Capítulo 95

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Ray

Ray en verdad odiaba aquellas celebraciones tan anticuadas y formales. Todas esas reglas estrictas de vestimenta, en conjunto con aquella extraña atmósfera que se confería a su alrededor, le hacían sentir como lobo fuera de su madriguera; sentía como si no perteneciera allí.

Además, por si fuera poco, no se le daba bien bailar. Para nada bien, de hecho. Y en parte era su culpa, y lo sabía. Era el primero en reconocerlo.

Antes de que la prueba comenzase, todos los aspirantes se la rebuscaban tanto como podían mientras las Nighfas, bailarinas excepcionales por naturaleza, como si fuesen tocadas por la varita de la mismísima Aelwyn, enseñaban a como mover los pies y las caderas. Al menos, para que los Centinelas no diesen vergüenza. Era un rito importante, sí, sobre todo porque era allí donde, en ocasiones, se encontraba pareja. En aquella noche estrellada, donde la luna rojiza gobernaba los cielos y las estrellas titilaban su tan aclamada luz carmesí, las conexiones se volvían más fuertes; más evidentes. No era mera casualidad que en esa fecha en particular se consagrasen la mayor cantidad de Marcas Velerianas en la tribu; sumado al éxtasis del momento, lo hacían ser un momento... ¿único? Tal vez. Bah, debería, pero no a los ojos del pequeñín. Había hecho de las suyas desde que era un niño, cuando debía presentarse a tales clases de baile, él simplemente encontraba la excusa o, como en la mayoría de las veces, simplemente se escapaba al bosque. Por lo que sí, claro... odiaba bailar. De hecho, lo repudiaba.

Además, no dejaba de preguntarse... ¿Para qué se suponía que celebraban aquellas extrañas fiestas? ¿Qué se supone que conmemoraban? Porque sí, sí, por supuesto que conocía la historia de los Seres Ancestrales más que de sobra, pero ¿qué tenía que ver eso con él? ¿o incluso con Aelwyn? No dejaba de sentirse ajeno a todo aquello de lo que, de forma forzada, estaba siendo partícipe. Ahora no podía escapar, no cuando era un Centinela. Con ese traje elegante y que le quedaba, según él, demasiado apretado. Eleanor lo había seleccionado específicamente para él.

Su mirada no dejaba de repasar rostro por rostro, mientras asimilaba todo desde la distancia. Era un participante de la fiesta, claro, pero no activo. Presenció, de hecho, varias conexiones establecerse justo frente a sus ojos. Como hilos rojos que parecían conectarlos y... Velerians besuqueándose por doquier. Normalmente le daría asco, aquello siempre le había repugnado, pero ahora... algo había cambiado dentro suyo. O al menos eso sentía. No apartaba la mirada por aquel sentimiento que tanto conocía, sino... por algo más. Algo que no terminaba de comprender del todo. Una especie de sentimiento ambiguo y que no terminaba de darle sentido formaba burbujas en su interior, como si apresara algo que era incapaz de liberar. ¡Y aquello lo ponía de los nervios! Por lo que simplemente optaba por desviar la mirada a cada que se encontraba con esa imagen. Así que lo hacía prácticamente segundo por medio, hasta que sus ojos se toparon con dos personas en específico que lo hicieron congelarse por completo. Vio en sus ojitos esmeralda a la Loreth, allí, en la distancia, saboreando los labios de su mejor amigo, Eros. Había sido observador directo de cómo decenas de Centinelas habían intentado tomar la mano de la Loreth, pero, o habían sido repudiados con una mirada por pare del asesino, o habían sido negados de forma dulce por la preciosísima y tan aclamada Loreth; incluso Nebulos fueron en su busca, lo cual era aún más extraño, pero lo que parecía ser la amiga de la Loreth simplemente no les dejaba acercarse. Aunque los ojos del pequeño no se centraban en él, sino en ella. Su Alarys era hermosa. Por todas las lobitas y colmillos que habitaban Azaroth, ¡¡era preciosísima!! Incluso casi que se había olvidado de respirar y tragar saliva. No fue hasta que se dio la vuelta que volvió en sí. Su rostro se palideció un tanto y asomó una mirada frustrada y decaída, aunque una pequeña sonrisita se pintó en sus labios. Estaba feliz por Eros, aunque no pudo evitar notar que ese peculiar y extraño burbujeo, en el interior de su pecho, se hizo cada vez más cosquilloso al ver a la Loreth. Su mente era incapaz de pensar en otra cosa que no sea Lina y, por cada mínimo segundo que pensaba en algo más, ella y su sonrisa simplemente volvían a aparecerse en su mente.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora