Capítulo 9

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Eros y June


June sujetaba la espada de Eros con sus dos manos, ejerciendo cierta presión sobre el mango. De alguna manera, eso le daba seguridad, y sentía que ella era la que se había apoderado de la situación. La hoja de la misma se agitaba lentamente de un lado hacia el otro debido a los nervios que la controlaban. Se podía notar a leguas que era la primera vez que sostenía una de esas. Se encontraba apuntando al joven con la misma, a la vez que le concedía una mirada asustadiza pero seria y penetrante al mismo tiempo. Eros, al abrir sus ojos y percatarse de todo aquello, se tomó unos cuantos segundos para intentar comprender lo que estaba sucediendo. Dirigió su mirada hacia el filo de la espada por unos instantes, la cual le devolvía ciertos brillos refractados de la tenue luz del sol que poco a poco se iba adueñando del cielo. Luego, la elevó hacia el rostro de June. Ese fue el momento en el que comprendió que la joven princesa iba completamente en serio con querer hacerle daño.

—Suelta eso —exclamó Eros desde el suelo—. Te harás daño. Ni siquiera sabes cómo sostenerla correctamente.

—¡Cállate! —gritó, intentando entonar la voz más grave que sus cuerdas vocales le permitían—. Levántate despacio y dirígete hacia el caballo.

—No tienes idea de lo que estás haciendo.

—¡He dicho que te calles! —June acercó lo suficiente la espada como para pincharlo de forma leve con la punta de la hoja, lo cual provocó que algunas gotas de sangre fluyeran de la herida.

—¡Oye! —Se alejó unos pocos pasos y desvió su mirada en dirección al corte, el cual contempló y se aseguró de que fuese superficial.

—Esta vez fue tan solo un aviso.

—Ey... —musitó y se tomó un tiempo para reflexionar acerca de cuáles serían sus siguientes palabras. Le devolvió una mirada tranquilizadora—. Tu postura está mal, no tienes estabilidad y tu espada no deja de agitarse. Es obvio que tienes miedo.

—Sí —afirmó con intensidad—, y puedo asegurarte de que el miedo me obliga a hacer cosas que no debería. —Un silencio tenso se apoderó del ambiente, y fue June quien se dignó a romperlo—. Levanta las manos y camina en dirección al caballo, con pasos suaves y lentos. ¡Ahora!

Eros se tomó unos segundos antes de acatar la orden. Se encaminó hacia el animal y quedó de espaldas a la joven princesa, quien lo seguía muy de cerca, tan cerca que podía sentir el helado filo de la espada rozándole la espalda a cada momento que daba un pequeño y sutil paso hacia adelante.

—¡Vamos! —gritó con firmeza—. ¡No tengo todo el maldito día!

—¡Chht! No eleves tanto la voz, ¿quieres? —Él se detuvo en seco y se volteó a mirarla—. Ya te he dicho que estamos en un lugar peligroso. Podrían...

—¡He dicho que camin...!

Antes de que June pudiera terminar su frase, un sonido extraño resonó frente a ellos, capturando su atención por completo. Fijó su mirada en la dirección de donde creía que había provenido, entrecerrando sus ojos para tratar de distinguir con mayor claridad. De repente, unos arbustos bastante grandes se agitaron de manera agresiva, y de entre ellos emergieron tres hombres de mediana edad, con ropas desgastadas y harapientas, que parecían extrañados, pero extrañamente felices. Sin embargo, algo en ellos emanaba peligro; no solo sus rostros y miradas se centraron en la figura deslumbrante y joven de la princesa, sino que también llevaban consigo espadas desenvainadas en sus manos, apuntándoles de forma desafiante.

—Miren lo que tenemos por aquí —escupió uno de ellos—, parece que obtuvimos el premio gordo.

—No se muevan —exclamó June desde la distancia, dando un paso hacia atrás y con su corazón acelerado—. Juro que si dan un paso más acabaré con todos ustedes.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora