Ray
El pequeño Ray dormía plácidamente en su habitación. Sin embargo, algo lo perturbaba en su sueño. Su pequeña naricita estaba más fría de lo normal, y una brisa helada acariciaba sus mejillas rosadas. Las risas estridentes de la pequeña Lina no dejaban de resonar en su mente y poco a poco se alejaban, consumidas por una oscuridad ominosa que luchaba por opacar una estrella. Una estrella que él debía proteger. Intentó aferrarse a la colcha aterciopelada que normalmente lo cubría, pero al tantear torpemente con sus manos, se dio cuenta de que no estaba tapado en absoluto; de hecho, estaba completamente congelado. Un cubito de hielo en medio de la montaña.
Intentó adaptar su mirada a la inmensa penumbra de la habitación. Parpadeó varias veces, pero sus ojos rojizos ardían por demás. Había llorado toda la noche, pues el único que lo comprendía, su único amigo, también le había fallado y, tal vez, incluso ya se hubiese marchado para la mañana. Cuando sus ojos se ajustaron a la tenue luz de la habitación notó que, una vez más, se encontraba desparramado en el suelo. Recordaba haberse acostado en su cama, pero por alguna extraña razón, se estaba volviendo recurrente el hecho de despertarse en el suelo, completamente congelado. Devolvió la mirada hacia la ventana y se la quedó mirando pasmado. O se estaba volviendo loco o no explicaba el por qué se encontraba abierta. Otra vez. ¡Esta vez estaba segurísimo de que se había acordado de cerrarla!, pero su mente estaba tan ocupada pensando en Eros que tal vez lo había olvidado. Mientras inspeccionaba la habitación, notó que todo a su alrededor parecía estar en un estado de caos total. Todo estaba desparramado por todos lados. Sus juguetes y libros estaban dispersos por el suelo, a pesar de que había pasado horas limpiando las últimas veces que esto había ocurrido. Incluso su uniforme de Centinela, lo más preciado. Ray gruñó de frustración. ¿Qué estaba ocurriendo?
Escrudiñó sus alrededores y notó decenas de manchas de lodo en el suelo, como si fueran huellas de lobo. Frunció el ceño, perplejo. Pronto, un ruido lo sacó de su propio ensimismamiento. Era un sonido similar al de una trompeta, pero provenía de la distancia. Nunca lo había escuchado antes, por lo que se acercó a la ventana para indagar. La luna no estaba en su lugar habitual; su brillo era demasiado tenue y débil. Ray se sorprendió al notar lo que veía en el cielo. En lo alto, una oscuridad ominosa se extendía, eclipsando las hermosas luces de las estrellas. Esperaba que no opacara esa estrella en particular que tanto deseaba proteger. De repente, el sonido de la trompeta resonó nuevamente en sus oídos.
Algo definitivamente no andaba bien.
El pequeñín se apresuró hacia la puerta y trató de abrirla, pero parecía estar trabada desde el otro lado. Eso era extraño, ya que nunca estaba cerrada con llave. Sin embargo, por más esfuerzo que puso en intentar abrirla, no pudo moverla ni un milímetro. La desesperación comenzó a apoderarse de él. Fue entonces cuando escuchó la voz de Eleanor desde afuera, como gritos urgentes y agresivos. Se dio la vuelta y miró por la ventana una vez más. En ese momento, vio a los Centinelas, preparados y listos para una batalla de la cual él, por lo visto, no había sido invitado. ¡Pero él ahora era un Centinela! Era parte de ellos. Entonces... ¿Por qué volvía a ser olvidado como antes? ¡Después de todo lo que había pasado! ¡¿Aun así lo apartaban?! Si bien era cierto que no había conseguido su Fulgor de una manera del todo legal, nadie lo sabía ¡por lo que era injusto! La desesperación no tardó en aparecer por su cuerpo tembloroso. Esta vez estaba más que seguro. Estaba seguro de que había sido Eleanor quien lo había dejado encerrado allí, pues era la única que tenía la llave. Sus ojos se llenaron de temor mientras se daba cuenta de la magnitud de la situación que se estaba desarrollando fuera de su cuarto.
—¡Yo también soy un Centinela! —rugió enfadado, como si se tratase de un lobo aullando a la luz de la luna.
Gritó y gritó, pero nadie pareció oírlo. Eso, o hacían oídos sordos al respecto. El pequeño se enfadó tanto que comenzó a golpear todo lo que se encontraba en su camino. Libros, juguetes, cuadros, papeles, ¡todo! ¡No podía creer lo que estaba ocurriendo! Se había preparado y esforzado tanto como cualquier Velerian, sin embargo, siempre, de alguna forma, era excluido. ¡Esa batalla era real! Era importante y, pese a que no iba a negar que tenía un miedo de una magnitud que pocas veces había sentido, que no era poco decir precisamente, quería estar junto a ellos. Pelear a su lado... Ser un Velerian más, como el resto...
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Lazos de Sangre
Fantasy📚 Finalista en la Lista Corta de los Wattys 2024 📚 En el mundo de Azaroth, donde los límites entre la magia y la realidad se desdibujan, los destinos de los seres mortales están entrelazados con los caprichos de los Seres Ancestrales, quienes cons...