Capítulo 58

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Reyna

—En verdad no creo que esto sea una muy buena idea —mofó Eadric al lado de Reyna y una vez más se rascó la nuca, mientras transitaban los sinuosos árboles nevados en dirección al centro principal de Velerian.

—¿Podrías dejar de quejarte sólo por un minuto? —Reyna suspiró. En verdad se ponía insoportable cuando se le instalaba una idea en la cabeza—. Te aseguro que será rápido.

Eadric, a medida que se acercaban al núcleo de Velerian, fue acercando su mano hacia el mango de su espada. Reyna, con ojos tan experimentados que hasta podía percibir minúsculos y sutiles parpadeos, lo había notado de hacía rato. Y sí. Ese segundo suspiro fue por eso.

—Sólo nos presentaremos ante él y le pediremos información. Sólo eso.

—Y si eso no funciona, podríamos...

—No busco problemas, sólo utilizaremos las palabras —recalcó, como por octagésima vez y Eadric roló sus ojos en respuesta.

La luz de Velerian comenzaba a penetrar sus ojos, los cuales tuvieron que acostumbrarse a la nueva iluminación del ambiente.

—La Reyna de antes no habría... —Una mirada amenazante por parte de Reyna le hizo tragarse el resto—. Digo... —Se rascó la nuca, algo nervioso—. Recuerdas el tipo de persona que era Kyros, ¿te crees que con las palabras será suficiente?

—Las personas cambian con el tiempo, Eadric.

—Me temo que en esta montaña hay quienes tienen ciertos... privilegios. —Reyna no pudo evitar sentirse atraída por ese último comentario—. Y, a juzgar por la importancia que su padre tuvo para los Centinelas, supongo que el término «cambiar» se vuelve ambiguo para alguien como él.

—Ehh... ¿Podrías explicarte?

Eadric, a medida que se acercaban a su destino, estiró su cuello y distendió sus músculos, entonando una mirada y aspecto tan serios como Reyna jamás había visto nunca. Era increíble como una persona con un corazón tan noble y bondadoso como él podía esconderse detrás de una fachada que simplemente no iba con él. Una fachada que, de seguro, tuvo que aprender por la fuerza.

—Supongo que estará bajo la protección de la Gran Madre; tal vez Eleanor. Esas personas no cambian, Reyna, son los del eslabón más bajo los que deben hacerlo.

—Oh, por la líder de los Centinelas ni te preocupes. —Una sonrisa irradió desde la boca de la asesina y Eadric levantó una ceja, extrañado—. Lo tengo controlado, tú tranquilo.

—Bien. Confiaré en tu percepción para hacer este trabajo a tu manera, pero si se pone feo, será a la mía, ¿comprendes?

Se detuvieron a una distancia prudente, a unos pasos de distancia del grupo que rodeaba una hoguera que parecía ansiar su extinción. En el centro, destacando entre los amigos que compartían historias o algún otro tipo de camaradería, se encontraba Kyros. Su figura era inconfundible en todo el paisaje montañoso, no solo por su ausencia de camisa, que dejaba al descubierto las cicatrices de aquellos que habían caído bajo su espada, sino también por su presencia dominante. Reyna y Eadric se detuvieron, observando la escena con cautela. Unos momentos de silencio les permitieron contemplar los alrededores y suscitar riesgos antes de continuar. Un grupo considerable, pensaron, una fuerza que no debían subestimar.

—Desgraciado... —susurró ella, más para sí misma que para sus afueras—. ¿Es que el Fulgurien no le era suficiente?

—¿Aún crees que todos cambian? Podemos hacerlo a mi manera si quieres.

—Nada de sangre, Eadric. Me enfadaré contigo si haces alguna estupidez como la de hace un rato, ¿me oyes? Ya dejemos por una jodida vez... jugar a ser dioses y decidir por la vida del resto.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora