Capítulo 47

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Ray


En la ducentésima decimosegunda luna, recién despertada de un sueño reparador, un manto de oscuridad se cierne sobre el resto de aspirantes; sin luna ni estrellas, el firmamento se torna vacío, un lienzo ominoso. Diecinueve aspirantes han sucumbido al abismo, sus Fulguriens, anhelantes, yacen extintos. Ocho destellos mortales han rasgado la penumbra, mientras cuarenta y dos gemas aguardan con avidez ser tocadas por el fulgor de la desesperación. Cinco lunas se desvanecen lentamente, marcando el inminente fin de la prueba.

Estaba oscuro. Realmente oscuro. Al parecer, la luna había decidido que no se mostraría en el cielo, y las estrellas, sus fieles compañeras, también parecían haberse tomado vacaciones esa noche, por lo que el pequeño Ray debía hacer uso de su propio sentido de la orientación para poder localizar donde demonios se encontraba. Los sonidos agresivos de la naturaleza lo mantenían alerta, pero era incapaz de detectar de dónde provenían.

El miedo ya no le afectaba. Bah, se había acostumbrado a él. Pasó de odiarlo a ser su única compañía desde que la prueba había dado comienzo. Pero cuando oyó unos pasos y unas voces cerca de él, su fiel compañero le advirtió del peligro, asaltando a su corazón con un pulso electrizante. Se pegó al tronco de un árbol con todas sus fuerzas. Podía notar la rugosidad de la corteza en su espalda, como si quisiera atravesarla. Vio pasar a varios niños de su edad, con sus Fulguriens resplandeciendo en la penumbra.

—¿Dónde te escondes, ratoncito? —se burló Nevryn. El miedo volvió a invadir a Ray, que apenas entreabrió sus ojos verdes. A duras penas podía discernir la silueta del muchacho, a un par de árboles de distancia. No detectó a Nestche, por lo que le volvió una porción del alma al cuerpo. Eran tres, tal vez cuatro o cinco, pero no podía verlos con claridad, solo escucharlos—. ¡Vamos! ¡Sal!

Ray estaba confundido. ¿Qué hacían esos aspirantes juntos? ¿No se suponía que debían enfrentarse entre ellos? Algo olía mal. Demasiado mal. Quizás habían formado un equipo, pero eso era ilegal. No se atreverían a romper las normas solo para superar la prueba... ¿O sí?

De repente, su corazón se paralizó cuando buscó su espada veleriana en su cintura y no la encontró. Un nudo se le formó en la garganta cuando la vio al otro lado, junto a uno de los aspirantes. De seguro se le habría caído en medio de la huida. Por un momento sopesó la idea de ir tras ella para recuperarla, pero los pasos de aquellos niños lo hicieron mantenerse incluso más estático que una propia estatua de yeso. Era una espada muy preciada para él, pero su vida lo era aún más. La miró de reojo y una pequeña lagrimilla silenciosa brotó de su ojo derecho. Había sido un regalo de Kiri...

—¡Encontré a uno! —gritó uno de los compañeros de Nevryn y este se acercó hasta él—. Y una espada. —Se acercó a una espada con una hoja en su mango y la inspeccionó más de cerca antes de guardársela. Era esa. La espada de Ray.

—¡¿Qué demonios hacen?! —chilló el niño, de la misma edad de Ray o tal vez un tanto más grande—. ¡La Gran Madre lo sabrá!

—Bueno... no era el ratoncito que buscábamos, pero supongo que me sirve. —Una sonrisa maquiavélica se dibujó en el rostro de Nevryn y desenvainó su espada veleriana, mientras exhibía su Fulgurien encendido con una sonrisa recortada.

—¿Qué haces? —masculló su compañero—. Has oído a Valkor. Nos ordenó que...

—Sé perfectamente lo que dijo. —Apretó el mango de su espada y levantó la mirada al cielo—. Pero si no estoy mal ordenó que dejemos pasar dos días. Este es el tercero.

Ray se abrazó al árbol aún más, mientras cerraba los ojos. No pudo evitar soltar algunas lágrimas de pánico mientras oía los gritos desgarradores del otro aspirante hasta que, tras varios instantes, cesaron al completo. Se sentía culpable. Él los había atraído hasta allí y por su culpa había muerto una persona inocente. ¡Estaban haciendo trampa! Debía informar a Eleanor, pero sabía que eso no serviría de nada. ¿Cómo podría probarlo? Y sabía que una acusación como esa, sin una prueba sólida, le haría quedar como todo un cobarde, un miedoso y, para colmo, un mentiroso... Bueno, si es que ya no lo era... De hecho, hasta Eleanor de seguro se pondría del lado de los aspirantes. Ella lo conocía lo suficiente como para asegurar que eso era más que cierto.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora