Capítulo 109

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Balthazar

El monasterio estaba completamente en ruinas, con escombros blancos apilados por doquier. Balthazar emergió de entre los restos con su ropa andrajosa y polvorienta. Se sacudió el polvo de la vestimenta y se preparó para partir, pero unos ruidos detrás de él lo hicieron detenerse.

Raymond, herido y ensangrentado, se puso de pie con gran dificultad.

—Aún estoy aquí —dijo con voz temblorosa—. Todavía estoy con vida.

Balthazar no parecía impresionado.

—Ya no me sirves —murmuró—. Solo necesitaba que te deshicieras de la Loreth y vigilaras al niño. No cumpliste bien ninguna de las dos tareas.

El anciano cayó de rodillas, casi suplicando.

—Pero, señor —imploró—. He hecho todo lo que me pediste. Dame una oportunidad. La última. ¡Puedo serte de mucha utilidad, lo juro!

—Dime algo que me haga considerarlo.

—El chico buscará a su hermana. Él lo hará; estoy seguro de que irá tras ella. En ese momento podremos sorprenderlos. ¡Será pan comido para alguien como tú!

—No —decidió—. Para entonces, ellos serán más fuertes. No puedo arriesgarme. Necesito toda la energía que pueda.

El hombre se dio la vuelta y continuó su camino hacia el bosque, pero antes de alejarse, escuchó un nombre que llamó su atención.

—Phyrn. Él los encontrará, podemos usarlo a nuestro favor.

—¿Phyrn no está muerto?

El anciano negó con la cabeza.

—Él está más vivo que nunca, mi señor. —Balthazar sonrió de manera maliciosa y alzó la mirada al cielo, donde el sol estaba saliendo—. Puedo sentirlo.

—Parece que no todo está tan mal como parece —dijo con satisfacción—. Vamos, hermano. Levántate. Tenemos mucho trabajo por hacer. A pesar de que nuestra segunda hermana complicó las cosas, tarde o temprano me haré con su poder.

Luego, Balthazar le quitó el medallón con forma de mariposa a su hermano y lo contempló. Sacó la gema del medallón y lo sostuvo en su mano, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Están haciendo todo el trabajo por mí —recitó con una sonrisa pícara—. Solo resta esperar y pronto tendré todos en mis manos... Solo queda el último paso.

—Y el niño —aclaró Raymond—. No debes olvidarte de Ray.

—Oh, sí... Aún está ese maldito niñato.

—No será un problema, señor. Él aún no...

—Aún —recalcó, haciendo muecas con su boca—. Tan solo esperemos que no despierte. Necesito esa maldita llave. Sólo imagínalo... Todo ese poder... —Dio algunos pasos más antes de detenerse en seco—. Me habías hablado de alguien más, ¿no es así? Alguien que, sin duda alguna, se pondría de nuestro lado.

—Oh, sí —musitó el anciano y relució una sonrisa—. Quizás necesite un poco más de práctica, pero es una muy buena opción, señor.

 Quizás necesite un poco más de práctica, pero es una muy buena opción, señor

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Lilith


Raymond lo condujo por varios senderos rocosos, a través de la montaña, cuesta abajo, hasta llegar a una cueva recóndita y olvidada. Ingresaron en ella y su paso se vio interrumpido por varias hileras de metal; tan frías como la propia nieve que caía de forma incesante. Ahora, sin las protecciones de la Gran Madre, la nieve podía fluir con total libertad. Raymond dejó exhibir unos destellos violáceos desde la palma de su mano, los suficientes como para poder ver algo en medio de la densa oscuridad. En el fondo, una persona parecía estar observándole con cierta incredulidad.

—Oh, sí... Ella es perfecta —susurró Balthazar por lo bajo, exhibiendo gran parte de sus dientes—. ¿Su nombre era...?

—Lilith, señor. Una de las mejores de todo Velerian.

—Me han contado mucho de ti, Lilith. Una Nighfa como ninguna otra, aunque nadie supo reconocer tu verdadero potencial... —exclamó Balthazar, apegándose a las barreras de acero que lo separaban de ella—. Me temo que se han marchado sin ti. Te han olvidado aquí, sin importarles lo que te sucediera. —La muchacha levantó la vista para mirarlo a los ojos. Sus mejillas se encontraban rojizas y sus ojos parecían estar inyectados en sangre. Había llorado tanto que ya no era capaz de fabricar ni una sola lágrima más—. ¿Sabes? Me han encerrado aquí tantas veces que he sido yo quién escribió todas y cada una de esas paredes... A ambos nos han hecho lo mismo; se han olvidado de nosotros, nos han apartado sólo por ser diferentes a ellos y, por encima de todo, nos han menospreciado y desechado, ¡como si no fuéramos nada!

—He cometido un error —respondió la Nighfa con voz llorosa—. No sé qué me pasó, yo... —gimoteó y luego añadió—: Yo... yo... ¡soy un monstruo!

—¿Monstruo dices? Oh, querida... Mira todo el mal que te han hecho. El mundo te sentencia por la sombra que habita en tus ojos, Lilith —empezó Balthazar con un tono melancólico—, aferrándose a la creencia de tu supuesta fragilidad e insignificancia, incluso llegando a temerte como si fueras lo que tanto te dicen que eres: un monstruo. Años de resistencia ante esa farsa, de negar la legitimidad de esas etiquetas, de comprender que detrás de esa mirada apacible no se oculta un verdadero monstruo... ¿Qué tipo de monstruo desearía la autenticidad de una amistad sincera? Pero llega un día en que comprendes que has estado observando el mundo a través de ojos ajenos, y entonces, los colores se distorsionan, la textura se desvanece y la forma se torna efímera. Entiendes que la verdadera libertad radica en dejar que el monstruo interior emerja y permitir que el mundo vea tus ojos genuinos.

—No estoy segura, yo...

En ese momento, una figura hecha de sombras pareció acercarse a ella. Lilith se asustó y se acorraló contra la esquina de la celda tanto como pudo. Ya la había seguido una vez; no volvería a hacerlo. Aquella horrenda criatura la miraba a los ojos, con aquella mirada oscura que sentía que le penetraba el alma.

—Déjate llevar, Lilith. Muéstrales tus verdaderos ojos. —Ella, casi como si fuera una especie de llamado, extendió una mano hacia el Wendigo y el iris de sus ojos se tornó oscuro—. Ahora sí. Si quieren verlo, entonces es hora de dejar salir al verdadero monstruo...

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora