Capítulo 50

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Reyna


Sentía como sus tripas rujían, una sinfonía discordante de nerviosismo y emoción que le agitaba desde adentro. Cada parte de su ser parecía rebelarse contra la calma que intentaba mantener, desde las manos temblorosas hasta el párpado de su ojo derecho, que parpadeaba con una insistencia inquietante. Reyna, a menudo confundía esa agitación con emoción, pero sabía en lo profundo de su ser que era algo más, algo entrelazado con la añoranza y el anhelo, impregnado de una chispa de nostalgia que amenazaba con envolverla por completo.

La mano de Eadric, tan inestable como ella misma, se acercó en un gesto de apoyo, pero el simple contacto la hizo retroceder con brusquedad. Se giró hacia él con una mirada afilada, apartando su mano con un gesto que pretendía ser indiferente, pero que delataba la tormenta de emociones que la embargaba.

Reyna frunció el ceño ante aquel gesto extraño, dispuesta a no dejarlo pasar por alto. Estuvo a punto de reprochárselo cuando un olor familiar empezó a impregnar el aire. El olor a ceniza, una reminiscencia del pasado que la golpeó con fuerza, recordándole todo lo que había perdido y lo que jamás podría recuperar. Odiaba esa sensación, esa constante presencia del pasado que parecía seguir persiguiéndola casi a diario. No importaba dónde o con quién estuviera. Siempre. Estaba. Allí...

Su corazón latía con más fuerza dentro de su pecho a medida que se acercaban al lugar de su infancia. Aunque la noche lo envolvía todo en sombras, la luz de la luna revelaba suficiente para que Reyna pudiera ver lo que se avecinaba. Se detuvo en seco, como si el tiempo se hubiera detenido a su alrededor, mientras Eadric se posicionaba a su lado, conteniendo la respiración ante la visión que se desplegaba ante sus ojos. Era una imagen que había tratado de borrar de su mente durante años, pero que ahora se alzaba ante ellos en toda su desgarradora realidad.

—¿C-cómo...? ¿Es decir...? ¿Desde cuándo? —Reyna luchaba por articular las palabras, su voz temblorosa reflejaba la confusión y el shock que la embargaban. Sus ojos avellana parpadearon frenéticamente mientras su mente intentaba reconstruir lo que veía ante ella, una realidad que se desmoronaba frente a sus ojos.

En principio, Reyna no solía permitirse sentir pérdida, pero en ese momento, la visión frente a ella parecía arrancarle un pedazo de su corazón, una parte de su infancia que creía inquebrantable. ¿Cómo podía estar todo así, en ruinas? ¿Cómo podía haber cambiado tanto sin que ella lo supiera?

Eadric se rascó la nuca y luego la barbilla, luchando por encontrar las palabras adecuadas. Su mirada se desviaba entre Reyna y el desolado paisaje que tenían delante, como si estuviera buscando una salida a través de la oscuridad que los abrazaba como un manto que intentaba, aunque en vano, reconfortarlos a ambos.

—Te dije que no debíamos venir, Reyna. Que la vista sería algo... dolorosa —murmuró Eadric, su voz cargada de resignación y pesar.

Reyna se giró hacia él lentamente, como si estuviera procesando cada palabra con cuidado.

—¡Me dijiste que estaba un poco cambiado, no que estaba todo destruido! —estalló, su voz llena de frustración y dolor.

Eadric entrecerró los ojos, tratando de encontrar las palabras adecuadas para consolarla.

—Temía que sucediera... bueno, justamente esto... —respondió, su voz apenas un susurro cargado de tristeza.

—¡¿Cómo fue que...?! —comenzó Reyna, pero se detuvo, su voz iba quebrándose ante la magnitud de la devastación que los rodeaba. Cerró los ojos por un momento, conteniendo las lágrimas, antes de enfrentar nuevamente la desoladora escena que se extendía ante ellos—. ¿Cómo fue que sucedió esto? —preguntó con voz más calmada, aunque en su interior sabía que la respuesta ya no importaba. Lo que importaba era cómo seguir adelante a partir de ese momento.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora