Capítulo 10

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Eros y June


Continuaron su travesía hacia Mithryl, pero debían hacer una parada intermedia en Redonia, pues necesitarían otro día más para poder llegar a su destino final. June pasó la mayor cantidad del tiempo del viaje abrazada a Eros, ya que el muchacho tenía que apresurar el paso si quería llegar antes del anochecer, y la princesita obviamente no quería caerse del corcel.

—Nos desviaremos antes de entrar a Redonia —aseguró el asesino, tomando otra ruta distinta.

—¿Y eso por qué?

—Ya te enterarás.

Disminuyó la marcha y se concedió unos instantes para detenerse a observar a sus alrededores, como si estuviese buscando algo en particular. Zigzagueó entre la laberíntica arboleda y trotó al galope mientras buscaba con su mirada algo en particular. La princesa no comprendía qué hacían allí. ¿Qué podía haber de especial en un bosque más que árboles y el sonido cantor de las aves?

Tras unos pocos minutos, el joven asesino logró divisar en la distancia una pequeña cabaña que destacaba y la cual se encontraba oculta en medio del bosque. Sin siquiera dudarlo, se dirigieron hacia allí.

—Llegamos —exclamó bajándose del caballo.

—Puedes ir, yo te esperaré aquí.

—¿Crees que soy idiota? Vamos, baja. —Ella revolvió sus ojos en señal de disconformidad y tras ello descendió del mismo dando un salto poco certero, pues casi cayó de cabeza al suelo de no ser por una mano salvadora de Eros.

—Yo puedo sola. —Se quitó la mano del chico con rudeza.

—Sí, su Majestad —expresó con ironía, a la vez que esbozaba una sonrisa juguetona.

El muchacho ató el caballo al tronco de uno de los tantos árboles que componían el enorme y extenso bosque. Tras ello partieron rumbo hacia la cabaña. A medida que se acercaban, los contornos del pequeño refugio comenzaron a revelarse entre la espesura de la naturaleza.

La cabaña emanaba un aire de antigüedad que se entrelazaba con su innegable encanto. Construida con madera desgastada por el tiempo, sus paredes presentaban un aspecto rústico, con vetas y nudos que contaban historias de años pasados. A pesar del desgaste, la madera estaba cuidadosamente tallada, demostrando que, en su época, alguien había puesto amor y dedicación en cada detalle de su construcción.

El tejado a dos aguas estaba cubierto por tejas de arcilla que habían soportado tormentas y el paso de las estaciones, lo que confería a la cabaña una apariencia entrañable. Algunas de las tejas estaban ligeramente desalineadas, pero eso no restaba encanto a la estructura. En lo alto de uno de los extremos, un pequeño campanario sencillo, pero elegante, se alzaba hacia el cielo, añadiéndole un toque cuanto menos distintivo.

—¿Qué hacemos aquí? —indagó ella, intrigada y, en cierto sentido, algo aterrada. ¿Por qué la había llevado hasta allí?

La mente de la princesa le estaba jugando una mala pasada. Era un lugar perfecto para cometer un crimen de tal magnitud, sin que nadie se percatara. Su aterradora imaginación incluso sugería que podría permanecer oculta para siempre en ese rincón remoto y jamás volvería a ser encontrada. Sin embargo, todas esas ideas retorcidas se desvanecieron en el momento en que vio al joven acercándose a la cabaña con una sonrisa amigable, como si no estuviera implicado en un acto criminal. Como si ella no fuera el paquete que él debía entregar.

Como si todo aquello fuese algo de lo más... natural.

—Tranquila, solo será un momento —le aseguró él al notar su intranquilidad, palpable en su rostro. Ella sintió un escalofrío recorrer por su espina dorsal y, sin tener otra alternativa, lo siguió justo por detrás.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora