ventaja, pero jamás imaginó que se adentrarían hasta Redonia para buscarla. Estaba fuera de los límites del reino, pero era más que evidente que su padre, el rey Aurelio, movería cielo y tierra por encontrarla.

—Ella tiene cabello rubio y sus ojos son tan azules como el propio mar —explicó el soldado, pero no obtuvo respuesta, por lo que desvió su mirada en dirección a June, quien aún permanecía de espaldas y llevaba puesta la caperuza, tal y como Panam le había aconsejado. Ella estaba completamente inmóvil, como si de una propia estatua se tratase—. ¿Usted la ha visto?

June sabía que la pregunta estaba dirigida a ella y aún se debatía sobre qué hacer. Los ojos de Eros parecieron clavarse en ella, como si supiera que estaba indecisa. Agarró con fuerza el mango de su daga mientras la observaba. Las manos de la princesa temblaban y, casi sin darse cuenta, abría y cerraba la boca con nerviosismo. Podía sentir que estaba a punto de cometer un error, y él lo intuía. Como le había dicho a Panam, no podía permitirse correr riesgos.

—¡Ayúdame! —Ella se levantó de un salto y se lanzó contra el guardia, quien dio unos pocos pasos hacia atrás sobresaltado.

—June... —Eros se levantó de su asiento, con el ceño fruncido y su vista clavada en el guardia—. Hoy ya has colmado mi preciada paciencia.

—¡Princesa! —gritó el soldado y tras ello la resguardó detrás de él, a modo de salvaguardarla y posteriormente desenvainó su espada, la cual mantuvo apuntando hacia Eros—. Lo que has hecho se considera un delito grave y serás penado con tu miserable cabeza.

—Espera —exclamó la princesa, con su voz algo tensa y chillona—. No podrás golpearlo con tu espada, apúntale en donde su vestimenta no lo recubre.

—¿Qué? —formuló el soldado un tanto confundido. El chico se ubicó frente al mismo y direccionó el filo de su daga hacia abajo.

El guardia tenía una armadura de acero pulida, como las que llevaban los soldados de la realeza, pero sus brazos, piernas y cabeza se encontraban descubiertas. Su espada era un tanto más larga que la de aquel grupo de bandidos con los que se habían enfrentado en la mañana y parecía ser un acero mucho más cuidado y trabajado. «Él debe ser un soldado de la elite», pensó Eros por dentro, pues su espada relucía de forma impetuosa. Aquella batalla, si se libraba, no sería tan sencilla.

—Eres tan solo un jovenzuelo, ¿acaso te crees capaz de hacerme frente? —El hombre tomó la espada con ambas manos y presionó su mango con firmeza. Eros detectó un aura de soberbia que lo envolvía, algo que, en ocasiones, terminaba por darle la ventaja.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora