Capítulo 77

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Eleanor, Reyna y Lina

Cuando Valkor, con la mirada llena de triunfo y oscuridad, traspasó a Eadric con un golpe letal, un fulgor rojizo, intenso y maligno, surgió de las profundidades de su ser, iluminando su pecho donde debería haber latido un corazón humano. Esta esfera de energía pulsante se encendió con una fuerza arrolladora, desbordándose de su cavidad y extendiéndose a lo largo de cada vena y arteria como una marea carmesí.

Los ojos de Valkor, antes fríos y calculadores, se iluminaron con una luz enfermiza, reflejando la corrupción que había invadido su ser. La misma energía oscura se extendió a través de su Fulgurien, el cual adoptó un brillo carmesí intenso, convirtiéndolo en una manifestación de su propia depravación.

El fulgor rojizo se retorció y serpenteó alrededor de su pecho, envolviéndolo en una aureola de poder oscuro y corrupción. Se expandió con una voracidad insaciable, devorando todo a su paso, incluso los últimos vestigios de humanidad que quedaban en Valkor. Cada latido, cada respiración, era un recordatorio del pacto oscuro que había sellado con unas fuerzas tan poderosas y peligrosas que apenas sí conocía.

Los ojos de Valkor, ahora dominados por una intensa llama carmesí, reflejaban el abismo de su alma corrompida. En ellos, se podía ver la perdición que había abrazado con ansias, la misma perdición que ahora lo consumía desde adentro.

Con cada latido de su nuevo corazón, Valkor se sumergía más profundamente en la oscuridad que había elegido. Ya no había vuelta atrás para él; su destino estaba sellado por la corrupción que ahora fluía a través de sus venas.

—Ahora sí. Aelwyn ya no se interpondrá en mi camino. Solo serviré a Styg'var. ¡Él me liderará todo el camino! ¡Nadie será rival para mi nuevo yo! ¡¡Nadie!!

Reyna apenas tuvo tiempo para procesar lo que acababa de presenciar. La criatura frente a ella desafiaba toda lógica y comprensión. No era humano, ni Velerian, ni siquiera parecía ser una forma de vida con autocontrol. Más bien parecía estar siendo manipulada por alguna fuerza oscura y desconocida, algo que desafiaba las leyes mismas de la existencia. Quien sabe, tal vez se trataba de lo mismo que intentó controlar a Kiri en aquel tiempo y que, de forma irónica, fue el culpable de haber tomado la vida de Eowyn, su propia hermana.

Valkor elevó su espada hacia el cielo y, en un estallido de energía, ésta se fragmentó en varios pedazos. La espada veleriana, antes majestuosa con sus fulgores verdosos que indicaban su vínculo con Aelwyn, ahora parecía haber perdido todo su esplendor. Las fisuras y grietas se extendieron por su superficie, como si las fuerzas que la sostenían se hubieran quebrado tras alcanzar su vigésimo cuarto fulgor. La hoja se dividió en venas inconexas, emanando un aura perturbadora.

La espada veleriana, que era una parte fundamental para un Centinela, como una propia extensión de su ser y su alma, una promesa a su servicio de Aelwyn, ahora yacía igual de corrompida que su propio portador. Estaba claro que había cortado toda relación y conexión alguna con Aelwyn, quien ya no tenía influencia alguna sobre él ni sus actos.

La respiración de Valkor se tornó jadeante y pesada, sus alaridos resonaron en el bosque como un eco repleto de una angustia incontenible. Parecía estar luchando consigo mismo, como si su propio cuerpo fuera un campo de batalla para fuerzas oscuras e insondables. Con gestos agónicos, se aferró a su cabeza, como si intentara contener el torbellino de caos que se desataba dentro de él.

El fulgor rojizo continuaba danzando sobre su piel, una manifestación de poder descontrolado que lo consumía desde adentro. Pero fue su mirada, con los iris ahora completamente ennegrecidos, lo que hizo que un escalofrío recorriera la espina dorsal de Reyna. Era como si en aquellos ojos se agazapara una oscuridad infinita, una presencia que trascendía lo humano y que iba más allá de lo racional.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora