Capítulo 44

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June


Mantuvieron un silencio denso, como si cada palabra impresa en el diario les planteara más preguntas que respuestas. June frunció el ceño, sus ojos recorrieron de nuevo la última oración como si pudiera extraer de ella una clave oculta. Nada tenía sentido, y cada intento por descifrar el enigma era en vano.

—¿Quién demonios es Panam? —recitó Éber, esperando que June desconociera también aquel nombre. Sin embargo, la mirada preocupada en sus ojos sugería lo contrario—. Espera... ¿Acaso la conoces?

—Es una larga historia... —suspiró June, dando vueltas a las enigmáticas palabras—. Pero si consideramos lo que dijo la Gran Madre la última vez, no auguro nada bueno.

—¿Por qué lo dices?

—Los Velerians siempre han permanecido anclados en las montañas, ¿verdad? —Éber asintió—. ¿Sin excepciones?

—Salir de los límites de las montañas está terminalmente prohibido. A menos que la Gran Madre considere apropiado un destierro o exilio, aunque extraña vez ha sucedido algo como eso. Pondría en peligro nuestra identidad y todo lo que hemos forjado y resguardado por generaciones... ¿Por qué preguntas?

—Porque ella fue quien me concedió la Alarys que usó mi madre y, a juzgar por ello, es posible que fuese una Velerian como ustedes. Pero mi madre tenía razón. Ella sabía que Panam se ocultaría.

—Y si ella tenía la Alarys de tu madre, entonces...

—Exacto. —June asintió, reflexionando—. Mi madre no mentía cuando prometió encontrarla. De hecho, ten por sentado que lo hizo...

Ambas se sumieron en un silencio cargado de incertidumbre, incapaces de encontrarle sentido a la situación, ni comprender por qué Agni era mencionado. Sus miradas, finalmente, se desviaron hacia el diario. Era demasiado tarde en la noche para intentar descifrarlo, aunque ahora recordaba de dónde había oído por primera vez el nombre de Agni. Su madre. Ella se lo había recitado en aquel entonces.

Sin darle más vueltas, meció sus hojas con sutileza, asegurándose de no dañarlas en el proceso, como si se tratase de su tesoro más preciado. Hubo una hoja en particular en la cual June fue forzada a detenerse, pues aquella era distinta al resto, como si aquella hoja hubiese sido agregada y cosida a mano por su propia madre.

Los bordes del papel estaban adornados con intrincados patrones dorados que rodeaban el contenido principal. En el centro de la página, se encontraba una gran ilustración que dibujaba la representación gráfica de cinco seres.

En la parte superior de la página, se encontraba el título en Aerithia, «La Leyenda de los Seres Ancestrales», escrito en una elegante y armoniosa tipografía.

—¿La Leyenda de los Seres Ancestrales? —recitó June por lo bajo, casi emitiendo un susurro y Éber, quien estaba empeñada, una vez más, en mirar sus espaldas, se volteó para contemplarlo.

—Oh, sí. ¿Ya has visto sus dibujos? Son hermosos. —June levantó su mirada, extrañada. Posó sus ojos sobre los de ella, como intentando desentrañar sus secretos más recónditos y oscuros—. ¿Qué?

—«¿Ya has visto sus dibujos?» —repitió—. ¿Cómo se supone que sabes que hay dibujos si ni siquiera estabas mirando?

—Oh..., lo supuse —dijo, esbozando una sonrisita angelical. June entrecerró un tanto sus ojos, algo desconfiada, y tras ello devolvió su mirada al libro. Aquel cosquilleo en su oído derecho. Ella le estaba ocultando algo.

June repasó su mirada sobre los hermosos dibujos del diario y rebuscó en sus recuerdos. Abrió una caja que yacía sellada y oculta en lo más profundo de ellos. Desbloqueó aquella caja y, poco a poco, recordó la historia que su madre siempre le contaba antes de dormir.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora